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diario de un optimista

El batacazo del cohete de Sánchez

La renta de cada español, tras haber caído durante la pandemia, ahora está estancada. Estamos muy lejos de la moto o el cohete de Pedro Sánchez, algo que todos los españoles pueden ver

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Guy Sorman

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Al elogiar el fuerte crecimiento de la economía española, Pedro Sánchez la comparaba el año pasado con una moto a toda pastilla. La metáfora ya no es suficiente para su ambición, y ahora la compara con un cohete. No cabe duda de que la economía española crece mucho más deprisa que la de la mayoría de los países de la Unión Europea, al ritmo del 2,7 por ciento en la actualidad, frente al 1,1 de Francia, por ejemplo, y el crecimiento prácticamente nulo de Alemania. Pero Pedro Sánchez no tiene nada que ver con esto. No es más que un ejemplo de la clásica fanfarronería de los políticos que permite a los dirigentes aparentar que ellos son la fuente del crecimiento. En realidad, en una economía abierta y liberal como la española, solo los empresarios son el motor del desarrollo, no el Estado. Los gobiernos únicamente pueden actuar desde los márgenes, por ejemplo, suavizando las restricciones de la legislación laboral que desincentivan la contratación. Es lo que se ha hecho en España y ha contribuido a reducir el paro; pero el mérito hay que atribuírselo al Gobierno del Partido Popular anterior a Pedro Sánchez.

La economía es una ciencia severa que no perdona y que no regala nada a los políticos. Cuando estos toman las decisiones correctas, estas pueden a veces tardar varios años en surtir efecto, como en el caso del mercado laboral español, donde la tasa de parados sigue siendo del 13 por ciento, lo que constituye un récord en Europa. Lo único que saben hacer bien los políticos, sobre todo en los regímenes socialistas, es frenar el crecimiento, o incluso prohibirlo, como muestra la historia de todos los países socialistas.

Una vez descartadas las pretensiones del Gobierno de Pedro Sánchez, hay que entender el éxito relativo de la economía española y las razones para su crecimiento, del que no podemos sino alegrarnos. Por desgracia, este crecimiento es ambiguo y no necesariamente prometedor. Se explica en gran medida por la recuperación del retraso acumulado desde la crisis financiera de 2008, seguida de la recesión provocada por la epidemia de Covid. En ambos casos, la economía española se desaceleró considerablemente, un 11 por ciento durante la pandemia, más que la media europea. El sector del turismo se vio especialmente afectado. Por tanto, la tasa de crecimiento del 2,7 por ciento, o al menos la mitad, se explica por la compensación del retraso acumulado.

Otra razón para este crecimiento no va a gustar a todos: se debe en gran parte a la inmigración procedente de Latinoamérica y el norte de África. Estos inmigrantes trabajan y contribuyen al desarrollo económico, ocupando puestos de trabajo que los nacionales suelen rechazar: cosecha, obras públicas, limpieza... Por tanto, el margen generado por los inmigrantes es positivo para el país de acogida. En las economías liberales, el crecimiento demográfico es un factor de crecimiento en todas partes, lo que relativiza la cifra del 2,7 por ciento.

Como la población total ha aumentado, para medir realmente el enriquecimiento de España, sin hacer trampas, hay que dividir la producción nacional por el número de habitantes. Entonces resulta que el aumento de la renta por habitante no es ni mucho menos del 2,7 por ciento, sino del 0,1. En otras palabras, la renta de cada español, tras haber caído durante la pandemia, ahora está estancada. Estamos muy lejos de la moto o el cohete de Pedro Sánchez, algo que todos los españoles pueden ver.

Hemos intentado explicar la ilusión del crecimiento. Nos falta entender por qué el crecimiento no es más fuerte. La razón principal es, sin duda, el carácter poco innovador de la economía española y su dependencia de sectores frágiles como el inmobiliario y, sobre todo, el turístico. El turismo, que no deja de crecer, beneficia ahora no solo a las playas, sino también a las grandes ciudades del país que los extranjeros han descubierto. Esto provoca asimismo una profunda irritación en las ciudades invadidas, como Barcelona. El turismo en su conjunto representa el 13 por ciento de la producción nacional, un porcentaje ingente. Pero este sector emplea sobre todo a trabajadores no cualificados, a menudo inmigrantes. Además, es muy sensible a los riesgos políticos y climáticos, por lo que, a la larga, el desarrollo económico no puede basarse en el turismo.

La economía española se resiente también por la falta de grandes marcas de renombre internacional. Hay una forma sencilla de clasificar el poderío económico de los países: preguntar cuántas marcas de fama internacional pueden nombrar espontáneamente los consumidores. Estados Unidos es el líder indiscutible, seguido de Japón, Corea del Sur, Francia e Italia. España está muy por detrás. Un consumidor europeo mencionará sin duda Zara y, si tiene conocimientos financieros, los nombres de algunos bancos españoles. Pero nada más.

Hoy en día, la globalización impulsa las economías nacionales, y en este sentido, España no ocupa la primera posición. No hay una explicación sencilla para este fracaso. Las causas hay que buscarlas sin duda en la larga historia de España, que durante mucho tiempo vivió encerrada en sí misma y solo recientemente se ha abierto al mundo al incorporarse al mercado europeo. Y, sin embargo, España cuenta con una baza esencial que aún está poco explotada, que es el acceso al mercado latinoamericano. Otra explicación, que también se corresponde con una historia larga, está sin duda arraigada en la cultura española; durante mucho tiempo ha valorado más al aristócrata ocioso que vive de sus rentas que al empresario, a Don Quijote más que a Sancho Panza. Esto está cambiando, como demuestra el éxito de las escuelas de negocios de Barcelona y Madrid. Pero estas nuevas generaciones todavía tienen que llegar a la edad en la que uno quiere crear una empresa, siempre y cuando el Gobierno y el sector financiero apoyen esta nueva ambición.

Más arriba he dicho que la economía es una ciencia ingrata; también es una ciencia a largo plazo. Cualquier reforma iniciada por el Gobierno tarda años en dar sus frutos, siempre que sean positivos. Del mismo modo, la cultura evoluciona muy lentamente. Y una marca no se crea de la noche a la mañana. Hechas estas advertencias, me parece que, en conjunto, el futuro es prometedor. El liberalismo económico ha progresado enormemente en la percepción de la gente, aunque no en la clase política; la apertura hacia Europa es un hecho consumado; los vínculos con Latinoamérica van a reforzarse. Para terminar, si tuviera que formular un deseo político –que no me corresponde en absoluto, puesto que no soy ciudadano español, sino simplemente amigo de los españoles–, sugeriría a Sánchez que deje que el cohete siga su trayectoria sin intentar frenarlo. Que presuma o deje de presumir de éxitos a los que no ha contribuido no tiene, en última instancia, la menor importancia.

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