la tercera
Hispanofobia en los museos españoles
Resulta sorprendente que la exposición 'La memoria colonial en las colecciones Thyssen Bornemisza', adolezca de semejante falta de rigor desde un punto de vista historiográfico
Los séniores y el dorado
Elogio de la fobiofobia

En la escena final de su última y extraordinaria película, 'Testamento' (2023), el cineasta canadiense Denys Arcand muestra los resultados de la cultura de la cancelación, última exportación cultural y educativa de unos Estados Unidos en rápida decadencia. Para nuestra desgracia, no otros que la ... multiplicación del odio antioccidental y el triunfo del resentimiento, disfraz apenas disimulado de los nuevos totalitarismos. Una mujer y un hombre asiáticos, vestidos con trajes de protección, intentan recuperar lo que queda de una valiosa pintura decimonónica en una residencia de ancianos de Québec. La obra rememora la fundación francesa de la ciudad y, poco antes, ha sido borrada, debido a las amenazas de una banda organizada de jóvenes guardianes de la ortodoxia cultural acampados en la entrada. Como tantas obras historicistas, inventadas, pretendió reflejar un supuesto momento feliz, la llegada del francés –y blanco– Jacques Cartier para establecer allí un asentamiento en nombre de su monarca. Fracasó tres veces, mas la obra evoca uno de sus «primeros encuentros» con indígenas, algunos iroqueses «de piel naranja». Cruces, espadas, lanzas, arcos y flechas, enmarcan la escena. Los restauradores tienen que eliminar las capas de pintura blanca. El borrado ha tenido lugar poco antes, por orden de la asustada directora del establecimiento. Ante la protesta de los acampados, que turban la paz de los residentes, ha preguntado a sus cobardes superiores qué debía hacer. Le ordenan que lo solucione como pueda y no moleste más a las autoridades, siempre tan ocupadas. Lo arregla, en efecto, cediendo a las demandas de la jefe 'rebelde'. Esta decide, una vez la pared ha quedado blanca, irse con el ruido a otra parte, a cancelar una cercana obra de teatro 'ofensiva'. ¿Terminan ahí los problemas de la abrumada directora? No, en absoluto. Dos representantes del patrimonio, escandalizados, ordenan la recuperación de la pintura. La funcionaria es cesada. En la fábula de Arcand, la conclusión remite a un humanismo voluntarista y necesario. En la realidad, existen menos motivos para la esperanza.
Iniciativas recientes en museos occidentales y, en particular, en los españoles, aplican la misma ideología iconoclasta, cuyas raíces provienen de un marxismo-leninismo primario apenas disimulado, mezclado –sancochado diríamos en el Caribe hispano– con textos literarios del realismo mágico y visiones delirantes carentes de validez científica. Resulta sorprendente que la exposición 'La memoria colonial en las colecciones Thyssen Bornemisza', que se acaba de abrir en ese museo nacional, adolezca de semejante falta de rigor desde un punto de vista historiográfico. No solo se trata de una mala exposición, porque desconoce recientes contribuciones imprescindibles sobre la historiografía de la primera globalización (el período que se supone comprende de manera primordial), sino de una exposición mala, desmotivadora.
Las obras exhibidas, en un contexto museográfico calificable como martirial, depreciador de su valor icónico, lo cual es incomprensible, han quedado vilipendiadas de antemano. Bajo el habitual paternalismo, eso sí que es etnocentrismo europeo, cartelas y textos afirman con convencimiento militante que el mal reside aquí. No se muestran solo obras de arte. Se exhiben consignas en un espacio museístico enmarcado con 73 obras expurgadas de las propias colecciones, para dar ejemplo. ¿De qué? Pues de «decolonización», término ni siquiera existente en el Diccionario de la RAE, que remite, según parece, a «descolonización», o sea, a quitarse o arrancarse «lo colonial», como si fuera un grano de pus y eso resultara posible.
