Cabeza fría
Que no, que Maduro no es un dictador
El Gobierno usa todos los eufemismos posibles para no llamar tirano al tirano. Su connivencia le hace cómplice
¿Cuánto le queda a Sánchez?
¿Qué ha ganado Vox?
Hace solo cuatro meses, después de que Nicolás Maduro prohibiera a María Corina Machado presentarse a las elecciones de hoy, Moncloa despachaba con tres párrafos cinco preguntas escritas de dos diputados del PP, Pablo Hispán y Carlos Floriano. ¿Va a continuar el Gobierno con ... su política de tratar de levantar las sanciones y restricciones a la dictadura venezolana en la UE? ¿Supone esta nueva ola represora un nuevo fracaso en la política exterior del Ejecutivo? ¿Qué es necesario que ocurra para que el Gobierno asuma que Venezuela es una de las mayores y más represoras dictaduras de América Latina? ¿A qué se debe que el presidente no se refiera nunca en público de forma crítica al dictador venezolano o al cubano y sí lo hace respecto a gobernantes democráticamente elegidos como el de Argentina? ¿Considera el Gobierno que las dictaduras cubana o venezolana por ser de izquierdas merecen comprensión o indulgencia?
Estas cinco cuestiones eran completamente pertinentes entonces y adquieren plena vigencia hoy, cuando Maduro acaba de deportar a varias delegaciones de políticos extranjeros –españoles también–, invitadas por la oposición venezolana a vivir las elecciones de hoy. Una cita que tiene poco de libre: «paz o guerra», es la disyuntiva que planteó Maduro el domingo.
Moncloa no contestó a ninguna de aquellas preguntas del mismo modo que hoy no condena esas escandalosas deportaciones. La consigna del sanchismo es no molestar al régimen de Maduro y para ello utiliza todos los eufemismos posibles al hablar, siendo lo más importante no llamar dictador a quien colabora activamente con José Luis Rodríguez Zapatero. «El Gobierno ha expresado su preocupación por la situación de deterioro del espacio democrático en Venezuela y ha condenado las privaciones de las libertades públicas y los derechos humanos», dijo Moncloa hace cuatro meses. Si no es por la vaga mención a los derechos humanos, esa descripción bien podría encajar con la España de quienes hablan de 'lawfare' y presos políticos. Limitarse a hablar de «privación» o «deterioro» democrático cuando, según la última misión de la ONU, Maduro sigue cometiendo «crímenes de lesa humanidad» es, directamente, darle oxígeno al régimen.
La indulgencia del sanchismo con el dictador venezolano no se queda ahí sino que incluye hacer campaña para que se levanten las sanciones europeas. «Son un instrumento temporal, proporcional y reversible, que tienen también como objetivo central incentivar la construcción de garantías democráticas», dijo el Gobierno pese a no existir visos de avances democráticos. Moncloa también se daba golpes en el pecho asegurando que su «principal objetivo» era «la celebración de unas elecciones plenamente democráticas, libres, transparentes y competitivas». Pero hoy –al borde de un posible pucherazo–, el sanchismo asume los argumentos de Maduro en vez de defender a los demócratas deportados. Su silencio y su connivencia le convierten en cómplice del dictador.
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