Bruce Chatwin, el escritor que recorrió la Patagonia durante seis meses
terra ignota
Fue un viaje hacia la nada. Huyó de una civilización que le agobiaba y hoy sus cenizas descansan en el Peloponeso
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Hay muchos motivos para viajar. Ulises sólo deseaba volver a Ítaca, Marco Polo buscaba nuevas rutas comerciales, Magallanes quería dar la vuelta al mundo. Bruce Chatwin decidió recorrer a pie el inmenso vacío de la Patagonia para buscar los restos del brontosaurio, un ... animal desaparecido hace millones de años. Su experiencia está contada en un libro que se ha convertido en un clásico de literatura de viajes: 'En la Patagonia', publicado en 1977.
Hay dos versiones alternativas sobre los motivos que le impulsaron a emprender esta aventura. Chatwin había trabajado como asesor en Sotheby's en Londres y, cansado de esta ocupación, se había pasado al campo del periodismo. Hacía reportajes para el 'Sunday Times'. Tenía 35 años cuando decidió cruzar el Atlántico para recorrer un territorio casi deshabitado y de vastas extensiones sin presencia de la civilización.
otras entregas de 'terra ignota'
La primera versión es que decidió viajar a la Patagonia tras hacer una entrevista a Eileen Gray, una diseñadora de 93 años que vivía en París. Eileen tenía un gran mapa de la Patagonia en su estudio. «Allí es donde siempre me hubiera gustado ir». Al escuchar estas palabras, Bruce exclamó: «Yo iré en tu lugar».
La otra versión, que él mismo relata en su libro, es que su abuela tenía un trozo de piel con pelos de un brontosaurio en una vitrina de su hogar. Era un regalo de un tío marinero. Chatwin ansiaba heredar esa reliquia, pero un buen día se dio cuenta de que había desaparecido. Alguien le dijo que la habían tirado a la basura. Fue en ese momento cuando empezó a soñar en viajar a la Patagonia para encontrar restos de brontosaurio en el mismo lugar donde había estado su ancestro.
Corría 1975 cuando Chatwin llegó a Buenos Aires y se desplazó en autobús hacia la Patagonia y la mítica Tierra de Fuego, situada en el extremo austral de América del Sur. Allí siguió los rastros de tribus indígenas que estaban a punto de su extinción, víctimas de la explotación y el alcoholismo. El escritor y novelista inglés vio en esos pueblos la crueldad del capitalismo salvaje.
Chatwin encontró en los remotos parajes de la Patagonia escoceses, galeses y alemanes que habían huido de la II Guerra Mundial
Chatwin encontró en los remotos parajes de la Patagonia escoceses, galeses y alemanes que habían huido de la II Guerra Mundial y que querían rehacer su vida en inmensos espacios en contacto con una naturaleza salvaje. Y también halló argentinos que le dieron cobijo y comida de forma desinteresada. Le llamó mucho la atención que aquellos inmigrantes reproducían miméticamente la forma de vivir de los países de los que habían huido.
Su experiencia está contada en episodios autónomos que funcionan como un gran collage. Aunque el relato tiene pretensiones de realismo, algunos críticos han argumentado que se deja llevar por la imaginación y que inventa personajes. «Bruce no cuenta una media verdad, sino una verdad y media», escribió irónicamente Nicholas Shakespeare, su biógrafo.
«Patagonia es uno de los pocos sitios en el mundo donde se puede vagar a pie sin encontrarse a nadie»
Chatwin había sufrido varias depresiones y perseguía en este viaje la búsqueda de un sentido a su existencia. Su modelo era Jasón, que había realizado un peligroso periplo en busca del vellocino de oro. «Patagonia es uno de los pocos sitios en el mundo donde se puede vagar a pie sin encontrarse a nadie», dijo.
Estaba fascinado por André Malraux, otro viajero y aventurero impenitente, al que había entrevistado en París. Y creí que sólo era posible hallar su verdadera identidad en el inmenso vacío de territorios inexplorados y afrontando los peligros de una tierra hostil y poco habitable.
Su estancia en la Patagonia le cambió para siempre. Al volver a Inglaterra, se dedicó a escribir y a hacer reportajes de viajes. Partió hacia África para documentarse sobre el comercio de los esclavos y recaló en Australia para conocer las costumbres de los aborígenes. En todos esos viajes, combinó su enorme cultura y las referencias literarias con la descripción de sus costumbres.
Murió a los 48 años en Niza tras haber contraído el sida. Había volado a Grecia para conocer a Patrick Leigh-Fermor, uno de sus modelos y de los escritores que le había inspirado sus inquietudes. Sus cenizas fueron esparcidas por el Peloponeso.
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