QUEMAR LOS DÍAS
A golpes con los sueños
En mis sueños, todavía están todos. Por eso sé que no han muerto
Infelices los que no sueñan. Las noches de implacable calor tienen la cualidad de que dormir resulte más difícil, y el descanso es menos reparador. Como compensación, se sueña más. Ya hace ocho meses que el viejo nos dejó, a finales de mes hubiera cumplido ... los 77. Pero en mis sueños, papá sigue vivo. Estoy con él, viene a verme a casa o yo voy a la suya. Paseamos por la calle, tomamos una cerveza en la bodega. Se ríe, enseñando los desastrosos dientes de la última etapa, o bien suelta un chascarrillo. Hemos visto juntos al Sevilla de la pretemporada, y se queja con la misma contundencia de la mediocridad de los nuevos fichajes. Cuando despierto, no siento tristeza, ningún atisbo de pena: él sigue allí dentro, como si no se hubiera ido.
Hablo de ello con mi mujer. Ella ya perdió a su padre hace muchos años. Cada vez sueña menos con él. Y, sobre todo, le cuesta recordar su voz. Es algo que, supongo, se va perdiendo con el tiempo. En mis sueños, el tono de voz de papá no ha perdido un ápice de vigor. También sueño muy a menudo con Mari, la hermana de mi mujer. Han pasado más de diez años, pero sigo viéndola con total precisión, y escucho perfectamente su voz. A mi mujer, en cambio, le cuesta más soñar con ella. Asistió su muerte hasta los últimos momentos, vivió muy de cerca cómo la puñetera enfermedad la corroía, y esa experiencia ha enturbiado sus recuerdos. Le cuesta más recordarla con su aspecto saludable, ese con el que se pasea en mis sueños.
Alicia, mi hija, acaba de leer La Metamorfosis de Kafka. Me comenta que le ha sorprendido, para bien. Esto me recuerda que pasé buena parte del invierno leyendo los diarios del praguense. En ellos, la presencia del sueño es constante. Kafka dormía mal, sufría largos episodios de insomnio. La ligereza de su descanso hacía que disfrutara de sueños muy vívidos, algo que sin duda influyó de forma determinante en su obra desde el punto de vista creativo. Una entrada de su diario dice: «Transcurre toda la noche en un estado en el que realmente duermo, pero a la vez me mantienen despierto unos sueños de gran intensidad. Duermo literalmente junto a mí, mientras yo mismo tengo que andar a golpes con los sueños».
El sueño pertenece a la vida, y también es vivencia. Sin la vivencia de esos sueños, Alicia no hubiera conocido a Gregorio Samsa transformado en insecto, ni yo me acordaría de Josef K., el protagonista de El proceso, cada vez que tengo que presentar una factura electrónica ante la Administración. En mis sueños me encuentro con el viejo, y con Mari, quizá también con mi tía, pero siempre son agradables: escucho sus voces y por eso sé que no han muerto. Esta noche, la siguiente, quizá ya dentro de una semana, espero encontrarme de nuevo con ellos.
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