el ángulo oscuro
Aranceles y tratados de comercio
Se trata de una estrategia muy arriesgada; pero en modo alguno es la acción de un orate, como pretenden los loritos sistémicos
Escritores en la picota
Nos gobierna una patulea choni
Ha bastado que el bocazas de Trump anunciara sus famosos aranceles para que los capataces del pudridero europeo activasen su maquinaria propagandística, anticipando que las compras en el supermercado se encarecerán. Hasta hace cuatro días, nos decían que seríamos pobres pero felices; ahora, viendo ... que la felicidad se resiste, buscan compulsivamente culpables que distraigan nuestra atención de los expolios que promueven. Ayer mismo, culpaban de nuestra pobreza a «la guerra de Putin» (que provocó el alza del precio del aceite, pues Ucrania estaba llenita de olivos arrasados por las bombas rusas); desde hoy la culpa de que se dispare el precio de las naranjas la tendrán los aranceles de Trump, pues los naranjales que nos aprovisionan tienen su sede en Nebraska. Y el doctor Sánchez, que tiene la suerte de gobernar un pueblo hecho papilla, ya se ha apresurado a anunciar el saqueo de miles de millones para disminuir el impacto de los aranceles trumpistas; de este modo, el sobreprecio por los productos españoles que tendrían que apoquinar los gringos lo vamos a abonar los paganos de siempre.
En cuanto a Trump, no hace sino servir al designio protervo de la nación que preside (que no es otro sino enriquecerse sometiendo al resto de pueblos). A simple vista, parece que pretende instaurar el «estado comercial cerrado» preconizado por Fichte; pero ante todo desea acabar con las dinámicas de la globalización y recuperar aquella edad dorada de los Estados Unidos, cuando una familia numerosa se podía sostener holgadamente con un solo sueldo. Es lo que ha prometido a sus votantes; y para ello debe traer de vuelta, aunque sea a rastras, las empresas deslocalizadas y, a ser posible, captar también las de otros países, incluidas las europeas.
Además, mediante la imposición de aranceles, Trump pretende depreciar el dólar. De este modo, la industria estadounidense será más competitiva a nivel mundial; podrá compensar el déficit comercial y reducir los costes de la deuda pública; y logrará que su divisa vuelva a ser la preferida de las transacciones internacionales. Se trata de una estrategia muy arriesgada; pero en modo alguno es la acción de un orate, como pretenden los loritos sistémicos. Los aspavientos y jeribeques de los capataces del pudridero europeo no son sino maniobras de distracción, mientras se aprestan a saquearnos; y después llegarán a un pacto provechoso para su amo, a quien ahora presentan como antagonista. Pero, como nos enseñaba Pemán, «dos luchadores que pelean acaban siempre manchándose de la misma arena, la del estadio en que ambos luchan. [...] Cuando ponga la radio y oiga que una nación cualquiera está dirigiéndose a España con palabras violentas e irreconciliables, el actor bien impregnado de anestesia histórica puede repantigarse en su butaca y murmurar: 'En fin, ¡todo esto acabará en un tratado de comercio!'». Que, por supuesto, será beneficioso para el mismo que ahora nos impone aranceles.
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