trampantojos
Una fiesta de ocho siglos
Salgamos de la viscosa red tecnológica en la que vivimos para pasear por el otro lado del tiempo
Se derrumba el mundo frágil en el que vivimos. Una caída informática internacional puede colocarnos al borde del abismo. Caos en los aeropuertos, en los bancos, en los hospitales, en las empresas… Así que salgamos de la viscosa red tecnológica en la que nos han ... condenado a vivir para pasear por el otro lado del tiempo. Por ejemplo, viviendo una fiesta de hace ochocientos años. Cosas que sólo pueden suceder en las ciudades afortunadas.
La celebración sucede 'trans amnem' -más allá del río-, en la Atrayana musulmana, el arrabal de Triana donde Alfonso X creó el imaginario milagroso y devocional que articulará la leyenda. En esa orilla del río que llamaban el Valle de las Acacias, donde acudían Al Mutamid y su esposa Itimad. El lugar que acogió la Universidad de Mareantes donde se formaban los capitanes, maestres y pilotos de la Carrera de Indias. El escenario que llamaban Sevilla la Chica y que terminó siendo Triana.
La Velá de Santiago y Santa Ana tiene algo de tierna fiesta de pueblo. Cae un sol que hiere a fuego, pero al atardecer llega el alivio del soplo de marea y un olor a ultramar impregna las cosas. Parece entonces que pudiéramos recordar el aroma de los albures de río y el fango antiguo del Puerto Camaronero.
La niebla de las sardinas asadas convierte el escenario en un lugar suspendido en un no-tiempo. Quizás en la fabulación de la fiesta antigua podremos ver el perfil incierto del viejo puente de barcas. Crujen las maderas como si atravesaran sus tablones sevillanos de hace siglos. Y en el río adivinamos el trasiego del compás de las naos donde estaba el apostadero de la Flota de Indias.
Cruzamos al otro lado para vivir algunas horas en un lugar del pasado. «Sé de un lugar», decía la canción del grupo de Triana, frase recuperada por el artista Daniel Franca en el cartel de la Velá. Evocadora imagen que también nos lleva a otro tiempo, esa Triana de los setenta y ochenta que nos desvela una memorabilia que aún resiste: 'arvellanas' verdes, claveles, lonas verdiblancas… Sin turbias condenas tecnológicas.
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