Cádiz, la 'tierra de nadie' herida por el narco
«Cádiz, salada claridad» escribió Manuel Machado. Pero hoy está herida por un narcotráfico cada vez más violento que lleva a la sociedad a no ver un futuro. Una 'tierra de nadie', con relaciones muy complejas, donde el Estado a veces es invisible
Orgullosos y confiados

'Tierra de Nadie' es precisamente el título de una película que llega a las salas el día 28 –hoy se exhibe en el Festival de Málaga, fuera de concurso– producida por Álvaro Ariza (Esto También Pasará), dirigida por Albert Pintó e interpretada en ... sus papeles protagonistas por Luis Zahera, Karra Elejalde, y Jesús Carroza. El largometraje cuenta la historia de tres amigos de la infancia en Cádiz que eligieron caminos muy distintos, uno guardia civil, otro narcotraficante y el último depositario judicial. No olvidan sus orígenes ni su amistad, pero cada uno sabe dónde está.
A veces es a través de las historias más sencillas como mejor se explican las realidades más complejas, como la del litoral gaditano. El equipo de la película así lo entiende y se fija en esos tres perfiles, reales todos ellos, y sobre todo en sus relaciones, que dibujan una situación, la que se vive en ese rincón de España, difícil de comprender para ojos extraños.
Porque ¿qué puede unir a gente que está a un lado y otro de la ley, a los que hacen su trabajo con normalidad pero no pueden evitar relacionarse con todos o a los meros espectadores? Óscar Rodríguez nació y se crió en Jerez de la Frontera, estudió Imagen y Sonido y su historia ha inspirado uno de los protagonistas del filme, Yeye (Jesús Carroza), el depositario judicial, esas personas que almacenan en sus terrenos –o almacenaban, porque cada vez hay menos– los bienes intervenidos al narco, ya sean embarcaciones, coches o helicópteros a la espera de que los jueces decidan qué hacer con ellos. No son autoridad, porque se trata de autónomos, pero por su trabajo conocen muy bien tanto a los agentes como a los narcotraficantes. «Aquí tú puedes ser fiscal Antidroga y tu hijo fumar porros», resume de forma gráfica.
En su momento, Rodríguez decidió utilizar unos terrenos de su padre en su localidad natal para convertirse en depositario judicial. Era una forma de rentabilizarlos y además por entonces nadie podía imaginar cuál iba a ser la deriva del narco. «Desde hace seis u ocho años esto va a peor; siempre ha habido narcotraficantes, pero nunca han actuado con la violencia de ahora. En aquella época había unos códigos; se respetaba el territorio, nadie se enfrentaba a las Fuerzas de Seguridad, incluso entre las bandas se prestaban personal si una de ellas tenía un apuro»…
Se cuenta una historia de hace años, real, en la que un padre y su hijo, dedicados al narcotráfico, fueron sorprendidos en su barco por una patrullera de la Guardia Civil. El chico, nervioso y envalentonado, comenzó a insultar a los agentes. Su padre le propinó un bofetón que le hizo caer al agua. Cuando lo sacó, le dijo: «Estos señores están haciendo su trabajo, lo mismo que nosotros. Así que hay que tenerles respeto».
Enevenenada
Con la llegada de nuevos grupos, en especial las mafias internacionales, todo eso saltó por los aires. Los recién llegados querían ocupar el sitio de los que ya trabajaban allí. Hubo quien se resistió, y perdió la guerra; quien evolucionó a una criminalidad más peligrosa para mantener su hueco, quien lo dejó y quien firmó alianzas. Se rompieron todas las reglas de convivencia. Llegó la violencia. La juventud; no toda, claro, pero sí una parte relevante se envenenó, porque nadie le ofrecía un futuro y veía que era posible ganar dinero «rápido, pero no fácil», matiza Rodríguez. «Sencillo no –añade–, porque no lo es tirarse al agua en plena persecución, pasar días en el mar en una narcolancha, oculto en cualquier lugar o tener que huir permanentemente».
Esta reflexión de Rodríguez se vio confirmada por enésima vez el martes por la noche, cuando dos narcolanchas chocaron a gran velocidad en el Guadalquivir, a la altura de Coria del Río, cerca de Sanlúcar de Barrameda cuando huían de una patrullera de la Guardia Civil. El resultado: un herido y cinco desaparecidos. Otras veces, como en el puerto de Barbate, las víctimas son los agentes, que pagan incluso con sus vidas una lucha desigual contra estas mafias.
«Por supuesto que traficar no es, ni puede ser nunca, una salida laboral y no se puede justificar. Pero por entonces, y ahora también, muchos no tienen por dónde tirar. Si tu padre tiene un pequeño barco atracado en el puerto y sabes que por cargarlo con bombonas de combustible y llevarlas a alta mar, hasta donde están las narcolanchas, te llevas 6.000 euros, es fácil convertirte en 'petaquero', entre otras cosas porque requiere menos esfuerzos que estudiar. Aunque corras el riesgo de ser detenido».
