Cambio de guardia
Contra los simpáticos
Macron no necesita el sueldo de político para vivir. Y aquí lo necesitan todos
-U30894529206uS--1200x630@abc.png)
No hay nada más idiota que un simpático. Y, en política, nada hay de consecuencias más funestas. Rechazar la complacencia ciudadana es virtud en que se cifra la grandeza de un hombre de Estado.
En la distancia, Charles de Gaulle o Winston Churchill nos aparecen ... grandes porque jamás se plegaron a los caprichos de quienes los votaban; sólo al análisis de las determinaciones que pueden destruir o salvar un país. De haber sido simpático con la mayoría francesa -que Pétain encarnaba-, De Gaulle se hubiera rendido a Hitler. De haber sido complaciente, Churchill hubiera firmado con Alemania una alianza de hierro frente a Stalin. Y Europa hubiera sido nazi. Un hombre de Estado tiene que estar dispuesto a perderlo todo, para que la patria gane. Aun cuando sepa que el único agradecimiento que la patria suele dar a eso es una patada en el culo.
Escuché anteanoche con envidia la alocución televisiva de Macron a la nación francesa. No tanto porque, en la mayor parte de sus hipótesis, mi coincidencia con sus análisis sea completa. Mucho más por el coraje -para un analista español, inusitado- de decirlas. Por un medio habitualmente entontecedor pero que llega a todos, la maldita tele, y sin tomarse siquiera la molestia de edulcorar su contenido.
Francia es hoy uno de los puntos negros de la superstición antivacunas. Lo normal -si aplicáramos el criterio de rentabilidad en el cual vivaquean los políticos españoles- hubiera sido eludir una ofensiva que pone frente al gobierno a unos cuantos millones de potenciales votantes. El presidente francés ha hecho exactamente lo contrario: no sólo reafirmarse en las durísimas medidas que amargan en Francia la vida a los no-vacunados (prohibición prácticamente total de pisar espacios públicos cerrados, escuelas como hospitales, universidades como tabernas), sino ampliar la obligatoriedad del «pase» a la tercera dosis de vacunación para los mayores de 65 años. Yo, que tengo 71 y que me inyecté ya hace semanas esa decisiva toma, aprecio el empeño del presidente francés en salvar unas vidas que, sin la antipática medida, estarían en un alto porcentaje abocadas al cementerio.
Pero hay más. Macron ha anunciado lo que cualquier científico sabe: que sin el incremento de las centrales nucleares, Europa es un cadáver a la espera de su sepelio. Vivir energéticamente del gas de las tiranías musulmanas o del que viene del reforzado totalitarismo de Putin es condenarse a una servidumbre sin horizonte de pervivencia. Francia -como buena parte de Europa- padece el jolgorio pueril de un bucolismo neo-edénico. Decirle que «lo verde» mata y que sólo «lo nuclear» puede salvarnos, cuesta votos. No imagino al guapo y sonriente Doctor Sánchez asumiendo un tal coste en las urnas.
Pero es que Macron no necesita el sueldo de político para vivir. Y aquí lo necesitan todos.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete