José Cobo, arzobispo electo de Madrid: «La sociedad no puede encaminarse hacia una asepsia laicista en la que no cabe Dios»
«Hemos aprendido a mirar el fenómeno de los abusos desde el dolor de las víctimas», afirma el prelado, que se ha reunido con ellas «para pedir perdón»
José Cobo: un arzobispo joven con poca experiencia pastoral y de marcado acento social
Apenas una hora después de anunciarse su nombramiento como nuevo arzobispo de Madrid, José Cobo recibe a ABC en uno de los despachos de la publicación Alfa y Omega. Momentos antes, en la rueda de prensa, insistía en su intención de centrarse en ... lo social, trabajando «en las periferias» y «con los más pobres». Releva al que fue su mentor y asume, con 57 años, el mando de la diócesis más importante de España, con mayor número de sacerdotes, actividad pastoral y presupuesto. Una realidad que conoce bien, pues es cura en Madrid desde 1994 y ha sido vicario y obispo auxiliar en los últimos años.
— Desde su experiencia, ¿cuáles son los retos para los próximos meses?
—Me subo a un tren que ya está en marcha, que ya lleva su recorrido. Últimamente en la diócesis estamos implicados en procesos de reflexión sobre cómo situarnos en el futuro. A eso se suma el momento sinodal, un buen instrumento para provocar y decir dónde tiene que estar la Iglesia de Madrid en medio de nuestro mundo y como Iglesia en sí misma. Mi primer reto es escuchar, ver estas propuestas y acompañar para que la gente, los grupos, las parroquias, los movimientos las vayan desarrollando.
—¿Y cuáles de esas propuestas considera más urgentes?
—Hay tres puntos sobre los que hemos reflexionado. El primero es crecer en la identidad de nuestra fe. En un mundo muy polarizado, donde cada uno va buscando su peculiaridad, nosotros tenemos la posibilidad de decir que la fe es lo que nos une. El segundo punto importante es valorar nuestra vocación comunitaria. El Papa nos hablaba de la fraternidad. Quizá llega el momento de desarrollarlo, de valorar que somos una diócesis. No somos células independientes, sino que tenemos una riqueza comunitaria en nuestras parroquias, nuestros movimientos, una capilaridad en la vida de la ciudad impresionante y de los pueblos, que también son parte de esta diócesis. Y en tercer lugar, seguir potenciando algo que la Iglesia hace perfectamente: estar en los lugares de sufrimiento y de soledad. El reto que tenemos ahora es el de afrontar esos lugares de sufrimiento y soledad, pero no simplemente con acciones puntuales, sino haciendo cambios culturales y sociales que creen una cultura de ayuda y de cuidado.
—La sociedad se encuentra inmersa en un proceso de secularización. Los que se declaran católicos son la mitad de la población. Bajan los seminaristas, los bautizos, las bodas católicas… ¿Qué va a plantear la diócesis de Madrid para frenar este proceso?
—Es fundamental caer en la cuenta de lo que nos une, en la grandeza y la fascinación que produce la fe. No se trata de aumentar los números, sino de profundizar y dejarnos fascinar por las convicciones y por la experiencia de fe que tenemos. Podemos perder número, pero si crecemos en fe y en identidad, eso nos va a ayudar a ser la Iglesia que Dios espera en medio de Madrid. No me preocupa tanto el número como la pérdida de identidad.
—Hemos vivido una legislatura con la aprobación de muchas leyes que configuran un perfil de persona muy distinto de la antropología cristiana. Aborto, eutanasia, ley Trans… ¿Qué riesgo supone para la sociedad?
—La Iglesia siempre ha sido muy clara en esto. Es verdad que nos vamos situando en la convivencia con antropologías distintas. Y que tendremos que aprender en el futuro a vivir entre ellas. Pero la sociedad no puede encaminarse a una asepsia laicista donde parece que cualquiera que hable desde otra antropología ya no tiene sitio, donde no cabe Dios. Lo que la Iglesia reclama ahora mismo, con el Papa a la cabeza, es que tengamos un puesto para anunciar a la sociedad la forma de ver la vida que tenemos los cristianos. Queremos que se nos reconozca. Para dialogar con los otros. Pero con nuestra propia voz.
