Así fue la batalla infernal de los siete héroes españoles del CNI asesinados en Bagdad en 2003
El 29 de noviembre de 2003, los agentes del servicio secreto cayeron en Irak después de que su convoy fuese emboscado por insurgentes locales

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Nueve llamas custodian la entrada a la sede del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) en Madrid. Aunque no crepitan –malo sería, pues están hechas de piedra–, desprenden el calor que irradia la memoria de los españoles caídos por la patria. Siete de ellas recuerdan, con nombres y apellidos, a cada uno de los agentes asesinados en una emboscada en Latifiya, al sur de Bagdag, el 29 de noviembre de 2003. La octava es para otro compañero muerto pocas jornadas antes y la última, como ellos mismos especifican en su página web, «está dedicada a todos los que dieron su vida, en secreto, al servicio de España». Nuestro país no olvida.
Hace casi dos décadas, ABC se volcó con la que, en la actualidad, es considerada una de las mayores tragedias del servicio secreto español en tierra hostil.
En las semanas siguientes, por las páginas de este diario desfilaron entrevistas a las familias de los siete afectados, análisis de los hechos, opiniones sobre la controvertida presencia española en Irak y emotivos mensajes de despedida. Uno de los testimonios más estremecedores fue el de Carmen Gasca, viuda de José Merino. «No termino de creerme lo que ha sucedido. Estoy en una nube de la que tengo miedo caer y toparme con la brutal realidad. El 15 de diciembre íbamos a cumplir 19 años de casados», explicó en declaraciones a este periódico.
Hacia el infierno
Todo arrancó en 2003. Por entonces, el Gobierno de José María Aznar se unió a la fuerza multinacional que buscaba pacificar Irak. Junto al millar y medio de soldados se envió también una célula del CNI. Sus órdenes: llevar a cabo labores de inteligencia en la zona para garantizar la seguridad de sus compañeros. «En la localidad de Diwaniya, sede de Base España, está emplazada la ‘Brigada Plus Ultra’, que congrega el grueso de nuestras tropas. Los funcionarios asesinados velaban por la seguridad del campamento, cuyos miembros colaboran en la reconstrucción de las infraestructuras de la ciudad», explicaba, poco después de la tragedia, Manuel M. Cascante, el enviado especial de ABC a Bagdad.
La ‘antena’ del CNI en la zona estaba formada en principio por dos agentes, pero el Ministerio de Defensa dobló a los operativos poco después para cubrir las zonas de Nayaf y Diwaniya, al sur del país. Todos pertenecían a la División de Apoyo Operativo (DAO) de la agencia. Eran la élite, estaban bien entrenados y sabían que, aunque el régimen de Sadam Hussein había caído, todavía quedaba mucha guerra por librar. «Yo tenía mucho miedo y no quería que se marchase a Irak, pero sabía que amaba su profesión por encima de todo, era su vida, y luchaba por sus ideales», declaró Gasca.

La escena inicial de esta obra macabra se vivió a primera hora del 29 de noviembre. Aquella jornada, los nuevos agentes del CNI debían dar el relevo a sus compañeros. Como parte de un protocolo repetido un millar de veces, el equipo que abandonaba la zona acompañó a sus colegas en un ‘tour’ por las instalaciones multinacionales levantadas en Bagdag. Veteranos instruyendo a bisoños. «En principio, eran cuatro los agentes destinados a la antigua Mesopotamia, bajo la dirección de Alberto Martínez, responsable del CNI en Irak. Pero los agentes llevaban a cabo el reconocimiento de la zona junto a otros cuatro hombres del CNI llegados desde España», explicó ABC. Viajaban en dos todoterrenos, sin armas largas ni blindaje.
Después de almorzar, y según el relato del ministro de Defensa, Federico Trillo, los dos todoterrenos salieron de Bagdag a las dos y media de la tarde en dirección a Diwaniya y Nayaf. En el primer vehículo, un Nissan Patrol, viajaban Alberto Martínez González, José Ramón Merino Olivera, José Lucas Egea y Luis Ignacio Zanón Tarazona. El segundo, un Chevrolet Tahoe, salió con Alfonso Vega Calvo, Carlos Baró Ollero, José Carlos Rodríguez Pérez y José Manuel Sánchez Riera en su interior. Partieron por una ruta alternativa –la Jackson, que atravesaba más poblados– debido a que la habitual estaba bloqueada, pero no esperaban hallar ningún tipo de resistencia.
Medio hora de sangre
Las puertas del infierno se abrieron poco después de las tres de la tarde, hora local, cuando la comitiva atravesaba Latifiya, una localidad ubicada 30 kilómetros al sur de Bagdad. La tranquilidad reinaba en el ambiente. O eso parecía, según la reconstrucción que hizo Alberto Martínez Arias en la ‘Revista española de Defensa’: «Llevaban velocidad de crucero, 120 kilómetros por hora. La carretera tenía buen firme, era muy ancha y no había demasiado tráfico». De la nada, un Cadillac blanco salió en su busca y se puso detrás del segundo todoterreno del CNI. Extraño. ¿Cómo sabían quiénes eran sus ocupantes? Tal y como declaró Trillo, todo pudo deberse a un «soplo, una delación o una traición de alguien». Así lo recogió también ABC.

