Después, 'Naide'
Gaspar, mi padre
Con su partida, hizo con nosotros un pacto que ha cumplido desde entonces: regresaría a casa una sola noche al año que es esta del 5 de enero. La única condición para su visita es que, a su llegada, debemos estar profundamente dormidos
Pamplona, la metamorfosis

El resto del año, el Rey Gaspar disimulaba y se hacía pasar por mi padre, pero cada 5 de enero se permitía ser él mismo. Llegaba a San Sebastián con Melchor y Baltasar en uno de esos botes azules que en verano llevan a ... la gente desde el muelle hasta la Isla y bordeaba la playa vacía y el paseo de La Concha que estaba hasta la bandera de niños.
En otro de los botes llevaban una charanga con músicos vestidos de egipcios que emprendían con mucho entusiasmo, melodías con cierto aire oriental. Los niños que el resto del año no reparaban en él, ese día lo aclamaban desde la costa, y formaban en el puerto una multitud entre la que se abría paso con sus compañeros magos y los pajes prometiendo «¡Montañas y trolebuses de regalos!». Después, recibía a los críos en el Ayuntamiento sentado en el del centro de los tres tronos y de muchos se sabía hasta el nombre. Cuando lo pronunciaba, se quedaban traspuestos por la consciencia de que el Rey Mago los conociera. «El Rey conoce a todos los niños», les aseguraban sus padres mientras, con los ojos como platos, los crío le entregaban la carta, recogían un puñado de caramelos y le daban un beso. Sabía si habían sido buenos, si habían pedido un piano, vivían en la Calle Mayor, su padre era electricista, su abuela se llamaba Paulita o tenía un perro marrón.
Después, en la cabalgata, se subía a la carroza y abría mucho los brazos, arrojaba caramelos, señalaba a los niños y se les quedaba mirando muy fijamente. Recibía como un rayo continuo, aquel grito que le daba la vida: «¡Gaspaaaaaaar!». Después, antes de irse a entregar los regalos por todo el mundo, se guardaba un rato para releer las cartas. Con algunas se reía mucho mientras que otras le partían el corazón y le hacían sentirse triste, desesperado y cansado.
Antes de irse a entregar los regalos por todo el mundo, se guardaba un rato para releer las cartas
El cansancio fue a más y, fue enfermando hasta que, llegado un punto, un día se tuvo que retirar a su palacio de Oriente, que es como se llama el cielo, así que desde entonces andamos echándole de menos. Con su partida, hizo con nosotros un pacto que ha cumplido desde entonces: regresaría a casa una sola noche al año que es esta del 5 de enero. La única condición para su visita es que, a su llegada, debemos estar dormidos tan profundamente que no lo sintamos caminar por el pasillo con los zapatones y el arrastrar de sus ropajes y armiños. Tampoco nos despertaremos cuando se siente al borde de la cama a adorarnos como a aquel Niño de Belén, y nos acaricie el pelo como a los críos un día fuimos, que hoy seguimos siendo. Así nos susurrará al oído palabras de cariño que, a la mañana siguiente, no seremos capaces de recordar. Se aparecerá, como mucho, entre la niebla algodonosa de los sueños, abriendo la puerta de la habitación, y el trasluz de la lámpara del pasillo, que hoy dejamos encendida, lo perfilará en brillos de cabellos dorados, rubíes, esmeraldas, capa y corona. Sabremos que ha sucedido, que este año también ha venido, porque mañana nos despertamos con el recuerdo de su tacto, su bondad y su maravillosa magia con la que sobrellevamos su ausencia los demás días del año.
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