Según indican los autores (página 73 del catálogo), para «superar un debate desde un yo-egoico dentro del orden moderno-colonial», hay que asumir «nuevos conceptos». Qué decepción. Semejante catarata de lugares comunes no logra disimular que la exposición sigue una tesis previa, viejuna dirían algunos, antioccidental, antieuropea, antihispana por definición y antibarroca en su realización, pues el mestizaje es «el malo de la película» (entre otros). No resulta fácil discernir en párrafos saturados con la clásica verborrea mal traducida de los llamados «estudios culturales», como este de la página 42, «en el proceso del diálogo decolonial nos hacemos comunes unas/os a otras/os, pues se deja de recrear el proceso de cosificación de la alteridad», lo que quieren decir. Pero en la 122, por ejemplo, vemos la luz, metafóricamente hablando: «Las mujeres africanas y nativas fueron concebidas como un sujeto pasivo presto a ser dominado por lo que, a propósito de la conquista española en América, se ha denominado el ego fálico del conquistador. En este sentido parece acertado poner en entredicho el eufemismo del concepto de 'mestizaje'». ¡Semejante despliegue y resulta que la práctica de 'decolonizar' implica el fomento de la limpieza de sangre, el típico racismo ilustrado y la hispanofobia! No es de extrañar que una obra fundamental como 'El pensamiento mestizo. Cultura amerindia y civilización del Renacimiento' (París, 1999), del francés Serge Gruzinski, ni se mencione. Pues explica el mundo moderno, con sus mezclas étnicas y culturales, tan hispanas, tan 'oprobiosas'. Dos libros imprescindibles, 'Modernidad, mestizaje y ethos barroco' (México, 1994) del maestro ecuatoriano Bolívar Echeverría, o la compilación 'Transatlantic Hispanic Baroque' (2014), ni están ni, en este contexto, cabe esperar que sean visibilizados. Son monografías renovadoras, decisivas, no refritos gringos.
En diferentes ocasiones, directores, curadores y autores de esta exposición del Museo Thyssen apuntan a la necesidad de clarificación, de modo que puede ser útil señalar algunas cuestiones subyacentes. En particular, para prever otras operaciones de iconoclasmo, o de descarte y entreguismo del patrimonio nacional español que se puedan estar preparando. Los museos españoles no necesitan ser 'decolonizados', pues aquí nunca ha habido museos coloniales. En su última versión museográfica, que ahora se somete a una inmisericorde purga, caso de los museos de América y Antropología, mediante la imposición de jerga indigenista en cartelas y narrativas, lo que se 'decoloniza', procede de los años ochenta y primeros noventa del siglo XX. Lo que se destruye es la versión oficial del 92, el Quinto centenario del descubrimiento de América-Encuentro de dos mundos (denominación oficial).
El esfuerzo realizado entonces, característico del Estado cultural de una España confiada y feliz, tras la exitosa transición política a la democracia, para poner al día exhibiciones, patrimonio y ciudadanía democrática, lejos de fomentarse, se menosprecia. Otro elemento fundamental, en la medida en que los términos 'colonialismo' e 'imperialismo' se inventaron a fines del siglo XIX –cuando España ya no tenía imperio– por los victorianos británicos, maestros en la creación de narrativas tóxicas, tiene que ver con el anacronismo para España y las culturas hispanas globales de esta operación de resignificación simbólica, imposible de encajar con nuestra historia y experiencia mestiza de la cultura y de la propia vida. Por supuesto, donde sí hubo museos coloniales fue en las potencias emergentes de la revolución industrial: Gran Bretaña, Bélgica, Estados Unidos, entre otros. Mientras Leopoldo I de los Belgas esclavizó a los habitantes de sus posesiones y fabricó con cadáveres el «corazón de las tinieblas» descrito por Joseph Conrad, Isabel la Católica prohibió que se esclavizara a los nativos americanos. Esa es la verdadera historia.
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