La tercera
Elogio de la fobiofobia
Lo más peligroso de las necedades es el entusiasmo con que las reciben y difunden las manadas de necios que se sienten halagados por ellas
Votos por una justicia independiente
Un siglo de 'Luces de Bohemia'

Solo la asombrosa elasticidad de las palabras y el abuso que se suele hacer de ella explica que, entre nosotros, 'fobia' haya llegado a significar «enfermedad despreciable que padecen los que no tienen los mismos gustos que yo». Estamos ya muy lejos de su significado ... original ('phobia': miedo, temor) y de su actual sentido clínico: temor irracional, compulsivo y desproporcionado a situaciones o cosas que en realidad no son molestas ni peligrosas, aunque en algún momento pudieron serlo: sangre, altura, oscuridad, arañas, ascensores…
Este cambio semántico (del miedo al odio) ha venido acompañado de una fuerte polarización ideológica. Actualmente no se suelen considerar fobias más que las manifestaciones de antipatía u hostilidad (incluidas las leves) hacia los grupos políticamente correctos: homosexuales, extranjeros, mujeres, islamistas, transexuales… Por el contrario, si la hostilidad, la antipatía o el insulto abierto se manifiestan hacia los militares, los cristianos o los banqueros, no se trata de una fobia: es un mérito curricular para ocupar un alto cargo ministerial en gobiernos como el de Pedro Sánchez.
Tras esta proliferación inquisitorial de supuestas homofobias, xenofobias, transfobias, islamofobias o gordofobias se oculta un doble mecanismo cuya frecuencia e importancia suelen pasar desapercibidas: la interesada confusión de lo personal con lo grupal y la hipersensibilidad para cualquier cosa que pueda ser interpretada como un insulto a la propia tribu (aunque sea trayéndola por los pelos). Un ejemplo tan claro como pintoresco lo provocó la excelente película 'As bestas'. La dramática sencillez de la historia, la calidad del lenguaje cinematográfico, su potente verosimilitud o la universalidad de las pasiones humanas que refleja le ganaron una avalancha de elogios. Pero un espíritu alerta fue capaz de detectar el pecado oculto por tan brillante fachada: denunció su 'gallegofobia', sin emplear esta vez el término, pero calificando la película de «nada sutil ultraje» y «torva e inaceptable mirada sobre Galicia». José Luis Losa, crítico cinematográfico en 'La Voz de Galicia', entendió que si los dos asesinos de la trama eran campesinos que hablan un gallego trufado de groserías era para mostrar Galicia como algo «primitivo, ancestral, sangriento». El que su víctima fuese un francés (con el que tienen un conflicto económico) era acusar al campo gallego de xenofobia irrespirable. De que la Guardia Civil no lograse prevenir el crimen ni localizar el cadáver deducía Losa que el director quería dar a entender «que el medio rural gallego es un territorio sin ley, donde las fuerzas del orden público encubren a los primarios habitantes de la aldea». Y el colmo, denunciaba el crítico, era que el único gallego amable y amistoso con el matrimonio francés les hablaba siempre en castellano. Pues claro, precisamente porque era un amigo y sabía que lo entendían mucho mejor que el gallego, que los otros utilizaban para hacerles sentir su extranjería. ¿Se habría atrevido Sorogoyen –preguntaba el crítico implacable– a situar esta historia entre payeses catalanes?
Las acusaciones pandémicas contra 'loqueamímegustafobia' han adquirido ya tal dimensión que hasta los más reticentes hemos acabado por contagiarnos: «Sí, padre, lo reconozco, me acuso de fobiofobia. Es una sensación de temor mezclado con asco cada vez que es tachada de 'elegetebefobia' una afirmación del tipo «algunos seres humanos tienen dos cromosomas XX y otros dos XY: eso tiene consecuencias anatómicas y fisiológicas». He llegado a la convicción de que los que usan ese arma (los hoy ubicuos policías de fobias) son personas cuyo sectarismo es tan grande como su ignorancia y cuya adicción al dogmatismo no es menor que su vocación inquisidora. Sé que se trata de neopuritanos políticamente correctos, muy parecidos a los católicos ultraortodoxos, e igual de temibles por su intransigencia, su autocomplacencia y su rencor –derivado de la impotencia– que les obliga a agruparse en jaurías».
Se podría proponer una nueva definición de 'sectario alógico': dícese del que siendo incapaz de argumentar frente a cualquier crítica, califica de 'xfóbico' al crítico, siendo x la identidad colectiva con la que él (o ella) se identifica. De esta manera resuelve su incapacidad para defenderse con argumentos y a la vez descalifica por patológico al que le (o la) critica.
La epidemia de seudofobias viene impulsada por una regla que pocas veces falla: lo más peligroso de las necedades es el entusiasmo con que las reciben y difunden las manadas de necios que se sienten halagados por ellas y, además, pueden sacarles beneficios adicionales. Los amantes de los árboles merecen la mayor simpatía, pero la pierden cuando empiezan a denunciar la 'arborifobia' de todo el que decida cortar uno. Probablemente habrá que empezar a considerarla como enfermedad profesional de los leñadores.
Menos imaginativa, pero más significativa, es la llamada 'ergofobia', cuadro ansioso y depresivo que se da en algunos individuos que, al final de las vacaciones, se encuentran ante la perspectiva de volver al trabajo. También llamado 'síndrome posvacacional' (otro día habría que analizar la deriva semántica del término 'síndrome'), los especialistas han descrito en este trastorno múltiples síntomas físicos y mentales, como taquicardia, tensión muscular, sudores fríos, boca seca, náuseas, hiperventilación, trastornos del sueño y la alimentación, sentimientos de tristeza y desesperanza, ataques de pánico, disminución de la autoestima, dificultades de concentración o cuadros depresivos. Además de los gabinetes psicológicos que ofrecen un amplio abanico de terapias contra ella, se ha observado que la 'ergofobia' suele mejorar espectacularmente con una prolongada baja laboral.
Un caso especialmente notable de trastorno es la llamada 'hipopotomonstrosesquipedaliofobia', cuyo significado etimológico, evidentemente, es «miedo a las palabras monstruosamente largas».
No hay que confundir las 'fobiodescalificaciones' de las almas sectarias e incapacitadas para la argumentación con los auténticos enfermos de claustrofobia, agorafobia o zoofobia, que merecen la mayor simpatía y respeto: la fobiofobia aquí defendida nada tiene que ver con ellos, a los que hay que felicitar porque su trastorno, de todos los que recoge la psicopatología, es uno de los que mejor responden al tratamiento médico y psicoterapéutico. La fobiofobia que conviene cultivar se refiere a los otros, a los que tienen siempre dispuesta la acusación de 'loqueseafobia' y, con ella, demuestran que son malas personas, falaces y tramposas, ignorantes y dogmáticas. Sólo esos fobiofílicos merecen ser objeto de la muy noble fobiofobia.
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