PERDIGONES DE PLATA
Calor callejero
La calle, ahora, quizá se convierta en ese oso de zarpa afilada que sale hambriento de su refugio tras el retiro invernal
Tsunami de sonrisas (3/11/2023)
Sánchez Panza (30/10/2023)
Manifestaciones, movilizaciones, mensajes que vuelan por el espacio y acuchillan las pantallas de los móviles. Qué difícil, cuando los tiempos estudiantiles, llevar los temas puntuales para asistir al examen con el sosiego del que va preparado y sin agobios. Algunos fuimos del último día y ... vivíamos en esa angustia. Empolladas salvajes con la pata encadenada contra el flexo policial, noches regadas con litros de café como si fuésemos un Balzac de pacotilla y rotuladores de calibre grueso como balas de kalashnikov para subrayar. Empolladas que olían a desesperación mientras en la cabeza retumbaba lo de «¿y qué me costaba estudiar un poquito cada jornada para no darme este atracón infame de última hora?». Y con el arrepentimiento fructificaba un propósito, el de nunca más cometer ese error y actuar de manera responsable. Pero jamás lo cumplíamos y el trimestre siguiente se repetía la jugada de nervios, apuntes fotocopiados a salto de mata y sesiones que desgastaban los codos y las pestañas. Sucumbíamos en la misma trampa porque solíamos aprobar con ese demoledor esprint final de ruleta rusa y la sensación de peligro y triunfo por los pelos enganchaba. Éramos capaces de solucionar el entuerto a ultimísima hora. Quizá no hemos cambiado tanto y por eso seguimos siendo de arrebato en el descuento, de tomar el asfalto cuando le vemos las orejas al lobo y los pitones al morlaco. La amnistía, en fin, bien podríamos dejarla para septiembre o, mejor aún, quitarla del temario. Para no soportar tanto bochorno de calabaza injusta, digo.
La calle se calienta como aquel adolescente que veía por primera vez una película con Nadiuska desvestida en ropa interior picante. A lo mejor no estábamos tan anestesiados como algunos creían, sino que andábamos enfurruñados en el resignado letargo del triste «es lo que hay» hasta que, por fin, la modorra se quebró y escapamos del periodo de hibernación. La calle, ahora, quizá se convierta en ese oso de zarpa afilada que sale hambriento de su refugio tras el retiro invernal.
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