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Papel de fumar

Consumidos por el miedo

«Lo peor de una amenaza no es la amenaza misma, somos nosotros. Los gritos, los atascos, las normas absurdas. Todo eso está en 'Ruido de fondo'»

Bruno Pardo Porto

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Una de las candidatas a palabra del año 2022 fue apocalipsis. Luego ganó inteligencia artificial, que no es ni siquiera una palabra, pero el miedo al fin del mundo está ahí, en alguna parte, seguramente a la altura de la epiglotis. Noah Baumach (sí, el de 'Historia de un matrimonio', etcétera) acaba de estrenar en Netflix 'Ruido de fondo', adaptación de Don Delillo, y el hombre continúa por el camino de la amargura: antes nos hablaba del dolor y ahora lo hace del temor. Aunque tiene sentido. ¿No sigue una cosa a la otra?

En la película hay una escena maravillosa que resume la mecánica del miedo. Por lo que sea, hay una nube tóxica en el horizonte, negra como el tizón, y la gente empieza a temblar y a enloquecer pensando en muertes terribles y enfermedades varias. Mientras tanto, un padre de familia (Adam Driver) intenta calmar a los suyos fingiendo que no ocurre nada. Es todo muy 2020. «Lo importante es la localización. La nube está ahí y nosotros aquí», dice, mientras se sirve más pollo, con una calma que a la vez es admirable y desquiciante, y que a gran escala, ya lo sabemos, es catastrófica. Tiene que llegar la policía con sus sirenas pidiendo la evacuación inmediata del lugar para que el hombre salga de su embrujo y coja el coche y saque a su familia de allí. Incluso en esas se niega a caer en el fatalismo.

Lo que sigue después nos retrata como especie: el caos no lo provoca la nube, sino la histeria. Es lo que ocurre siempre. Lo peor de una amenaza no es la amenaza misma, somos nosotros. Los gritos, los atascos, las normas absurdas. A cada paso que da este personaje sin miedo se va agrietando, hasta terminar obsesionando con la idea de que va a morir más pronto que tarde. No es el único al que le ocurre, por eso la película se retuerce igual que una pesadilla. «Te quiero, pero le temo a la muerte más de lo que te quiero», le dice su mujer, que está en las mismas. Ya no hay nubes en el cielo: solo queda el terror, alimentado por el ambiente. Y los nostálgicos del apocalipsis. Y la incertidumbre.

Delillo publicó su novela en 1985, cuando las tormentas aún no tenían nombre de plaga bíblica y las plagas bíblicas aún no eran mundiales y el clic no daba dinero todavía. Era el tiempo de la Guerra Fría y la no tan fría amenaza nuclear. Pero a su historia le pones unas mascarillas y pudo pasar ayer. Un hombre que se desmorona en su propio delirio y se agarra a cualquier cosa. A cualquier pastilla. A cualquier compra. Y esa paradoja, tan nuestra: nos salvamos y nos destruimos por el miedo. «La muerte sin temor no es nada extraordinario», suelta otro personaje. En cambio el amor mejora mucho. Y el placer. En fin, que la tecnología avanza, pero los miedos no. Lo escribió Kapuscinski: «No sea que por miedo a morir nos suicidemos».

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