PÁSALO
Benito Moreno
Como me dijo Maxi, su hermano, Benito fue un sevillano de la serie seria

HAN pasado los años, pero España sigue oliendo a pueblo, a pueblo con interné y plasmas desbordantes de plastas, aspirando a convertirnos en verdes, sostenibles y circulares. Es la nueva fantasía, tan diferente de aquella que funcionaba por los años en los que Benito Moreno ... regresó de Bretaña. Han pasado los años, pero España sigue oliendo a pueblo y Sevilla, en su centro urbano, a ciudad vaciada, donde se intuye que alguna vez hubo cales en las paredes, donjuanes de bares, colegios oliendo a gomas de nata y hermanos con babis con botones de hueso. España huele a eso. Y Sevilla comparte ese aroma… Benito Moreno nos dejó las paredes repletas de poesía y sus cuadros desbordantes de lírica, echándole timbales a un pulso con el ingenio para llevar al mundo de las sevillanas más exigentes la poesía de Bécquer. Ahí es nada. Sevillanas por el palo de Gustavo Adolfo. Hechas no para bailar, sino para pensar.
En Cajasol, desde ayer, hay una exposición dedicada a Benito, dos años después de que la Covid la aparcara. Imágenes y textos, pinturas y letras, para que no olvidemos nunca a uno de esos escasos sevillanos de la serie seria. Que no malajosa. Su hermano Maxi me dijo alguna vez que Benito no era un sevillano aburrío, como se definió en un tema del 75 que tituló ‘Sevillano’. Sino un miarma de la serie seria. «Soy un sevillano tonto/ un sevillano aburrido/ de esos que se van de pronto/ sin anunciar que se han ido…» Máximo Moreno, Beatriz y Guillermo, los hijos de Benito, así como Josele Moreno, han trabajado en esta exposición para, de alguna forma, rescatar el olor de aquellos tiempos y la memoria más creativa del bueno de Benito. La exposición no es para pasearla. Es para rastrearla y ver lo que hace el tiempo con las ilusiones, los anhelos y los ideales… sin boquillas.
Tras más de veinte años en Bretaña, con ese apunte francés que le dio el perfume de la gente civilizada, nos llegó como cantautor y como pintor de mundos ingrávidos y gentiles. En la exposición están presentes dos reliquias de la fonoteca. Una de ella es la grabación de más de cincuenta poemas de Gloria Fuertes que le pidió Benito a la poeta para dejarse llevar por la música de su verso cuando pintaba lejos de España. La otra es la cinta que guarda, como el registro andalucista de su voz más pura, aquel concierto en el Lope de Vega que promovió el núcleo rebelde de Eleuvegé: Luis Baquero, Paco Sánchez e Ignacio Martínez. Benito cantó sus temas y un chaval granadino, de ojos negros y caracoles lorquianos setenteros, interpretó por vez primera en público la verde y blanca. Claro está, nos referimos a Carlos Cano. Ni Carlos ni Benito ni Luis están ya entre nosotros y lo que queda de aquella noche de corazones en la boca y sueños que apenas si llegamos a rozar esquivados por el tiempo, está en esa cinta que, gracias a Dios, no ha sido habitada por el olvido. Veo la exposición y se me hace presente la voz de Benito, tan pausada y respetuosa, su ironía afilada ajena a la sangre y una noche lejana en el Villamarín mientras comentaba para ABC lo fuerte que estaban los notas de su equipo. Aquel genio enemistado con la algarabía…
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