Quemar los días
Aprender a mirar
En este mundo dominado por las imágenes, aprender a mirar se ha convertido en algo apremiante, casi un deber ciudadano

Contó Clint Eastwood en ‘Banderas de nuestros padres’ la historia de los soldados norteamericanos que protagonizaron la célebre fotografía de alzado de la bandera estadounidense sobre el monte Suribachi, en la batalla de Iwo Jima. Una historia contenida en una postal inmortal, que ha pasado ... a la Historia como el símbolo de la victoria de la libertad de la democracia en su modalidad yanqui. Pero en realidad, como sabemos hoy, una fotografía llena de claroscuros, donde hubo de todo menos improvisación –se diseñó con un cálculo más propio de una sesión de estudio–, y que sirve poco para entender el momento en que se estaba produciendo.
En la asignatura de Fotoperiodismo, durante la carrera, tuvimos la suerte de contar con el magisterio de Pablo Juliá. Quien se empeñaba, sobre todo, en enseñarnos a mirar. En estos tiempos en que la palabra parece cada vez más arrinconada en beneficio de la imagen, una asignatura como la suya debería impartirse hoy de forma obligatoria en las escuelas. Porque aprender a mirar se ha convertido en algo apremiante, casi un deber ciudadano, equiparable a aprender a leer.
Sólo hay algo que pueda contener el ‘punch’ de una buena imagen: el necesario procesamiento intelectual que implica acudir a las fuentes, informarse, contextualizar. La imagen es pasional, interpela a las tripas, pero por sí sola no basta. Quizá por eso, una vez, decidimos abandonar las pinturas de las cavernas y fabricamos un lenguaje. Demasiadas veces, las imágenes operan como eslóganes, tan hermosos como incompletos, que aplastan, por su propia capacidad de embelesamiento, la historia sobre la que se construyen. Preferimos seguir pensando que aquella foto en la que un marinero besaba apasionadamente a una enfermera celebrando el fin de la II Guerra Mundial fue un acto de espontaneidad amorosa, y no en realidad, como supimos mucho después, un gesto de intolerable acoso que hoy habría merecido, como poco, orden de alejamiento.
Durante esta semana ha sido imposible abstraerse y tomar distancia de la imagen de la voluntaria de Cruz Roja Española que abraza y consuela al subsahariano recién llegado a la playa del Tarajal, una Pietá que huele a leguas a premio de World Press Photo. En este caso, insólitamente, su potencia simbólica ha derivado en dos interpretaciones muy distintas: mientras que muchos han mostrado su compasión, otros muchos la han señalado como el ejemplo de la blandenguería de un país, España, que debiera mostrarse más enérgico en el cierre de sus fronteras. Lo más penoso es que, muy probablemente, lo único que recordemos con el tiempo de esta crisis sea sólo la foto, sin que hayamos hecho el más mínimo esfuerzo por entender en toda su dimensión su contexto. Porque vivimos saturados de imágenes pero, mal que le pese al maestro Pablo Juliá, seguimos sin saber mirar.
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