PERDIGONES DE PLATA
Entrenar la sesera
Los nórdicos, en efecto, tendrán sus defectos, pero son de un práctico aplastante
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Me cargaba mucho cuando un paisano se derretía loando las excelencias de los países nórdicos. Ellos, almas puras, gentes amarradas a la honestidad, personas responsables que aman al prójimo más que a sí mismos, seres de luz de modales intachables. Nosotros, sureños irreflexivos, chusmilla adicta ... a la picaresca, la vagancia, el puterío (ni que todos fuésemos Tito Berni o el de la Faffe), la mentira, la estafa, el egoísmo. Pero luego descubrimos que de los norteños también manan, como en cualquier parte, rincones oscuros, por eso algunos de ellos beben en soledad hasta caer groguis para ahuyentar a sus demonios de hielo. La socialdemocracia jamás supuso el paraíso que nos vendieron.
Justo cuando se supone que nos va a empitonar la inteligencia artificial, en Suecia renuncian a la tecnología que inundó las aulas, a las pantallas que abducen y entontecen, a los métodos tan de almas de metal. Regresan, pues, al papel, a la tinta, al libro que se palpa y se huele, al aprendizaje tradicional que favorece la concentración, la comprensión. Esto se me antoja un romántico triunfo de lo analógico sobre el papanatismo de las máquinas que emiten su palpitar de pirotecnia jibarizada. Los nórdicos, en efecto, tendrán sus defectos, pero son de un práctico aplastante. Aquí eliminamos de la enseñanza lo de memorizar y no entiendo el motivo. Los alumnos, apuntaron los especialistas de última hora y última moda, debían de entender las explicaciones del docente, nunca memorizar los textos. Pues muy bien, ahora padecen una amnesia atroz y encima siguen sin entender nada. Éxito total, vaya. Tuve la suerte de recibir una educación en la cual nos obligaban a memorizar un breve párrafo todos los días que recitábamos como papagayos la mañana siguiente. Así, varios cursos. A mis amigos les asombra la buena memoria que me acompaña como si esto fuese un don celestial. No es así, la memoria se entrena. Y esos textos, los comprendimos años más tarde. Pero la base vino al domesticar nuestra capacidad de retención. Ahí empieza todo.
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