LA HUELLA SONORA
Umbral, Herrera, Besteiro
Parece que al leerles de corrido se te escaparan cosas, como si no estuvieras nunca aprovechándolo del todo. Pasa igual con la vida
José Besteiro: Umbral, marca registrada
Ángel Antonio Herrera: Umbral y el beso

El libro es una sobredosis de Umbral, es decir, una sobredosis de belleza, que es algo cada vez más necesario para librarnos del olor a pies del sanchismo. El mundo es algo precioso, la vida es bella y la arruga también. Pero para recordarlo ... hay que librarse de este castigo que es escribir en tiempos de Pedro –un karma como otro cualquiera– y mirar hacia lugares más bonitos como, por ejemplo, un paso de palio, media verónica, un libro de Umbral.
Porque es casi imposible escribir mejor que Umbral, digan lo que digan los tuiteros activistas, los periodistas-politólogos y las fruteras. También es casi imposible ser más raro que él, estar más dañado en su estructura íntima y resultar ontológicamente más complejo. Por eso se agradece tanto el libro de José Besteiro, 'Francisco Umbral: manual de instrucciones' (Renacimiento), que es exactamente eso, un manual de instrucciones para adentrarse en Umbral y en sus aristas a través de una espiral que hace círculos concéntricos y que se eleva como una hoja seca en un parque de Majadahonda. El libro no se puede leer una vez. Ni tampoco de una vez. Si para los 'umbralianos' la obra de Paco es el Nuevo Testamento, la de Besteriro son los 'Hechos de los apóstoles'. Y, por ello, necesita ser leída de poco en poco, pero en releída siempre. Y, sobre todo, ha de consultarse cada vez que uno termina de escribir y comete el error de pensar que lo ha hecho bien. Así recordará diariamente lo que es bueno, el lugar en el que se encuentra en realidad y se castigará poniéndose a escribir cien veces: «No volveré a hacer el ridículo». Y se cierra el libro.
Si para los 'umbralianos' la obra de Paco es el Nuevo Testamento, la de Besteiro son los 'Hechos de los apóstoles'
Porque leer a Umbral implica cerrar el libro cada minuto y medio para ser plenamente consciente de lo que se ha leído. Lo mismo ocurre con Besteiro, que no escribe tan bien como Umbral porque no se puede. Pero casi. Y con el prologuista, claro, mi vecino de la derecha, ese tal Ángel Antonio Herrera, que es el mejor torero después de Morante de la Puebla y que un día en un argentino de Felix Boix me reconoció que era imposible leer a Umbral sin cerrar el libro constantemente, con un poco de mala leche, para interiorizar lo que acabas de leer. Yo le doy la razón. Pero es que con él pasa lo mismo, parece que al leerle de corrido se te escaparan cosas, como si no estuvieras nunca aprovechándolo del todo. Pasa igual con la vida.
Entre los dos saben más de Umbral que yo de mí mismo. Y el libro de Besteiro es, a la vez, un tratado de columnismo, una cátedra sobre los ochenta, una tesis de literatura canalla, una guía de Madrid, un manual de antiayuda –como diría él, qué bien piensa a veces el corrector–, un poemario a la mujer, una elegía a los padres huérfanos de hijos, una enciclopedia de impostura y un bestiario. No he acabado aún de leerlo y no pienso hacerlo.
Pero en mi mesilla, a partir de ahora, estará el libro que leo y además, este. Y un vaso de agua de ayer. Y un revólver, un boli rojo y un crucifijo. En la pared de enfrente, una foto de Umbral, una de Delibes y una de Curro. Y la virgen de mi colegio. Lo que sea necesario para recordar cada mañana, de camino a la vida, de qué iba todo esto. Y lo que es más importante: de qué no.
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