—¿Supone renunciar a su propuesta?
—No. Eso es proponerla. Lo que nos duele es que no nos dejen hablar o que la voz de la Iglesia no sea reconocida simplemente porque habla de Dios. Porque esa asepsia que se quiere imponer parece que deslegitima todo lo que huele a Dios. Sin embargo, nosotros somos conscientes de que lo que plenifica a las personas es el sentirse creados por Dios y vinculados a los otros, no vivir individualizados en cápsulas.
—En la cuestión de los abusos a menores, Madrid ha sido pionera con la oficina de Repara en ofrecer una respuesta a las víctimas. ¿Cuál es su mirada sobre este problema?
—La que nos movió desde el principio, que es clave en la Iglesia: estar al pie de la cruz cuando reconocemos el sufrimiento de las víctimas. Mi mirada, y la que hemos compartido y aprendido, es a ver desde las víctimas, a mirar todo este fenómeno, desde su dolor. Muchas veces no podemos solucionarlo, pero sí podemos compartirlo. También estamos viendo cómo esto nos está llevando a otro campo, que es a detectar el abuso de conciencia y el abuso de poder, no solo en la Iglesia, también fuera de ella. Es un mal que se nos va colando por la puerta de atrás y que desde Repara estamos aprendiendo a detectar. Y en tercer lugar, la mirada de las víctimas nos está llevando a una acción educativa. Yo creo que hay que lanzarnos a educar primero dentro de la Iglesia y también a presentarle a la sociedad la reflexión que estamos haciendo al respecto.
—Como obispo, ¿se ha reunido con alguna de estas víctimas de abusos?
—Sí, claro. Acompañé desde el principio a Repara y además, en mi trayectoria como cura, sí los he tenido y me han marcado mucho. Para mí ha sido un aprendizaje inmenso poderme reunir con víctimas, después de que hayan hecho todo el proceso, para pedirles perdón en nombre de la Iglesia. Han sido encuentros profundos. En el último que he tenido hemos celebrado el bautismo, la confirmación y la eucaristía de una víctima que no lo había hecho todavía. Ese ha sido fruto de ese encuentro.
—La diócesis tiene pendiente el «caso Fundaciones», que ahora pasa a juicio. ¿Cómo va a actuar con ese intento de vender inmuebles de la Iglesia?
—Es un tema que ha causado mucho dolor y sufrimiento y que hemos querido acompañar con prudencia, porque había personas a quien no queríamos dañar su reputación y su fama aun a costa de nuestro silencio. También hemos querido mantener la identidad de las instituciones pues son fundaciones civiles, aunque hubiera eclesiásticos en ellas. El juez dirá, aunque ya ha empezado a señalar que tanto fundaciones como eclesiásticos han sido víctimas.
—Como su nombramiento se ha filtrado con tanta antelación, no han faltado perfiles sobre usted que lo presentan como un 'alter ego' del Papa Francisco. ¿Qué hay de cierto o de equivocado en ello?
—¡Al Papa Francisco no le llego ni a la suela de los zapatos! Para mí eso es un halago, pero lo cierto es que sí me identifico primero con Pedro, sea quien sea. He sido cura muchos años, con Juan Pablo II y Benedicto XVI, que también son Pedro, como ahora el Papa Francisco. Me identifico con su pensamiento, pero solo soy un colaborador, hasta ahora un mero obispo auxiliar.
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—¿Qué ha aprendido de él?
—Destacaría su claridad de decisión. Y luego la visión que tiene de cómo colocar a la Iglesia en el siglo XXI. Son ejes de su pensamiento que no son una simple estrategia, sino actitudes fundamentales. Deja claro qué actitudes deben tener las personas para poder dar pasos de conversión. Eso me fascina del Papa.
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