Gilbert Bourk: vivir una odisea para que nadie tenga que pasar por lo mismo
El burkinés invirtió más de dos años en un penoso viaje desde África a Granada. Ya integrado en España, dirige una organización que crea escuelas en su país
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Cuando llegó a España en 2008, Gilbert Bourk tenía 16 años pero ya había pasado dos viajando. Con sólo 14 salió de Burkina Faso, su país natal. «Allí las cosas iban fatal, no me quedó otra que irme, aunque fuera con el riesgo ... de sacrificar mi vida», explica, con buen acento, un hombre al que no le falta familia: sus padres tuvieron nada menos que 18 hijos.
Pasó por Ghana, Costa de Marfil, Mali, Argelia y Marruecos. Dormía «debajo de un árbol o como podía», comía lo que algún buen samaritano le ofrecía y guardaba algo de dinero para pagar su pasaje (es un decir) en la patera que debía trasladarle a Europa. No era una ganga de billete: 1.500 euros.
Y encima, no consiguió llegar a la primera. Estuvo en una intentona que partió desde Nador y fracasó. Repitió saliendo desde Alhucemas y, tras 17 horas de travesía, su patera fue interceptada y trasladada a Motril. Por supuesto no iba solo, le acompañaban otras 45 personas. Él era el único menor de edad de la expedición.
«¿Que si lo pasé mal? Bueno, por lo pronto mi país no tiene mar y cuando llegué a Marruecos lo vi por primera vez. Además, nos quedamos sin gasolina y empezamos a temer lo peor, nos asustamos mucho. Por suerte, vimos un barco con bandera española que venía a por nosotros», recuerda.
Fue trasladado a un centro de menores de Granada capital y allí no le faltó comida, pero no se sentía a gusto porque le obligaban a estudiar cuando él lo que quería era «trabajar y mandar cuanto antes dinero a mi familia, que lo necesitaba». Pero no hay mal que por bien no venga: aprendió a leer y escribir y conoció a algunos cuidadores que luego fueron esenciales en su vida.
Al cumplir los 18 tuvo que dejar el centro. Corría el año 2010, no tenía permiso de residencia ni tampoco podía trabajar legalmente. Le esperaba un futuro sombrío pero entonces apareció la figura protectora de Agustín Ndour, un senegalés ya afincado en la zona que se lo llevó a su casa.
«No llegué a vivir nunca en la calle ni tampoco cometí ningún delito. En 2011 conseguí el permiso de residencia pero no pude trabajar hasta que, gracias a una educadora, conseguí un contrato a media jornada como jardinero», rememora trece años después, cuando ya tiene un buen empleo en una fábrica de productos químicos y reside en Las Gabias, un pueblo próximo a Granada.
No lo hace solo. Desde que le fue posible, regresó periódicamente a Burkina Faso para reencontrarse con su familia y allí conoció a una mujer con la que se casó en 2015 y a la que trajo a España. Granadinos son los tres hijos de la pareja.
Echando la vista atrás, reconoce que, en comparación con otros, no tiene motivos para quejarse. «He dado con buenos amigos, con gente que me ha ayudado mucho, y me siento en mi país. Por supuesto que he notado algunas veces el racismo, creo que ningún inmigrante puede decir lo contrario, pero eso sólo me ha pasado algunas veces», dice, y agrega que se siente agradecido y que seguirá volviendo a Burkina Faso cada vez que pueda a ver a los suyos. «Pero siempre iré en avión, no quiero volver a ver una patera», bromea.
Tiene otro buen motivo para regresar a África de vez en cuando. En 2019 creó una asociación llamada Burkina Escuela y Familia, que ayuda a niños y jóvenes para que sean escolarizados allí «y no tengan que emprender viajes peligrosos hacia Europa». En este periodo, el colectivo ya ha atendido a 138 menores.
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