Reloj de arena
Ricardo Pachón Capitán: El viaje interminable
La vida de este productor discográfico y televisivo es un par de banderillas en todo lo alto del morrillo de la vulgaridad

Siempre le gustó viajar, conocer, mirar, descubrir y gozar. Y ha viajado por dentro y por fuera, por las carreteras personales de la nación de su alma y por esos caminos que te llevan a Fez , a Nueva York , a ... Londres o a La Habana . Para los viajes interiores se montó más de una vez en aquellos autobuses de la línea LSD que atravesaban los paisajes lisérgicos de la contracultura californiana.
Para viajar como uno de los productores discográficos y televisivos más sobresalientes del país se montó en unos follones indescriptibles con compañeros de viajes peleados con la normalidad. Guarda un parecido razonable con el actor Gene Hackman . Pero estoy seguro de que le gustaría parecerse más a Diego del Gastor . O a algunos de aquellos gitanos fragüeros que mandaban en la Triana pura de sus años más juveniles.
En su currículo académico figura que se licenció en Derecho en Sevilla y se doctoró en Nancy, Francia. Pero lo más cercano que estuvo de su carrera fue los dos libros que el catedrático Jiménez Fernández le entregó para llevárselo a Londres a Salvador de Madariaga. Ya por entonces, años sesenta, Ricardo vivía en Londres, en un barco a orillas del Támesis , ganándose la vida tocando la guitarra con un grupo flamenco que parecía un mapamundi: una venezolana, un australiano, un chino y un sevillano.
Licenciado y doctorado en Derecho, lo más cerca que estuvo de ejercer fue cuando le llevó a Madariaga dos libros de Jiménez Fernández
Una noche, mientras la fiesta sonaba por alegrías en un restaurante polaco, saltó a bailar un tipo con unas hechuras increíbles y un sentido del ritmo fuera de lo común. El espontáneo acabó siendo aplaudido por el público del restaurante. Era nada más y nada menos que Rudolf Nureyev , que tras gira por Inglaterra jamás regresaría a Rusia.
Pero Pachón sí regresó a España y continuó su viaje en busca de no se sabe muy bien qué. Le atraía sobremanera el mundo gitano, el de un pueblo y una raza que mantenía pura su cultura y por sus venas aún no corría ningún caballo desbocado por las nuevas costumbres. Trabajando para una firma de cocinas de formica, en un viaje hasta Málaga, paró en la venta Vargas en San Fernando .
Y conoció a un chinorri rubio, calorro, mocoso y llorón porque un americano se había sentado encima de su guitarra. Ricardo alivió su dolor con dos mil pesetas y alargó al mocito hasta Algeciras. Años después le confesaría que también le sacó otras dos mil pesetas al yanqui que hizo de su guitarra un apunte cubista.
El niño era Camarón de la Isla . Y Ricardo asegura que ya llevaba en sus maneras el aura que distingue a los elegidos para la gloria. Con Camarón firmó uno de los fracasos discográficos más indiscutibles del flamenco. «La leyenda del tiempo», con letras de Lorca, Villalón y Omar Khayyam, y unos seis temas musicados por el propio productor. El disco figura hoy como uno de los tesoros del nuevo flamenco y en su intrahistoria hay secuencias que no desentonarían en el manifiesto surrealista de Breton.
La Leyenda se fraguó en un chalé que Pachón tenía en Umbrete. Allí se reunieron los Amador, Juan el Camas, Manolo Molina, la Lole y la Chispa . Un mal entendido estuvo a punto de frustrar el proyecto. La Lole le hizo la cama a Camarón con las sábanas de la casa. Pero la Chispa traía en su maleta unas propias para su marido.
Durante la preparación de la «Leyenda del tiempo» saltaron chispas entre Lole y la mujer de Camarón por una cuestión de sábanas
La cosa se calentó, la discordia se prendió y hubo fandangos con sentencias inapelables. Por unas sábanas… Pachón es gran parte de la producción musical sevillana de los setenta y ochenta. Produjo el Garrotín de Smash, los tres primeros discos de Lole y Manuel, hizo debutar a Veneno, trabajó con Imán Califato Independiente, con Tabletón, con Silvio y Luzbel y con Sacramento, con Pata Negra, con los Montoya, con Diego Carrasco, con la Macanita… Así hasta darle la vuelta al planeta del flamenco y al mundo del rock. Estuvo en todos los guisos de aquellos años tan osados como vertiginosos. Haciendo su camino, su viaje. El disco de Veneno, cuya carátula original la diseña Pachón, está hoy valorada en el mercado casi como si fuera un Banksy.
Era tan innovador y osado aquel vinilo que, el director de la CBS en Madrid, reunió en la sala de escuchas a todo el que le pareció oportuno. Quería testar que habían hecho Kiko Veneno y los hermanos Amador. Nadie quería hablar, todos se miraban furtivamente. Un tipo levantó la mano y lo bordó: «o el disco es una genialidad o es la mierda más grande del mundo» .
En los años noventa me lo encontré en La Habana, en el barrio del Vedado, colorao como un framboyán. Iba buscando músicos y música. Sol y son. Para seguir ese viaje interminable que le ha dado sentido a su vida ya soñando por el Callejón del Agua o en aquella moto de los mánager.
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