Joyce, el dadaísmo, Google: la gran historia de Zúrich más allá de los bancos
SUIZA
La capital de las finanzas, la calidad de vida y el lujo presume de las nuevas industrias creativas y de su larga relación con grandes nombres de la cultura
La esfera de reloj más grande de Europa está en esta iglesia

Este lugar situado a quince minutos del centro tiene algo de simbólico. Es una mañana de sol y cielo azul en Zúrich West, un barrio que fue el corazón industrial de la ciudad durante décadas y que últimamente vive una reconversión hacia un rincón ... alternativo, con tiendas locales y animada vida nocturna. De los primeros en llegar fueron los hermanos Freitag que, en 1993, comenzaron a fabricar bolsos con lonas de camiones, un producto impermeable, sostenible, original. Con los años, la idea loca se convirtió en tendencia en la ciudad del lujo. Cuestan entre 150 y 300 euros y se venden en un rascacielos construido con diecinueve contenedores viejos y oxidados, una peculiar tienda inaugurada en 2006.
La Torre Freitag, que se eleva 26 m cerca de las vías del tren, es en sí misma un destino turístico y es también el símbolo que muestra otra cara de la ciudad. Al otro lado de la calle de los bolsos de plástico reciclado está el Banco Cantonal de Zúrich. Y cerca de los dos edificios, un viaducto de finales del siglo XIX a cuyos pies han abierto decenas de tiendas que venden productos de fabricantes locales. La recuperación de este espacio recibió en 2011 varios premios de arquitectura.
El debate de la nueva ciudad
Los bancos y las finanzas (el cliché que a todos se nos viene a la cabeza al hablar de Zúrich) y las nuevas industrias creativas se miran aquí cara a cara. Entre los suizos y los turistas hay un cierto debate sobre hacia dónde va la nueva ciudad. Los datos dicen que la relación de fuerzas ya está equilibrada. En Zúrich está el barrio 5 (el West), con la influencia de los bolsos de Freitag; el 4, lleno de restaurantes y tiendas, zona también de moda; está Google (de hecho, es su base de operaciones en Europa)... Y, aunque no sea muy conocida por los turistas, hay una larga historia de la relación de una de las ciudades más caras de Europa con la cultura en su más alta expresión.
El Cabaret Voltaire, fundado en 1916, que aún está abierto y puede visitarse para tomar algo o asistir a una conferencia o una 'performance', fue el epicentro del nacimiento del dadaísmo, aquel movimiento efímero que negaba los cánones estéticos y gustaba de lo irracional, absurdo y falto de sentido. Una ruta por grandes nombres del último siglo nos llevará a continuación a la iglesia de la abadía de Fraumünster para ver las vidrieras que pintó Marc Chagall en los años 70, o al hall de la comisaría de Policía de la ciudad, obra de Augusto Giacometti (1877-1947), primo del más conocido Alberto. Su trabajo en esta sala es abrumador, tan lleno de color, tan inesperado. Necesitó más de dos años para llenar de calidez un lugar difícil y oscuro.
Un bar con un Picasso en la pared
No lejos -Zúrich es una ciudad pequeña, 450.000 habitantes, y manejable a pie o en tranvía- está el Kronenhalle Restaurant & Bar, uno de los locales más sorprendentes de Europa, un faro cultural durante mucho tiempo. Basta con decir que allí se puede tomar un cóctel bajo un Picasso, un Chagall o un Miró. Hulda Zumsteg y su marido se hicieron cargo de un hotel abandonado en Bellevue Square y lo convirtieron en un local de aspecto clásico, con maderas oscuras y clientes que no parecen carne de Instagram. Hulda fue la anfitriona impecable, capaz de crear un ambiente familiar. Por allí pasaron Joyce, Coco Chanel, Yves Saint Laurent, Marc Chagall, Federico Fellini, Max Frisch, Friedrich Dürrenmatt o Carl Zuckmayer. Muchos artistas, con el paso de los años, fueron regalando alguna de sus obras a la familia. Gottlieb, el marido de Hulda Zumsteg, murió en 1958, momento en que se incorporó al negocio su hijo Gustav. Para entonces, las paredes de su apartamento encima del restaurante ya no podían contener todas sus obras, de forma que amplió la galería a otras habitaciones del edificio. Ahora los clientes que tienen la suerte de encontrar una silla libre tienen la sensación de tomar la copa o la comida en un museo.
Cerca del Kronenhalle está el Odeon (más fácil encontrar una mesa aquí), otro bar con historia, con un bellísimo estilo 'art nouveau'. Se inauguró el 1 de julio de 1911 y, a lo largo de los años, lo frecuentaron Lenin (vivió en Spiegelgasse 14), Einstein o Mussolini. Durante los años de Hitler fue algo parecido a un centro de reunión de exiliados: los escritores Joyce y Klaus Mann, el crítico de teatro judío-alemán Alfred Kerr o el compositor Rolf Liebermann.
Joyce, 'Ulises' y el río Limmat
Joyce, por cierto, tuvo una larga relación con Zúrich, ciudad que conoció en 1904. Esa primera vez pasó allí solo unos días. En 1915, con la I Guerra Mundial, regresó y se quedó. Aquí escribió varios capítulos de 'Ulises' (1922). Al parecer vivió en varias casas en diferentes zonas (una fundación que está en Augustinergasse 9 se ocupa de recordarlo), pero dicen que le gustaba especialmente el punto donde se unen el río Limmat y el pequeño Sihl, alrededor de un parque que en los años 80 del pasado siglo tuvo mala fama: se le conocía como el Parque de las Agujas. Una mañana otoñal vemos un joven valiente que se zambulle en el agua, corredores, el discurrir alegre de los dos ríos, una represa y unos cuantos perros que disfrutan del nuevo día.



