vivencias de la Fiesta
«En los patios no había tiestos, sino latas, porque no había dinero para macetas»
Cuatro propietarios de patios en Córdoba narran a ABC las historias de sus casas, que se llenan de visitas durante el concurso
Los Patios han recibido ya 308.031 visitas, un 23% más que en 2023

Recuerdos de la infancia cuando Córdoba era muy distinta, casas en ruina que debieron ser restauradas, injertos infrecuentes que dieron a luz insólitas especies de árboles híbridos, arquitecturas extrañas e inexplicables, plantas singulares… e incluso alguna que otra bruja con sus pócimas. Se podría mezclar todo ello en una particular coctelera y saldría el auténtico sabor de los Patios de Córdoba. ABC ha consultado a varios de los decanos de los patios en sus propios recintos, a saber, Tinte número 9, Plaza de las Tazas, Martín de Roa número 7 y calle Pedro Fernández.
Si hemos empleado el término decano ha sido intencionadamente, pues la decana de los patios es Ana Muñoz Fimia, que lleva presentándose en el concurso del festival 46 años seguidos «sin faltar ni uno», remarca con orgullo. Desde 1978 está engalanando el lugar, aunque ahora necesita algo de ayuda, pues ya ha cumplido 87 años. Muñoz creció en otra casa con patio, cerca de la catedral, donde fue bautizada, «también mis hermanos se bautizaron en la catedral y mis padres se casaron allí también».
Aquel patio de la infancia estaba pasando la Cruz del Rastro. «Al pasarla hay unas escaleras más anchas y unas escalerillas estrechas, pues subiendo las estrechillas, en la casa frontera, ahí nací yo». Y menudas travesuras políticamente incorrectas hacía su pandilla, pues en la zona estaba el torno de la maternidad. Allí dejaban las familias pobres a los bebés que no podían alimentar. Accionándolo pasaban al interior del inmueble. Muñoz, junto a sus compinches, ponían piedras y las mandaban dentro. «Los nenes éramos muy malos», añade.
Con poco más de 40 años se fue de esa casa de la antigua calle Imprenta, ya que su familia compró la de Tinte. ¿Qué es lo mejor de vivir ahí?: «Tiene mucha alegría nada más me levanto por la mañana, abro mi puerta, salgo aquí y respiro», destaca la responsable de este patio, que ha encadenado varios primeros premios. La propietaria llama la atención sobre la forma distinta de cada ventana en la fachada de arriba, algo que se repite en otra abajo. Ninguno de los seis vanos son iguales. «Dicen que aquí vivieron brujas, y que daban sus pócimas por la ventanilla que hay a la salida».

En Martín de Roa, 7 nos encontramos con Juan Collado, que vive en una de las casas del patio. En otra lo hace su hija Rosa. Una tercera casa fue la de su abuela y ahora de su nieto. Conoce el lugar, por tanto, desde la infancia, aunque se crio en la Corredera. «En los patios de hace décadas no había tiestos, sino latas, porque no había dinero para comprar macetas», señala Collado.
Hace décadas, indica, no venían turistas a ver estos espacios, sino solamente cordobeses, «pero se los pasaba uno muy bien». El responsable de Martín de Roa, 7 fue durante su vida zapatero, responsable de montajes eléctricos y trabajador del campo. Ahora le dedica casi todo su tiempo a conservar en perfecto estado de revista el lugar: «Termino agotado, pero no me pesa porque me gusta, aunque para mantener esto tiene que ser a diario».
La Plaza de las Tazas es una de las más recoletas del caso histórico de Córdoba y en comparación con otros lugares semejantes mucho menos conocida. Alberga además uno de los patios sin duda más llamativos del concurso, regentado por Cristina Bendala, este año con algunos problemas de salud, por lo que hablamos con su hermana Carmen. En la entrada del patio, una foto antigua en la que aparecen algunas mujeres y un montón de niños indica que el recinto ganó el primer premio en 1961. Sin embargo, las casas son igualmente antiguas, muy distintas a las actuales de su interior.
En ruinas
Y es que Cristina Bendala se encontró en su momento con un lugar ya en ruinas en su interior. Antaño llegó a albergar a 17 familias en un sitio que ejerció de patio de vecinos pero que en realidad era una especie de picadero que comenzó a ser habitado con la emigración del campo a la ciudad. «Cada cuadra se convirtió en una habitación para las familias», explica Carmen Bendala.
Pero esas cuadras estaban ya destrozadas cuando su hermana Cristina compró el inmueble. Fue imposible mantener la estructura, por lo que se erigió una casa moderna pero acorde al lugar. Allí estuvo su estudio arquitectónico. Ahora, además de los propietarios, sirve como residencia de paso para estudiantes y artistas. «Hemos reconstruido un poco la historia del patio», apunta Carmen.
Esa reconstrucción está muy ligada a la exuberante vegetación, donde hay que destacar diversas especies. Por ejemplo, dos árboles híbridos, en concreto un par de moreras con un pie de olmo, injerto poco habitual que genera una morera de amplia copa, y por tanto que ofrece mucha sombra… pero sin frutos, para no manchar el suelo. Juncos de bambú, un drago, una Strelitzia en incluso un pequeño invernadero con más plantas de otros lares, imprimen a este patio un sello personal.

Un estado de ruina similar, aunque no tan exagerado, se encontraron Ana Balbuena y su marido Marcial Gómez al comprar el patio de la calle Pedro Fernández. Querían mudarse desde la Plaza de Colón a este tipo de vivienda. Marcial se la encontró por casualidad yendo en bici. Tuvieron que tirar los tejados, pero han mantenido la estructura de muros e incluso los azulejos. «Esto nunca fue una casa de vecinos, sino una casa de 1909, perteneciente a unos labradores, que tenían su casa y la de servicio, además de una parte de atrás para los caballos», especifica.
Además de varios premios, también han obtenido galardones de rejas y balcones. Balbuena reconoce que vivir ahí es estar alejado del mundanal ruido… más en un sitio tan recóndito que hace confundirse al GPS. «Salvo ahora, que estar aquí es una locura y un sufrimiento», destaca con sentido del humor.
Confiesa que tiene lumbalgia a causa del transporte de macetas desde la terraza denominada 'el hospital de las plantas' hasta el patio. Pero es una herida en el fragor no de la batalla, sino de la belleza. Lo atestiguan los constantes visitantes boquiabiertos ante el espectáculo arquitectónico y floral.
En el centro, la alegría de la casa, o sea, Impatiens Wallerana, planta premiada en este patio por singular y cuyo nombre puede hacerse extensible a todos los de la ciudad, mucho más a éstos que componen las raíces de la tradición. Es la vida en los Patios, madres de grandes historias.
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