Tribuna abierta
Dostoievski: Dolor, perdón y belleza
Leer a Dostoievski supone sumergirse en las honduras laberínticas del alma

Hoy estuve con la muerte..». Mientras a esperaba ser fusilado, Dostoievski besaba la cruz diminuta que le ofrecía un páter y pensaba en cada instante de su vida, en cómo estar vivo es un don y en cuánto daría por poder vivir un solo minuto ... más. Un minuto de vida que se le antojaba «un siglo de felicidad». En aquellos momentos, cuando ya escuchaba los redobles de tambor y veía a los soldados formando en el pelotón para disparar sobre grupos de tres, pensaba, y así lo confesó a su hermano por carta, en lo maravilloso que es estar vivo. Es bien sabido que, cuando ya se iba a cumplir la pena capital por haber pertenecido a un extraño grupo de ideas progresistas, llegó la orden del zar que revocaba la condena por un destierro a Siberia, donde realizaría trabajos forzados. Aquella experiencia de sentirse perdonado, de tener una segunda oportunidad marcó su vida. De camino al presidio sucede otro hecho importante: la esposa de un decembrista le entrega un gastado ejemplar de los Evangelios del que ya no se separará y que leerá, según su hija, hasta el día de su muerte. El sufrimiento del penal de Omsk le sirve al novelista para construir otra obra importante, ‘Memorias de la casa muerta’. Hoy conocemos su éxito, pero el escritor no lo había tenido fácil en la vida. Siendo niño, su padre, médico militar, murió, según se cree, asesinado por la servidumbre. Su madre, el espíritu que dotó de sensibilidad al pequeño Fíodor, también morirá prematuramente. El temperamento de Dostoievski está hondamente marcado por el dolor, dolor espiritual y dolor físico por el azote de una enfermedad misteriosa como era en su momento la epilepsia. La lectura de la reciente biografía de Virgil Tanase (Ediciones del subsuelo) y, sobre todo, el sorprendente libro de memorias de Anna Grigorievna, su segunda esposa, en editorial Espinas, nos permite aproximarnos a su difícil personalidad. Desde muy joven sufrió crisis que lo sumían, irremediablemente, en complejos trances que describirá así en ‘Los demonios’: «hay segundos, no más de cinco o seis a la vez, en que de pronto uno siente la presencia de la armonía eterna, plenamente alcanzada». Si leer a Tolstoi es dejarse llevar por una fascinante película en la que uno puede visualizar a los personajes y escenas históricas que están narradas, como en ‘Guerra y paz’, con un inigualable trazo descriptivo, leer a Dostoievski supone sumergirse en las honduras laberínticas del alma humana. A veces el trazo de la narración nos parece más tosco, no atiende tanto al modelado de los detalles escénicos pues lo que pretende es ofrecer un terrible retrato de las preocupaciones, los deseos, las frustraciones y las esperanzas humanas. El sentimiento religioso es esencial para entender a nuestro autor. El mundo religioso de Dostoievski ya ha sido estudiado por autores tan solventes como Romano Guardini o, más recientemente, Tamara Djermanovic (‘El universo de Dostoievski’, editorial Acantilado). Aquí daremos algunas pinceladas. Aunque la temática es diversa, las cuatro grandes novelas suyas —Los demonios, Los hermanos Karamázov, Crimen y Castigo y El idiota— tienen en común un potente fondo teológico que respira bajo cada una ellas. Sin miedo a abordar temas tan oscuros como el alcoholismo, la ludopatía, el nihilismo, el parricidio, el terrorismo o la violación, Dostoievski nos deja ejemplos de su preocupación por ofrecer una visión salvadora y luminosa de la fe en Jesucristo. Cristo es la encarnación de la plenitud del hombre, la suprema culminación, la perfección de la anatomía humana: «No hay nada más bello, profundo, comprensivo, razonable, viril y perfecto que Cristo» nos dice en Los demonios. La fe ortodoxa, la fe en Cristo es, además, para él, el alma que vertebra el sentimiento de unidad del pueblo ruso: «Un ateo no puede ser ruso (…) No se puede ser ruso sin ser ortodoxo». Uno de los momentos sublimes de ‘Crimen y castigo’ es aquel en el que Raskólnikov le pide a Sonia que le lea un pasaje de un ‘mugriento’ libro que había sobre la cómoda. Se trata del Nuevo Testamento y no es difícil imaginar que Dostoievski pone en las manos de Sonia el ejemplar que le entregó la mujer de su decembrista a través de las vallas del penal de Omsk. Ella abre al azar y lee el pasaje de la Resurrección de Lázaro. Se produce el prodigio. La prostituta y el asesino perseguido lloran emocionados al escuchar las palabras del Señor ordenando «Lázaro, sal afuera». Otra vida nueva es posible. Si hoy conocemos a Dostoievski es, en gran medida, gracias a la portentosa labor de traducción realizada por un sevillano, Rafael Cansinos Assens. Cansinos vertió al castellano, por primera vez, un capítulo censurado en las ediciones primeras de ‘Los demonios’ el que se narra la visita de uno de los protagonistas, nihilista y violento, a Tijon, un arzobispo con fama de santo que vive retirado en un convento. La confesión de Stavroguin es espantosa, ha cometido un crimen odioso contra una niña de doce años y, desde entonces, le persiguen unas apariciones demoniacas. Tijon escucha y perdona con palabras sabias. En ‘Los hermanos Karamazov’ aparecerá el monje Zósima, un personaje, que se considera evolucionado de Tijon, que recibe la confesión de las mujeres y las bendice: «no hay pecado tan grande que apure el infinito amor de Dios». Entre las frases que más se citan de Dostoievski está aquella de ‘El idiota’ en la que se afirma que «solo la belleza salvará al mundo». La frase ha sido a menudo malinterpretada pues aquí la belleza viene a ser un don divino, una expresión de la gracia. Así lo entiende en ‘Los demonios’, Stepan Trofimovich, para quien hay mucho de sagrado, de don en la belleza: «Me arrodillo ante todo lo que fue bello en mi vida».
Ahora que el mundo se estremece ante las imágenes de la destrucción causada por el hombre en guerra, hay pocas lecturas más reconfortantes y apropiadas para este tiempo de Cuaresma que la obra de este ruso genial. De este escritor atormentado y maltratado por la vida que construyó su obra desde el dolor pero entendiendo que el perdón y la belleza eran las cualidades más depuradas del alma humana. Acabo recordando una frase que dirá al final de sus días Stepan Trofimovich: «Dios me es necesario porque es el único ser a quien se puede amar eternamente». Que así sea.
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