El río Limago -140 km- nace en los Alpes de Glaris, desemboca en el lago de Zúrich y de allí sale rebautizado como Limmat. Poco después está la esquina donde recibe la aportación del modesto Sihl. Hasta aquí, el Limmat parte en dos la ciudad. Es una pincelada de agua de una transparencia que parece imposible en estos tiempos.
La ciudad antigua de Zúrich (Altstadt) abraza el río e invita a un paseo largo entre casas medievales, callejuelas, edificios gremiales del Renacimiento. Todo está magníficamente conservado. El paseo puede empezar en Bellevue Platz o en la misma estación central de ferrocarril (el tren desde el aeropuerto tarda doce minutos). Enfrente, a la izquierda del río, están quizá los rincones más bellos. Es inútil hacer una relación de calles. Hay que dejarse llevar, y el camino nos conducirá hasta la iglesia de San Pedro, con la esfera de reloj más grande de Europa; o hasta la plaza de Lindenhof, uno de los mejores miradores donde se fotografía una pareja de novios, donde dos amigos juegan al ajedrez en un tablero de varios metros. Desde allí se ven las dos torres de la catedral, o la silueta verde de la iglesia de la abadía de Fraumünster, donde están las vidrieras de Chagall.
Turismo de calidad
Cada plaza, cada esquina, cada escaparate, merece una parada. En Zúrich todo parece perfecto, como si un cuadro cobrara vida y nos trasladara siglos atrás. Dicen que es una de las ciudades con mejor calidad de vida del mundo. No hay ruidos ni conversaciones altas. No se ven grupos de 'free tours'. Tampoco hay despedidas de solteros, claro. Turismo de calidad en una ciudad cara, no hay que olvidarlo. Dicen que los sueldos aquí duplican o triplican los de España, pero ese nivel de vida se traslada a los precios, a los coches (infinidad de Tesla), a los zapatos que pisan las calles.



En una escapada de cuarenta y ocho horas, el Kunsthaus Museum merece un hueco en nuestra agenda. Su colección incluye obras de Monet, Munch, Picasso, Alberto Giacometti, Vincent van Gogh, Édouard Manet, Henri Matisse y René Magritte. El museo, construido en 1910 por Karl Moser (1860-1936), se amplió en 2021 con un segundo edificio -unido por un túnel- obra del británico David Chipperfield con un presupuesto de algo más de doscientos millones de euros. El aspecto arquitectónico de la visita es tan impresionante como el pictórico.
El Kunsthaus, la catedral protestante y el edificio de la ópera están muy cerca del lago de Zúrich. Hay cruceros que lo recorren -tiene cuarenta kilómetros de largo- en circuitos más cortos o más extensos. En la llamada costa dorada del lago, donde hay más horas de sol, las casas son más caras. En una de ellas vivía Tina Turner. Cerca de la orilla está el nuevo museo Lindt, espectacular, un recorrido por la historia del chocolate y Suiza más allá de la marca que lo patrocina.
Pistas para aprovechar el viaje
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Zürich Card. Una tarjeta básica para moverse por Zúrich. Válida para el tren del aeropuerto, tranvías, cruceros por el lago, descuentos en museos o restaurantes… Precios: 24 horas, 27 CHF; 72 horas, 53 CHF. Un franco suizo equivale a 1,04 euros.
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Lindt, Casa del Chocolate. En 2020 se inauguró este museo que recorre con la última tecnología la historia del chocolate, seña de identidad suiza, que va más allá de la firma que lo patrocina. En la entrada recibe al público una fuente de chocolate de nueve metros de altura, la más grande del mundo. Adultos, 15 CHF.
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Museo de la FIFA. Se inauguró en 2016. Un homenaje a la historia del fútbol con cientos de objetos interesantes para los aficionados. www.fifamuseum.com/
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Enoturismo. ¿Un viñedo en plena ciudad? Hay ejemplos en Viena, Stuttgart, Lausana y Zúrich. La Bodega Landolt, fundada en 1834, organiza una ruta por sus terrenos (siete hectáreas) y una cata de sus vinos. www.landolt-weine.ch/
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Más información. www.myswitzerland.com
En la cubierta del barco que regresa al centro de la ciudad, los viajeros toman el sol del otoño perplejos por el buen tiempo, por las vistas y por una bucólica sensación de paz y felicidad, muy lejos de la furia del mundo. Algunos toman una cerveza o un tentempié. El barco se detiene en el pequeño pueblo de Erlenbach, y al aproximarse lentamente da tiempo a comprobar la exactitud de un viejo adagio: la vida buena es cara.
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