Reloj de arena
Chari Moreno, La Ramona: Demasiado corazón
La artista y cómica trianera viajó por medio mundo e hizo cine, teatro, y televisión con la mismísima Sara Montiel

Nació en el corral de Las Flores, en Triana, en una de las covachas al fondo del patio, donde quizás la margarita soñaba con ser romero y no crecían dalias que lloraran la desgracia de los Montpensier. Era un corral más de la calle Castilla, ... con ese aroma de foto vieja donde las abuelas zurcen sobre lo zurcido y los niños miran a la cámara desde la inocente felicidad de la escasez. Chari Moreno con quince años ya recibía en aquella casa a los mánager para contratarla . Y a la abuela había que despistarla por algún lugar del corral o del barrio, porque sufría del mal de las abuelas: ese síndrome que eleva al nieto o a la nieta a ser lo mejor del mundo. Uno de aquellos busca talentos le preguntó a la quinceañera Chari Moreno qué es lo que sabía hacer. Y lo hizo un día en el que no pudieron despistar a la abuela de Chari que estaba presente en la conversación. La señora clavó la espada de su mirar en las entendederas del busca tesoros y le dijo: «Lola Flores al lado de mi niña es…» Su frase olía y no precisamente a albahaca. Chari no fue jamás a ninguna academia. Todo el arte que la adornaba lo traía de fábrica, de nacimiento. Y con ese patrimonio hizo las maletas y se echó a los caminos del espectáculo: Rusia, Japón, China e Hispanoamérica. No fue nunca Lola Flores. Pero en la plata de su divisa brillaba la simpatía que le dio su sitio en las prietas filas del espectáculo.
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Chari se pasó cinco años de su vida en la mejor de las Venezuelas posibles. Aquella que hacía brotar petróleo de las fuentes públicas y que adornaba el bienestar de la gente con el verde esmeralda de los dólares. En Caracas se casó con un italiano campeón de lucha libre, un tal Tony Garibaldi , con el que vivió días de vino y rosas. Hasta que las rosas se convirtieron en crisantemos por el fallecimiento de su madre. Quedó enterrada en tierras caraqueñas. Chari regresó a Sevilla con una hija de dos años para seguir su carrera. Pasó varias temporadas en la compañía de Juana Reina, como artista cómica. Y acompañó sobre las tablas a Luis Cuenca, a Emilio Laguna, a Fernando Esteso ; trabajó en el cine con Maribel Verdú, con José Luis López Vázquez … Con Pepe da Rosa, Paco Gandía y Josele entró en crisis porque se acabó el petróleo cinematográfico de aquel cine de la transición y con Los Morancos se hospedó en la televisiva serie de Pensión El Patio... Hizo teatro, cine, televisión y variedades. Con Antonio Banderas , antes de convertirse en un zorro cinematográfico en Hollywood, intervino en «La otra historia de Rosendo Juárez» y cuando Sara Montiel le dijo ven y ven y ven no lo dudó un instante y se convirtió en la ayuda insustituible de la manchega en la serie para televisión «Sara y punto».
«La Ramona venía de fábrica con la vitola de artista. Con quince años iban a buscarla los contratistas al corral de Las Flores»
Físicamente no destacaba por el poder de sus caderas, ni por unas piernas infinitas, ni por un rostro hecho para los piropos. Prima hermana de La Tata, encarnaba el biotipo corriente y moliente de la talla castiza, ajena a exquisiteces y amaneramientos y pródiga en tonos decibélicos que rozaban la barrera del sonido. Era cómica dentro y fuera de la escena . Y resultan inolvidables aquellos movimientos suyos, vestida de flamenca, con una flor en todo lo alto de la cabeza, dirigiéndose al público para decirle: «mira lo que hago con el pie». Y lo movía como si estuviera haciendo un calentamiento de tobillo. La gente se partía. Porque derrochaba gracia, humor, simpatía y caricatura. Todas esas virtudes profesionales se las premió Mario Moreno Cantinflas tras verla actuar en Madrid. El gran actor cómico mexicano se levantó de entre el público, se quitó un cordón de oro que enjoyaba su cuello y se lo regaló entre la emoción y la entrega de una sala puesta en pie aplaudiendo a ambos artistas. Pero además de sus cualidades cómicas, Chari, a la que Pulpón bautizó como la Ramona para aprovechar sus kilos de popularidad , tenía un corazón digno de estudio.
«Paseó sus dotes de cómica por Rusia, Japón, China e Hispanoamérica. En Venezuela se llevó cinco años y tuvo a su hija Tere, bailaora»
La Ramona era profundamente sentimental. Conducía un seiscientos y cada vez que veía un perro abandonado lo recogía y se lo llevaba a su casa; trabajando en Madrid para la compañía de la vedette Tania Doris, con apartamento alquilado a Máximo Valverde, preparó la cena de Nochebuena para más de cuarenta personas del equipo de baile, en su mayoría extranjeros o lejos de su hogar. Comieron en las escaleras y hasta en los ascensores porque el apartamento era diminuto. Sirvió de cabeza de puente para muchos compañeros que trabajaron en Japón, dado el conocimiento que trabó tras su gira por el país de los samurais, con la gran bailaora nipona Yoko Komatsubara. Y a la madre que dejó enterrada en Caracas nunca la olvidó. Un año envió a su hija Tere, conocida bailaora , a que viera el estado en el que estaba el mausoleo. No lo encontró. Y para evitarle un disgusto en sus años postreros, Tere fotografió una tumba sin nombre que tenía un aspecto espléndido. Esa pena no se la llevó al mundo del silencio, donde la Ramona, la mujer de la voz tronante, se fue demasiado pronto, para darle alegría a la eternidad con un corazón así de grande…
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