CRÍTICA DE MÚSICA
Temporada de la Orquesta Bética de Cámara: una tarde en torno a Turina
Turina nos congrega en su torno, junto a quienes cofundaron la OBC, buscando en nuestro patrimonio musical de Andalucía, tarea en la que el maestro Michael Thomas ha encontrado a Bela Bartók en una Rapsodia de Cámara, orquestada por el maestro.

«Turina en nuestros recuerdos»
- Programa: Obras de Torres, Turina, Romero y Bartók.
- Intérpretes: Lara Sansón (violín). Orquesta Bética de Cámara.
- Dirección: Michael Thomas.
- Lugar: Teatro Turina.
- Fecha: 22/11/2024.
La verdad es que el título del programa ya evocaba una tarde de otoño, reunidos todos en torno a la figura de Turina a los 75 años de su fallecimiento, con la orquesta que creó Falla con Torres y Romero. Eduardo Torres fue ... maestro de capilla de la catedral hispalense y crítico musical de 'El noticiero de Sevilla' y 'ABC'. Trabó gran amistad con Manuel de Falla, siendo cofundador de la Orquesta Bética de Cámara, de la que no pudo ser director por la prohibición expresa del Cardenal Ilundain. Fue también compositor, y aunque valenciano, pertenece por derecho propio a la escuela sevillana. Como muestra de su buen hacer el maestro Thomas nos traía una introducción al acto 2º del auto sacramental de Calderón de la Barca 'El Santo rey don Fernando'. Es una piececita de apenas dos minutos, pero inesperada en un canónigo: una pulsión guerrera la inicia con marcados golpes regulares y no tardarán en entrar las conjuntadas trompetas en forma de fanfarrias, acompañadas del redoble nervioso de una caja, que acentúan la sensación combativa. Una dulce melodía en los violines corta de raíz el ambiente beligerante y nos fundimos en una música amorosa, que va creciendo y cuyo protagonismo pasa a las maderas hasta terminar en 'forte' (o fortísimo) con los metales, en un primer acercamiento al excelente trabajo de la orquesta. Mucho para tan poco tiempo; y aún nos hubiera gustado oír alguna de sus piezas bañadas en impresionismo, pero con temática melódica andaluza, algo que lo unía a Turina. Y eso que tampoco lo dejaron viajar a Francia.
Turina sí estuvo en París, estudió básicamente con D'Indy en la Schola Cantorum, aunque conoció a todos los grandes, quedando sobrecogido por la música de Debussy, lo que dio lugar a su 'Quinteto nº 1', totalmente debussyano. Por suerte, también conoció a Falla y Albéniz que le recomendaron que 'escuchara voces más familiares', que abrazara su herencia: «Debes basar tu arte en la canción popular española, en la música andaluza, porque eres de Sevilla'. Al cabo de los años, Turina recordaría: 'Esas palabras fueron decisivas para mí, [y] son un consejo que he tratado de seguir a lo largo de mi carrera.'
En este pensamiento se incardina toda su carrera, y por tanto las dos piezas que se interpretaron, pero estas dos son especialmente populares. La primera es 'La oración del torero', que cuando la oímos no dejamos de pensar en el último acto de 'Carmen' en tanto que dos escenarios simultáneos, en donde suena el pasodoble terminando de enardecer al público (quizá algo pausado) y contrasta con la quietud acórdica de la oración. Por cierto, nos pareció que la cuerda hizo toda la pieza con sordina mientras que el pasodoble va con arco, para que brille y el contraste choque con el recogimiento del matador en la pequeña capilla de la plaza. Estuvieron a dos instrumentos de cuerda por sección, es decir, como un cuarteto amplificado. Queremos decir con ello que es en esta formación donde el maestro Thomas magnifica lo escrito, tiñendo de emoción, de verdadera meditación la escena: unos acordes de factura impresionista proporcionaban una sensación extática, de ingravidez, de ensimismamiento.
Otra muy breve del granadino Segismundo Romero, el tercer cofundador de la OBC y colaborador intenso de Falla, catedrático de violonchelo del conservatorio superior de Sevilla. La pieza que oímos fue 'Aire de danza', sencillo, con una melodía que arrancaba una y otra vez, pero llena de tanta fuerza que no perdía en cada avance, ya que terminaba de manera distinta; sinceramente, está tan bien construido que no llega a cansar. En el centro otra melodía pariente de la anterior, que buscaba el agudo tanto como las trompas, que estuvieron un tanto apuradas seguramente frías de estar tanto tiempo sin entrar, y con ello solventar la dificultad del pasaje.

La segunda pieza dedicada a Turina fue el 'Poema de una sanluqueña' que, salvando todas las distancias que queramos, viene a ser como una 'Chica de Ipanema', es decir, es el canto a la joven sanluqueña, dorada por la playa que ve morir el Guadalquivir. El 'Himno a la belleza' recorrerá la particular forma sonata a través de sus cuatro movimientos. El violín solista a cargo de la habitual concertino nos trajo la gran intervención instrumental de la noche, que deberá exponer con convicción el mencionado y medular himno; el segundo deberá mostrarnos las resonancias guitarrísticas, así como de copla andaluza, o controlar los complicadosarmónicos para el tercer tiempo ('Alucinaciones'), alcanzando altos grados de virtuosismo, estado que mantendrá en el último, que rememorará también el Himno y nos llevará a un derivado del mismo, con difíciles dobles cuerdas. Sirva la exposición del mapa de dificultades para valorar suficientemente la excelente interpretación de Lara Sansón, que puso toda su energía, dulzura y técnica suficiente como para lidiar con los escollos y mucha musicalidad, amparada por la mano maestra del director angloespañol.
Por último, Thomas nos ofrecía la 'Rapsodia Húngara de Cámara', producto de las investigaciones de Bartók sobre el folklore de su país, sobre todo el zíngaro, suponemos que punto de unión con el resto del programa, por su carácter nacionalista (en el buen sentido). Se trató de una adaptación de un cuarteto a las huestes de la OBC hecha por el propio Thomas, y de considerable dificultad, que además obligó a participar a todos sus miembros con diversos momentos solísticos. Por cierto, Sansón no eludió ninguno de estos trabajos, y después de luchar con las referidas dificultades de la sanluqueña, participó igualmente como concertino en el resto del programa. Es lo que levanta en cada concierto a la orquesta: la creencia en un proyecto volcándose en cada pieza que tocan.
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