QUEMAR LOS DÍAS
Que pare ya
Sin agua no somos nada, pero sin sol, los sevillanos, tampoco
Era verano la primera vez que viajé a La Coruña, para participar en su Feria del Libro. El tiempo era esplendoroso, con un sol rutilante y una luz que no tenía nada que envidiar a la de Andalucía. Me recordó mucho, de hecho, a Cádiz: ... una ciudad alegre, recoleta, manejable, encantadora. El escritor Fernando Ontañón, a quien conocí en aquella visita y que se ha acabado convirtiendo en un buen amigo, me previno: esto no es lo normal, no es nuestro clima. Dos o tres años después me invitaron a presentar un nuevo libro en la ciudad, y esa vez hacía un tiempo de perros: viento, lluvia, ambiente de fin del mundo. Volví a compartir velada con Fernando y entonces me lo aclaró: esto ya sí es La Coruña. Sin embargo, lo asumía sin una pizca de queja, como si apreciara incluso, de algún modo, aquel clima tan desapacible.
Me he acordado de aquello al ver un vídeo de Jorge Cadaval, de Los Morancos, que circula por redes en el que, imitando el acento gallego, el humorista nos invita con gracia a imaginar que Sevilla se ha convertido en una nueva provincia de Galicia por mor de la lluvia y el mal tiempo.
La meteorología siempre ha sido un tema recurrente en las conversaciones intrascendentes y cuando no hay mucho de qué hablar. En estas semanas, en cambio, el mal tiempo se ha convertido en el asunto central de nuestras vidas. Este tiempo de perros es sin duda una alegría para nuestros campos y pantanos, pero si continúa mucho más así acabará por destrozarnos a todos los nervios.
No podría vivir en Galicia ni en una ciudad sin sol. Estas semanas tan atípicas me han bastado para comprobarlo: necesito la luz tanto o más que el agua. Los sevillanos no somos plantas de interior: estamos hechos a la intemperie, al cielo descubierto, a la calle. Ahora que se cumplen cinco años de la declaración de pandemia, recuerdo también las primeras semanas de confinamiento, y lo doloroso que resultaba contemplar cómo la primavera iba cogiendo cuerpo al otro lado de las ventanas. Aquella primavera fue esplendorosa; la fragancia del azahar se colaba por los resquicios llenando los espacios cerrados de sensualidad; la vida explotaba en cada arriate, y todos parecíamos escolares castigados sin recreo. El castigo de ahora parece más bien una tortura. Sin agua no somos nada: es un requisito indispensable para la existencia. Pero sin sol, la existencia se amustia. El sol nos construye, es el tejido de nuestra alegría. El sevillano lo lleva en sus venas, igual que su apego a vivir de puertas hacia fuera y su espíritu callejero. Galicia es una región fantástica, llena de gente encantadora y donde se come como en pocos sitios. Por eso está muy bien viajar allí y disfrutarla. Que Galicia nos visite y se quede tantos días con nosotros ya es otra cosa.
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