Santiago 'Matamoros', la versión más extrema del patrón de España que invocaban los cristianos en las batallas medievales
Edad media
La versión belicosa del santo se apareció, según la tradición, en varios combates contra los musulmanes y luego contra los indios en América

Jesús de Nazaret apodó a Santiago de Zebedeo como «el hijo del trueno» por su carácter fuerte y vehemente. No era Thor, pero sí el más impetuoso de los apóstoles. Un guerrero capaz de pasar en cuestión de segundos de la depresión a la ... euforia. El primero en lanzarse hasta los confines del mundo conocido, al finis terrae, a propagar el cristianismo en lo que algún día sería España. Y también el primero en ser asesinado. La tradición medieval da por verosímil ese viaje del apóstol Santiago hacia Hispania en el siglo I, aunque parece claro que su impacto evangelizador no pudo ser muy profundo (los textos hablan de un puñado de convertidos al cristianismo), pero plantea demasiadas dudas y contradicciones a la hora de explicar por qué y cómo años después de su muerte fueron trasladados sus restos desde Judea a Compostela.
Un salvavidas para los cristianos
Más bien parece que el hallazgo de los restos en Galicia, siglos después de su muerte, estuvo relacionado con las necesidades propagandísticas de los cristianos en su lucha desesperada contra los musulmanes a principios de la Reconquista. El descubrimiento del sepulcro y la peregrinación a este fue probablemente el resultado de una estratégica del Rey asturiano Alfonso II y del obispo de Iria Flavia que permitió establecer un cordón umbilical entre la España cristiana, de la que quedaba muy poquito en ese momento, y el resto de la Europa cristiana. A través de esa conexión llegaron a España apoyo militar, intercambio comercial, cultura, riquezas, alianzas políticas... Un aliento para el Reino de Asturias en un momento de total inferioridad de medios.

Muy pronto ese primer Santiago como patrón de los cristianos de Hispania tomó la forma de «Santiago Matamoros», donde el Apóstol Peregrino, portando el bastón y sombrero de peregrino adornado con una concha, se transformó en un guerrero blandiendo una espada sobre un caballo blanco que carga contra el enemigo musulmán. Así lo imaginaron las crónicas medievales durante la batalla de Clavijo, ocurrida supuestamente el 23 de mayo del año 844, cuando «el hijo del trueno» se apareció de esa guisa y se puso a cercenar cabezas de moros en auxilio de los cristianos.
En un abrir y cerrar de ojos, decapitó a 70.000 enemigos y dio la victoria a las huestes del Rey Ramiro I de Asturias, al que, según la Primera Crónica General escrita más de tres siglos después, se le había aparecido en sueños la noche anterior para decirle: «Sepas que Nuestro Señor Jesucristo repartió entre todos los apóstoles todas las provincias de la tierra. Y a mí sólo me dio España para que la guardase. Rey Ramiro, esfuérzate en tu oración y se bien firme y fuerte en tus hechos, que yo soy Santiago. Y ten por verdad que tú vencerás mañana con la ayuda de Dios a todos esos moros…».
Existen enormes dudas sobre lo que ocurrió realmente en Clavijo e incluso sobre la propia existencia de la batalla o que fuera entonces el monarca Ramiro I. No obstante, a la fabulosa creencia de que Santiago había tomado parte en un combate por los españoles le siguieron otras muchas apariciones en los campos de batalla de la península. En la batalla de Coimbra, en 1064, el patrón de España volvió a intervenir de forma decisiva en favor de las tropas de Fernando I de León. Y, a partir de 1150, con la ratificación del citado documento de Ramiro I de puño y letra de Alfonso VII, Santiago pasó definitivamente de ser un benevolente protector de sus peregrinos a ser la Némesis de los infieles musulmanes.
El mito y la realidad, una vez más, se fusionaron sin que fuera posible diferenciar dónde empezaba uno y dónde la otra. Eso sí, la importancia de Santiago para los cristianos de la península era muy real. El grito «¡Santiago y cierra, España!» se elevó como el lema más voceado por los guerreros y soldados españoles desde la Reconquista hasta la Época Moderna antes de cada carga en ofensiva. El significado de la frase es invocar al apóstol y, además, dar la orden a la unidad de cerrar, que en términos militares significa trabar combate, embestir o acometer. Su sonido se oyó en todos los continentes en los que combatieron los españoles, lo que incluyó la Conquista de América.
Hay más de quince apariciones documentadas del apóstol durante la conquista y el período posterior en América
El apóstol había llegado a España en el siglo I atravesando el Mediterráneo de punta a punta, y en el siglo xvi no tuvo ningún reparo en trasladarse al otro lado del mundo junto a aquellos barbudos envueltos en acero. Hay más de quince apariciones documentadas del apóstol durante la conquista y el período posterior en América. La primera de ellas en 1518 en la batalla de Centla, en Tabasco y la última en 1916 cabalgando el apóstol junto a Pancho Villa en la Revolución Mexicana. Casi siempre como el Santiago «miles Christi»... Según la narración del cronista Díaz del Castillo, los jinetes españoles invocaron a Santiago antes de cargar contra sus enemigos en la batalla de Otumba, que selló las últimas posibilidades del imperio mexica de aniquilar a las huestes de Hernán Cortés.
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Lo mismo hizo en Perú. El apóstol entró en acción en 1536 cuando los españoles estaban sitiados por las tropas de Manco Inca en Cuzco. Según cuenta el Inca Garcilaso de la Vega, los defensores se pusieron a rezar hasta que un rayo cayó del cielo y de él emergió el santo en su característico caballo blanco. Ni corto ni perezoso, sin que hubiera que darle más explicaciones tácticas, se puso a dar espadazos. «Y el santo todo armado con rodela y su bandera y su manto colorado y su espada desnuda» derrotó a los indios. Desde entonces los incas, decía el cronista, cada vez que escuchaban un trueno afirmaban que era Santiago que estaba cabalgando por los cielos.
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