El patero del domingo
Jefes e indios
Para quienes tienen puesto en junta sin habilidades priostésicas, la Cuaresma es el tiempo que se pasa en representaciones y cabezadas
Lo extraordinario (25/2/2024)
Los que miran el crecimiento del número de cofradías con el mismo temblor que los antiguos cordobeses sentían al ver subir el cauce del Guadalquivir en época de lluvia no han tenido en cuenta las muchas ventajas de tan generosa multiplicación. Pronto pasarán a la historia las tristes escenas de unos cultos medio vacíos. Habrá dos o tres completas filas con gente de chaqueta que acude a cumplir con el trámite de acompañar a la hermandad que ha invitado o con la que se tiene una relación especial. Y a más número, más posibilidad hay de que sea imposible eludir la invitación.
Para quienes forman parte de una junta de gobierno y no tienen habilidades priostésicas ni inquietudes costaleras la Cuaresma es el tiempo que se pasa en representaciones y cabezadas. Hay esos días una cofradía alternativa y sin reglas con miembros que esos días se van encontrando de parroquia en iglesia conventual, de quinario en fiesta principal, oyendo misa ante un titular que no es el suyo y que bastantes veces tampoco importará demasiado.
Las redes sociales publican la fotografía del rato que se ha pasado acompañando a la querida hermandad, los sacerdotes reciben la lista de los asistentes para que se les nombre antes de empezar la homilía y los secretarios apuntan el nombre para después devolver la compañía, que no vaya a pensar nadie que no son unos desagradecidos.
Los hermanos mayores de los próximos años necesitarán más que nunca expertos en protocolo que ayuden a ser buenos anfitriones, miembros extra de junta para estar en todas partes y cuadrantes para que ningún saluda con la consideración personal más distinguida se quede sin respuesta. Los consiliarios extenderán dispensas a los peregrinos de medalla para librarlos de los cultos propios y poder descansar.
Al fondo, de vez en cuando, aparecerán en esos cultos las caras de gentes sencillas vestidas con jerséis, hablando con los ojos a las imágenes elevadas a los altares de cera. Dos tesoreros que estarán de cabezada lo verán acercarse al Cristo y comentarán en voz baja que es un hermano, de esos que ni quieren ni tienen puestos, indios rasos y devotos en una tribu cada día con más jefes. «No sabía que quedaran», se dirán.
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