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ABC Cultural

Santi Moix: «Con los años, ya no me avergüenzo de saber dibujar»

El artista afincado en Nueva York expone en el Espai Volart una antología de su obra

En las entrañas del coleccionismo español

Santi Moix, en su estudio de Barcelona INÉS BAUCELLS
Sergi Doria

Sergi Doria

Barcelona

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Pintor, grabador, dibujante, ceramista, ilustrador y escultor, el barcelonés Santi Moix reside desde 1986 en Nueva York, aunque ya antes ejerció de ciudadano del mundo por Francia, Italia, Marruecos, China, Japón… 'La costa de los mosquitos', antología de su obra entre 1998 a 2022 en el Espai Volart de la Fundación Vila Casas, rinde homenaje a la novela de Paul Theroux que fue película con Harrison Ford. También al mosquito al que el pintor admira «por su capacidad de tocarte las narices».

Cribar veinticinco años de trabajo artístico se le antojaba a Moix «una incómoda arqueología de sí mismo». Y delegó la tarea en Enrique Juncosa: «Necesitaba un comisario que sepa captar mis fragilidades. Que se divierta con una mirada desde fuera que te ayuda a aprender».

Si tuviera que trazar una evolución desde sus primeros trabajos neoyorquinos a los frescos en la iglesia románica de Sant Víctor de Seurí, pasando por los murales del Brooklyn Museum, las acuarelas marroquíes, la tienda Prada del Soho, o las ilustraciones de Rabelais (Acantilado) y Twain (Galaxia Gutenberg), Moix lo tiene claro: «Con los años, ya no me avergüenzo de saber dibujar. El arte en Cataluña lo rige la pintura conceptual: dibujar se considera arcaico. De ahí que mi obra primeriza sea pintura al óleo para disimular lo real con la abstracción».

Libertad americana

Hablamos en su estudio, que fue un amplio almacén de muebles antiguos en el barrio de Gracia. Una acuarela de Gargantúa sirve de icono para la conversación: «En Estados Unidos he sido libre. El galerista anglosajón no tiene prejuicios sobre el medio que utilizas para expresarte. Le interesa que seas único en lo que haces, sin importar los medios utilizados. Aquí, por desgracia, no es así; el MACBA se centra en una única disciplina artística: ignora a quienes hacemos un arte representativo y utilizamos materiales tradicionales con una visión contemporánea».

El retrato del artista adolescente conoció momentos trágicos. Moix nació en 1960 pero perdió a sus padres en 1962, engullidos por las riadas que asolaron la comarca catalana del Vallés. A pesar de esa traumática experiencia recuerda haber sido un niño muy feliz: «Tuve mucha suerte con los padres que me adoptaron junto a mis dos hermanos. Si me dedico a la pintura es porque en casa me apoyaron desde niño».

«En Estados Unidos he sido libre. El galería anglosajón no tiene prejuicios sobre el medio que utilizas para expresarte»

El primer aprendizaje fue en un centro cultural de Las Marcas en Italia. Allí lo inscribió su padre cuando tenía 13 años. En aquel lugar campestre, «donde aprendías a pintar sin ser la típica academia», siempre pasaban cosas: «De golpe aparecían Fellini y Mastroianni a punto de rodar 'La ciudad de las mujeres'». En 1986 la curiosidad por la pintura norteamericana le empuja a viajar a Nueva York con los pocos ahorros de algún cuadro que había vendido: «Al principio pintaba lo que podía en cartones, pero me fue bien enseguida. Llevaba en el bolsillo las fotos en blanco y negro de mis obras, como un muestrario. Cuando un posible cliente las vio y les dije que eran de los últimos meses me puso en contacto con el galerista Paul Kasmin».

Su vida en Brooklyn cumple con divisa daliniana de que la rutina es el paraíso del artista: «Me levanto temprano voy en bici y a las siete me encierro en el estudio con mi bocadillo y mi manzana. Doce horas después intento seguir con otra cosa sin aburrirme. Con los años me he quitado de encima esa conciencia de culpa tan catalana».

Moix, en su estudio, enfrascado en una pintura INÉS BAUCELLS

Entre sus anécdotas neoyorquinas, una de las que dejan huella. Fue en 2007 en un parque horroroso del Soho al que llevaba a su hija el domingo por la mañana. «La pequeña había hecho amistad con otra niña mulata a la que acompañaba su padre con gafas de sol: ¡era David Bowie! Estuvimos tres domingos hablando de arte y amistades comunes. Me comentó que había estado en Barcelona y le había gustado mucho. Hasta que, el tercer domingo, alguien irrumpió con un teleobjetivo. Al domingo siguiente, Bowie ya no volvió».

La pintura de Moix tiende, cada vez de forma más explícita, hacia una representación expresionista que Juncosa califica de «mitopoética». El comisario subraya la originalidad de las piezas realizadas con el maestro ceramista Joan Raventós y la imaginería de artista: flores, insectos, pájaros, pero también escenas deudoras del cómic y los dibujos animados.

Al igual que otros creadores que triunfan en el extranjero es inevitable plantear a Moix si se siente reconocido en su tierra: «No me preocupa. Aquí se funciona en capillitas que no van conmigo».

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