De improviso, los cinco ocupantes del Cadillac desempolvaron sus AK-47 e iniciaron un fuego nutrido contra el vehículo del CNI que cerraba la comitiva. ‘Tac, tac, tac, tac’. El conductor reaccionó al instante: aceleró y adelantó a sus compañeros para darles aviso. No lo sabían, pero acababan de superar un punto en el que los enemigos habían colocado trampas explosivas. Aquello no era un ataque improvisado, sino una «operación militar en toda regla», como explicó una fuente cercana que prefirió mantenerse en el anonimato. El vehículo enemigo respondió aumentando también la velocidad y abriendo fuego, una vez más, contra los españoles.
Esta vez acertaron. Alberto, a los mandos del primer vehículo, fue alcanzado por las balas. Y, a la par, también cayó herido José Carlos. El todoterreno, ya sin nadie a los mandos, se detuvo poco a poco en la carretera. Al poco, las ráfagas acabaron también con el piloto del segundo todoterreno, Alfonso. «Este vehículo, sin control posible, se salió de la calzada por el arcén derecho y, tras bajar bruscamente un pequeño desnivel, quedó atrapado en una zona enfangada», explica el autor de la revista. Tres minutos después de que el primer cartucho cortara el viento, ya había que lamentar dos fallecidos y dos heridos de gravedad.

Los españoles se resistieron como jabatos cercados. Al ver caer a sus compañeros al fango, los dos agentes todavía ilesos que había en el primer vehículo retiraron el cadáver de Alberto del volante y pusieron rumbo hacia el Cadillac para interceptarlo. Pero sus ocupantes prefirieron escapar a toda velocidad. Al ver alejarse el coche, los miembros del CNI cambiaron de rumbo y se reunieron con sus colegas. Lo primero fue dar parte de lo sucedido a través de un teléfono satélite. «¡Nos han atacado. Tenemos, por lo menos, dos muertos. Avisa a la Brigada, que manden dos helicópteros!», voceó Carlos. Pero la comunicación se cortó por culpa de los disparos de unos invitados inesperados...
«Detrás del coche atrapado en el fango había dos edificios bajos desde dónde se reanudó el ataque. Dispararon con todo. Fusiles, fusiles ametralladores y granadas RPG», desvela el experto. Los cuatro españoles ilesos respondieron con sus armas reglamentarias. Poco podían hacer. Una detonación, dos, tres, cuatro y cinco. Volaban las esquirlas y los cartuchos, a la par que aumentaba la desesperación. Un nuevo intento de contactar con base fue igual de inútil que el anterior. Sus superiores sabían que se había sucedido un ataque, pero no las coordenadas. Carlos intentó hablar con Base España, pero no lo consiguió. Sí lo hizo con el CNI y con su madre: «¡Nos están matando!». Fue su despedida.
Triste final
Tan solo sobrevivió José Manuel, al que sus compañeros mandaron a buscar ayuda. Y, de hecho, él mismo estuvo a punto de morir linchado por una turba que salía de una mezquita. Le salvó en el último momento un lugareño que le dio un beso en la mejilla. Aquel gesto, clave entre la comunidad musulmana, le permitió huir. Regresó al día siguiente con otros tantos militares, pero ya era tarde. Los cuerpos de los agentes del CNI estaban ya inertes, rodeados de casquillos. Habían luchado hasta el final. Su última batalla se extendió entre veinte y treinta minutos, según los informes oficiales, y dejó unas escenas estremecedoras que narró el reportero David Bowden, presente en la zona:
«Conducíamos desde Hilla, justo al sur de Bagdad, y vimos a esos hombres tirados muertos en el suelo a un lado de la carretera después de la emboscada. La gente de allí nos dijo que 30 minutos antes había sido atacado un convoy de vehículos. Habían sacado a la gente de los coches y nos dijeron que habían matado a ocho personas y capturado a otras dos. Sólo vi con mis propios ojos cuatro muertos en el suelo. Tomamos imágenes durante un par de minutos y nos convertimos en el centro de atención. La multitud daba gritos en favor de Sadam y desaparecimos rápidamente. La gente decía que eran de la CIA. Quizás no sabían que eran españoles».
En las horas siguientes se destapó el horror que se había sucedido en aquella carretera hacia el infierno. Las escenas las recogió ABC a través de Cascante: «Algunos individuos, en su mayoría adolescentes, brincaban alrededor de los cadáveres, que pisaban y pateaban en actitud desafiante». Por fortuna, los restos fueron repatriados a España, donde se les rindió un sentido homenaje. «Eran militares de profesión, buenos españoles que han trabajado para nuestra libertad y nuestra seguridad dentro y fuera de España. Nadie mejor que ellos sabía el riesgo que corrían y, a pesar de saberlo, quisieron luchar contra un terrorismo que nos amenaza aquí y allí», declaró José María Aznar.