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El Patero del Domingo

Colegio oficioso

Cuando una persona tiene que asociar su nombre a un trabajo se deja el alma en que sea lo mejor

Reventar antes que sobre (10/3/2024)

Luis Miranda

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A veces la diferencia entre la cumbre y la chapuza, entre lo digno y lo poco decoroso, está en el nombre. Una Semana Santa con gente que firma su trabajo es una Semana Santa con esmero. Sí, también con egos, con luchas por tener un huerto algo mayor, con riesgo de vanidad y con aduladores que alaban sólo con ver quién lo hace y con críticos que despellejan por idéntico motivo. Cuando una persona tiene que asociar su nombre a un trabajo se deja el alma en que sea lo mejor, aunque de camino tenga que ejercer virtudes contra la inevitable tentación de los pecados.

Falta muy poco tiempo para que en las calles haya cofradías con trabajos primorosos. Los vestidores se habrán dejado el alma para que la Virgen irradie unción en su día grande, los floristas tendrán las yemas en carne viva de tanto dejarlo todo perfecto y los capataces recogerán el fruto de los ensayos y el esfuerzo cuando su gente levante el paso de una vez y se mueva con la armonía y la naturalidad que deben tener las cosas de Dios.

Muchos sólo dirán que les gusta y otros buscarán las firmas para confirmar el sello y el estilo, pero salvo excepciones tales obra de arte efímeras presidirán cortejos partidos y escasos, con cortes y huecos y pobres fiscales de tramo intentando una distancia quimérica.

Quizá en el fondo a nadie le importa, pero lo arreglaría crear un colegio oficioso de diputados mayores de gobierno en el que se conociesen nombres y cada uno tuviese favoritos. «Fíjate qué compacto va el cortejo que han cogido a uno que aprendió con los de la Misericordia. En la anterior se ve a nazarenos mayores porque el que se encarga estuvo en Sevilla, no te digo más. Verás que ya no están los galápagos».

Y hasta cogerían una cofradía cada día como otros se hacen hermanos cuando reciben un legítimo cargo de confianza de la Junta de Gobierno, y los felicitarían con abrazos al terminar. Irían quedando así las cofradías tan perfectas como externalizadas, algo mercenarias, diseñadas en el laboratorio de alguien que sabe y huérfanas de autogestión, pero, ¿quién no vio en su casa cómo se permitía que alguien lo hiciera mal una y otra vez con el único mérito de ser hermano?

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