una raya en el agua
El reparto de la vergüenza
La peor solución a la cuestión migratoria es el empate aciago de un PSOE y un PP remolcados por la xenofobia de sus aliados
QueMazón
Democracia bastarda
Para hacer política con la inmigración hay que tener primero una política sobre la inmigración. Vox y Junts, por ejemplo, la tienen, y muy parecida en su trazo de brocha gorda: inmigrantes irregulares fuera y los regulares ya veremos. La extrema izquierda también, a ... su manera: brazos abiertos, todos para adentro y aquí nos apañaremos. Ninguna de esas opciones es viable, pero el problema es que los partidos sistémicos –digamos mayoritarios para encajar mejor a este PSOE poco comprometido con el sistema– carecen de criterio para abordar la cuestión con un enfoque estratégico y se limitan a dar bandazos al socaire de los acontecimientos. Así vamos tirando, más mal que bien, sin que el Gobierno y la oposición se pongan de acuerdo sobre un asunto susceptible de convertirse en emergencia nacional aunque ni el uno ni la otra quieran verlo y se lo arrojen a la cara en su eterno y estéril enfrentamiento. Espóiler: no hay solución, ni siquiera apaño, posible sin consenso.
Y como el consenso también es imposible, sea en materia migratoria, de Defensa o de lo que sea –costó Dios y ayuda que lo hubiera… ¡¡sobre la ELA!!–, sólo tenemos decisiones arbitrarias impropias de una sociedad europea. Hasta ahora al menos había una cierta cordura en los planteamientos de un PP dispuesto a ser razonablemente solidario en las autonomías que gobierna, pero se la ha cargado al aceptar el pacto con Vox en Valencia. Con ese acuerdo que asocia de forma explícita inmigración a delincuencia se ha puesto a la altura de los separatistas de ultraderecha, aunque todavía no haya llegado a exigir como requisito de entrada el aprendizaje de la lengua. Ya no está en condiciones de reprochar a Sánchez que proceda a ese reparto de la vergüenza que sobrecarga de 'menas' a las comunidades saturadas porque Cataluña y el País Vasco, donde mandan sus socios de cabecera, se niegan a aliviar el colapso de los servicios de acogida en Canarias o Ceuta.
Que también son parte de España pese a que sus ciudadanos tienen motivos de sobra para sentirse abandonados, y no sólo por el lamentable desentendimiento de la población peninsular ante las llegadas masivas de africanos. Y tendrán más cuanto mayor sea el egoísmo y la miopía de una dirigencia institucional empeñada en hacer del hecho migratorio una herramienta de conflicto partidario. Un problema de por sí antipático, porque al final se trata de decidir sobre el destino de miles de seres humanos, sólo se puede enfocar con cierta racionalidad mediante una política de Estado, y lo último que cabe hacer con él es lo que ha hecho el presidente: trocearlo con fronteras internas para satisfacer la xenofobia de sus aliados. Cabía esperar, sin embargo, que la derecha moderantista no cayese en la tentación de espejarse en la conducta irresponsable –peor, desaprensiva e inmoral– de su adversario. No hay avance factible con ese empate aciago.
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