Miquel Fuster «Somos más inexistentes que el estiércol»

-Usted también puede caer en la calle, no lo olvide nunca. Los indigentes somos gente a la que se nos rompió la vida, las pasamos más putas que Caín e intentamos salir...
-Los niños no les apartan su mirada. ¿Qué ven en ustedes?
-Es una de las más dolorosas alambradas de espinos. Una condena sin veredicto. Pero los niños nos miran con el mismo interés con el que mirarían un disfraz: con simpatía.
-¿Cómo refleja el cristal de un escaparate la efigie del pobre?
-La imagen viva de un títere desencajado, un personaje absurdo y anacrónico que me observa con miedo, hostilidad y reproche. Aquellos años en la calle me estaban convirtiendo en una aborrecible marioneta movida por los hilos del alcohol y la memoria.
-¿Se aborrecía a sí mismo?
-No, ni tampoco me indultaba. Luchaba para que la mala bestia de mi resentimiento jamás se apoderase de mí.
-¿Era lo único que le salvaría?
-Sí, y a pesar de mal morir las 24 horas, en ese guiñapo, yo, esperanzado, seguía viendo pasar los años sin la más mínima sombra de rencor.
-¿Cómo se abocó a la calle?
-Vivía en Sants (Barcelona) y el piso se quemó. Tuve decepción amorosa-romántica con mi chica y me cogió un poco bajo de moral, desanimado.
-¿Se quemaron vida y casa?
-Empecé a beber con desmesura. Me convertí en alcohólico: ves que te empiezan a temblar las manos por la mañana. El alcohol hundió mi vida. No te permite salir.
-¿Cuánto bebía?
-Seis, siete, ocho cartones de vino paulatinamente, no para emborracharme, sino para no estar tembloroso. Siempre pedía veinte céntimos para comprármelos. El alcohol te crea un algodón en la cabeza para que los recuerdos no duelan. Si existe el infierno, será muy parecido a esto.
-¿Se derrota al alcohol?
-Muchísima gente dice que es «¡porque no nos sale de los cojones!» ¡Eso es mentira! Fisiológicamente sales desintoxicado, pero en tres o cuatro días se te quita el mono, aunque sea a palo seco, te recuperas y luego cuando vuelves a la calle, ¿qué?: con una mano delante y otra detrás. ¿Adónde vas? Vuelves a caer.
-¿Qué vendía de pintor?
-Ganaba algún dinero con cuadros de toros y flamencas.
-¿Se piensa en la muerte sobre la carnívora jungla de asfalto?
-Constantemente, y en que te dejen lisiado. A mí me han lanzado adoquines... Llegué a pesar 42 kilos, era una piltrafa. Un día, en el metro, junto a un chico, que ahora está en un psiquiátrico -un trozo de pan-, el interventor nos espetó: «¿Qué son esto?».
-¿Qué les diría a los que les ignoran al pedirles una dádiva?
-Para ellos somos más inexistentes que el estiércol, porque el percibir el hedor les haría alterar sus inhumanas facciones. Nos niegan lo único que nos queda: el reconocimiento de nuestra existencia. Lo jodido de la calle es que estás hecho una auténtica mierda, psíquica y moralmente, y no sirves ni para esconderte.
-Lo peor de sus 15 años en la calle fue escuchar las confesiones de las mujeres indigentes...
-Unos malnacidos quemaron a una en la zona alta para divertirse. No entenderé jamás la maldad por la maldad. Sus rostros reflejan la expresión de las personas que sufren hasta cuando duermen.
-Pasan los meses, los años, la vida y... ¿se sale del infierno?
-Yo lo he conseguido gracias a estos hombres buenos de la Fundación Arrels, en un piso tutelado. Éramos ruinas, pero detrás de nosotros hay unos seres humanos que están sufriendo como cabrones. Desertores de los otros, acarreamos los ecos de sus reproches para esparcirlos junto a las cenizas de lo que fue nuestra última parodia.
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