FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

El cuento sublime y la tragedia interior de Miyazaki y Bayona se sobreponen a la lluvia y otros cuentistas

Con las dos películas, incluso con cualquiera de ellas, hay material suficiente para considerar que el gran cine estuvo en el primer día de la edición del festival

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Juan Antonio Bayona efe

Aparte de la lluvia, que no es realmente una novedad en esta ciudad, el gran acontecimiento de la inauguración del Festival de San Sebastián era Hayao Miyazaki, el octogenario director japonés que ha cimentado, con su prestigioso Estudio Ghibli, una manera de hacer, entender ... y disfrutar el cine de animación con un estilo único en lo visual y en lo espiritual; tan único como lo pueda ser el de Disney o el de Pixar. Su última película, 'El niño y la Garza', trajo el consuelo, la humanidad, la fantasía e inventiva que eran imprescindibles para atravesar sin congoja una inauguración lluviosa y amenazada por el 'asunto Ternera' y ese documental, ya proyectado ayer, que llega rápido y se irá aún más rápido. También ayudó a disimularlo la proyección casi a la vez de 'La sociedad de la nieve', la película de Juan Antonio Bayona recién elegida para ir por España a los Oscar.

Con estas dos películas, incluso con cualquiera de ellas, hay material suficiente para considerar que el gran cine estuvo en el primer día de esta edición del festival. Lo de Miyazaki solo es comparable a sí mismo, a títulos como 'Mi vecino Totoro', 'La princesa Mononoke', 'El viaje de Chihiro' o 'Ponyo en el acantilado', incluso las supera a todas, no en belleza, calidad, poesía o sugerencia, sino en hinchazón creativa, proyección alucinada del mundo interior y mundos paralelos y la gran cantidad de interpretaciones, en un alarde de polisemia e intuición, que procura una fábula que no deja de ser para chiquillos y que atrapa por la solapa a cualquiera.

Un cuento con sus retos de los espacios y los tiempos, que visita el más allá y el mucho más allá, que arranca con un incendio y con una estética en la animación que abruma y con un desarrollo de aventura y de sentimientos que apabulla. También por su directa sencillez y por sus recursos emocionales, un poco a contrapelo de lo que nos tiene acostumbrados la animación. Una aventura, tan exterior como interior, de un niño que se queda sin madre y que tiene que ir rescatándose a sí mismo y sus circunstancias dentro de un relato y unas puertas que tienen mucho que ver con la locura, o la lucidez, de Miyazaki.

La proyección de 'La sociedad de la nieve' responde a muchas preguntas (aunque no a la que, personalmente, necesitaba uno: ¿mejor esta película que ver cómo no recogía su Oscar Víctor Erice porque se iba a tocar el clarinete a la casa museo de Mario Pardo?). Ofrece respuestas a una vieja tragedia, la de aquel avión que se estrelló en los Andes y cuyos supervivientes lograron aguantar más de dos meses en condiciones extremas y mediante recursos terribles, como el de alimentarse con la carne de algunos de los fallecidos.

En lo exterior, lo que se ve, Bayona ha hecho una obra impecable en lo técnico y en lo narrativo, y en lo interior es de una profundidad y un respeto mayúsculos. Está contada desde ahí, desde la impresión de uno de los primeros supervivientes, aunque con la licencia de no relacionar el punto de vista con lo vital sino con lo espiritual. Se trabaja con minuciosidad las interpretaciones, los conceptos y los estados de ánimo, y en ningún momento se resuelve lo polémico de la antropofagia con otro sentido que el deber, la solidaridad o incluso el sacrificio para ser útil a esa sociedad terrible de la nieve.

La estructura de la película es clásica, presenta a los personajes, los atropella con esa situación tremenda y los va reconvirtiendo en lo que la cordillera los transforma. No son actores conocidos, pero, francamente, están a la altura de lo que un rodaje forzosamente endiablado y la historia les exige. Es una película larga, de casi dos horas y media, y que exige entereza el seguirla en caliente a pesar de que se conozcan los detalles de aquella tragedia, que ya la contó Frank Marshall en 1993 con estrellas como Ethan Hawke y John Malkovich. Aunque la de Bayona, muy impresionante en las escenas del accidente y sus localizaciones, va más al alma que a la carne.

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