«No creo que haya un plan para esta zona, ni creo que interese; vamos para atrás, estamos peor que hace 50 años»
Óscar Rodríguez
Depositario judicial
Esa posibilidad de enriquecimiento rápido enganchó, y aún lo hace, a muchos chavales «cebados también con imágenes en redes sociales de chicos como ellos remontando el Guadalquivir con droga, o en embarcaciones cargadas con gasolina para suministrar combustible a los narcos, o en persecuciones cargadas de adrenalina», explica el depositario judicial. «Todo eso funciona como incentivo, así que muchos chicos simplemente esperan su oportunidad para engrosar las filas» de las bandas.
El propio Óscar Rodríguez ha vivido en sus carnes esa transformación: «Desde hace más de tres años me niego a tener en depósito embarcaciones, coches o cualquier cosa que se intervenga al narco… He sufrido robos, he tenido que retener a gente que había entrado en el depósito para robar hasta la llegada de la Guardia Civil y hasta me he visto obligado disparar al aire para poner a intrusos en fuga… Vamos a una plantación de marihuana y los traficantes se creen que somos agentes de la autoridad. Estamos en una tierra de nadie, entre los delincuentes y las Fuerzas de Seguridad, sin ninguna protección. Así que ahora me limito a llevar lo que sea desde el lugar de la intervención hasta donde me digan, pero no a mi depósito. Vivo allí, no quiero ponerme en peligro ni tampoco a mi familia».
El segundo 'biotipo' de la película es el del capitán de la Guardia Civil veterano, vocacional, pero ya descreído por la deriva de los acontecimientos, interpretado por Luis Zahera. Un perfil plenamente reconocible en miembros del Instituto Armado que llevan toda su vida destinados allí: «Hacemos una operación y al día siguiente tenemos que llevar a nuestros hijos al mismo colegio que los de los narcos –explica uno de ellos–. Les conocemos y nos conocen, y lo mismo las familias. Antes, cada uno hacíamos nuestro trabajo pero había un respeto. Éramos todos de aquí, aunque hubiésemos elegido caminos tan distintos, y eso no se olvidaba».
Hoy la situación ha dado un giro radical. Con menos medios que los traficantes a los que combaten, ven cómo los criminales se enfrentan a ellos –también entre ellos–, con una violencia jamás vista antes. Los 'vuelcos' (robos de drogas entre bandas) están a la orden del día y las persecuciones son cada vez más al límite, porque las redes mafiosas no están dispuestas a que su gente se entregue y pierda la mercancía o la embarcación. «Les obligan a acometer contra los guardias o los policías para no perder un coche o una narcolancha», explican los guardias civiles. «Es un milagro que no haya más muertes».
El ratón y el gato
«Todo se ha complicado –insisten–. Se ha perdido el principio de autoridad. Hay mucha gente que no siente el amparo del Estado. A diario se dan situaciones complicadas, nosotros o nuestras familias tenemos que soportar miradas desafiantes… No entienden que esto es el juego del ratón y el gato. Muchas veces se escapa el ratón, pero otras es el gato el que lo caza, y no lo aceptan».
En la película, además, se ve otro de los efectos devastadores del narcotráfico: la corrupción. En este caso es un guardia civil el que cae en la tentación, pero en otras son cargos políticos o profesionales de la justicia los que lo hacen. El dinero de la droga lo ensucia todo, la economía local está contaminada. Se sabe, pero es difícil de atacar. ¿Cuántos negocios viven de ello? En Cádiz; en esa parte de Cádiz, se enfrentan fuerzas antagónicas: la ley y la justicia, el crimen organizado, el desamparo, la riqueza y la pobreza… Todo eso hace surgir personajes singulares.
El último de los perfiles propuesto en esta trilogía de perdedores, antihéroes y descreídos es el del narcotraficante veterano, al que da vida Karra Elejalde, que acaba en el narcotráfico empujado por los problemas económicos. Es amigo del capitán de la guardia civil y del depositario judicial y sabe que su mundo ha cambiado para siempre.
Se niega a renunciar a sus códigos, a la amistad. Pero no tiene futuro. Está de sobra y lo sabe, aunque lucha hasta el final: literalmente, hasta el final. Aunque la derrota sea una certeza en esta 'Tierra de Nadie' a la que pocos ven futuro: «No hay un plan para esta zona ni creo que interese; vamos para atrás, estamos peor que hace 50 años»… Palabra de depositario judicial; de Óscar Rodríguez, de Yeye.
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