de lejos
Trump miente y Biden fracasa: el tabú sobre la edad del presidente se ha roto para el Partido Demócrata
Ha quedado en evidencia que el mandatario no está para otros cuatro años en la Casa Blanca, ni tan si quiera otros cuatro meses de campaña
Biden se hunde en un debate que refuerza a Trump
Cinco momentos del debate Biden - Trump: confusión, insultos y adulterio

Cada vez más, se va imponiendo la sensación de que todo lo que sabíamos sobre la política de Estados Unidos no sirve para mucho. Como muestra de hasta qué punto nos estamos adentrando en terra ignota, solía repetirse que los debates presidenciales tenían ... muy poco impacto. A pesar de ser una obligatoria entrevista de trabajo reducida a un clip de 15 segundos, se insistía en que eran muy pocos los votantes que decidían por lo que veían en televisión.
Este cliché de irrelevancia no puede aplicarse al debate entre Biden y Trump organizado por la cadena CNN en Atlanta. El cara a cara de 90 minutos ha resultado excepcional en muchos sentidos: la edad de los candidatos, los antecedentes penales de Trump, las fechas y la organización no institucional con pausas comerciales. Pero con diferencia, lo más relevante ha sido el terremoto al quedar en evidencia que Biden no está para otros cuatro años en la Casa Blanca, ni tan si quiera otros cuatro meses de campaña.
Una minoría del Partido Demócrata se ha comportado como 'hooligans' incondicionales, negando la actuación titubeante e inconexa de Biden que todo el mundo ha podido contemplar frente a la mentirosa certeza de Trump. Sin embargo, la mayoría de los demócratas ha entrado en «pánico», posiblemente la palabra o el concepto más repetido en los post mortem más analíticos del debate. Lo que se esperaba sirviera como impulso a la reelección de Biden, ha terminado por romper el tabú sobre su edad y forzar el debate sobre la necesidad de buscar otro candidato más competitivo (o por lo menos capaz de hacer frente a la deshonesta mendacidad de Trump). Al aceptar un debate con la mayor antelación a las elecciones de noviembre en la historia presidencial de EEUU, la campaña de Biden quería recalibrar la contienda como una elección entre él mismo y un delincuente que intentó un golpe de Estado para revertir un desfavorable resultado electoral.
No hay que olvidar que la inquietante crisis política que sufre tanto Estados Unidos como otras democracias occidentales se apalanca en una profunda crisis de sus partidos políticos, que no han podido resistir el envite de tanto hiper-liderazgo, guerra cultural, divisiones internas, competidores extremistas y Tik Tok. Si los partidos existen para ganar elecciones, los demócratas han terminado por asumir el riesgo de que el trumpismo conquiste, esta vez por las urnas, la Cámara Baja, el Senado y la Casa Blanca.
El problema para los demócratas es que ahora todo depende de una decisión de Biden, conocido por su cabezonería. El sistema de nominación actual, con primarias y convenciones nacionales que formalizan lo que los votantes ya han decidido, se remonta a la década de los setenta. Desde entonces, en los dos partidos, el candidato que gana un mayor número de delegados en las primarias siempre ha recibido la nominación.
La última vez que la convención nacional de un partido político en EE.UU. eligió a un candidato en contra de la voluntad expresa de los votantes fue en 1968. Ese año, el presidente Lyndon B. Johnson era impopular por la guerra de Vietnam y decidió no presentarse a la reelección. Sólo una docena de estados celebraban entonces primarias con voto popular; en el resto, los líderes del partido a nivel estatal controlaron el proceso. Eugene McCarthy se repartió la mayoría de los Estados que votaban con Robert F. Kennedy antes de que éste fuera asesinado en junio en las cocinas del hotel Ambassador en Los Ángeles después de haber ganado las primarias en California. Como alternativa, el vicepresidente de Johnson, Hubert Humphrey, dominó las decisiones teledirigidas por la cúpula del partido.
En la convención nacional demócrata –celebrada en Chicago en agosto, como la de este año– Humphrey ganó fácilmente en la primera votación, pero el partido estaba irremediablemente fracturado. Mientras los delegados votaban, la ciudad estalló en protestas, que la policía de Chicago reprimió con violencia. En noviembre, Humphrey perdió las elecciones generales con 191 votos electorales frente a los 301 de Richard M. Nixon.
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