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Golf /Master Augusta

Las dos chaquetas verdes de Scottie Scheffler, cuando los éxitos van más allá de la fe

El número uno del mundo es un ferviente cristiano que pone todo su talento al servicio de sus creencias para disfrutar de una vida plena

Scottie Scheffler, otra vez maestro

Scottie Scheffler, campeón del Masters de Augusta AFP
Miguel Ángel Barbero

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El carisma se tiene o no se tiene. Y eso no influye en el talento o la calidad que pueda atesorar un deportista. Por eso podría parece que los logros de Scottie Scheffler (27) pasan desapercibidos para el gran público al ser un chico callado, soso y poco dado a gesticular. No llama la atención de unos aficionados que prefieren seguir a los Rahm, McIlroy o Spieth, más dados a dar espectáculo en los campos de golf. Sin embargo, cuando alguien es el número uno del mundo durante 83 semanas cabe preguntarse cómo ha llegado hasta allí. Si sonriendo al tendido o merced a unas condiciones innatas que llevaron a sorprender a sus más íntimos desde los primeros momentos.

Nacido en Nueva Jersey en el seno de una familia de firmes convicciones religiosas, los padres, Scottie y sus tres hermanas se mudaron a Texas cuando el chico tenía sólo seis años. Allí encontraron una comunidad cristiana que los acogió y los ayudó a superar la crisis existencial de los atentados del 11-S. Y, de paso, perfeccionar las habilidades que el pequeño había desarrollado con palos de plástico desde que tenía tres años. Bajo la batuta de Randy Smith, entrenador del ganador del Open Británico Justin Leonard, Scottie triunfó en 75 torneos de categorías inferiores hasta que llamó la atención de todo el país al proclamarse campeón nacional junior.

Esto le valió una invitación para el Byron Nelson de 2014, que le sirvió para debutar en el PGA Tour con 17 años por todo lo alto. No sólo superó el corte, sino que realizó un hoyo en uno y acabó en el puesto 22. Lamentablemente para él, tuvo que renunciar a los 60.000 dólares de premio que le correspondían por pertenecer aún a la categoría amateur. Entonces le habrían venido tan bien como los 3,6 millones que recibió el domingo por ganar en Augusta.

Ganador precoz de grandes

Esta segunda chaqueta la ha logrado con 27 años, lo que le permite entrar en el olimpo del golf como el cuarto golfista que ha sido capaz de sumar dos grandes antes de esa edad. Hasta ahora sólo lo habían conseguido Jack Nicklaus, Seve Ballesteros y Tiger Woods, lo que permite hacerse una idea de la gesta que acaba de conseguir. Y es que este año venía lanzado después de ganar dos campeonatos y de no haber firmado aún una ronda sobre par.

«Sé que estoy aquí para conseguir un objetivo, que Dios me ha dado un talento que debo utilizar para sacarle el máximo partido y convertirme en mejor persona», declara cuando se le pregunta sobre su motivación para entrenarse cada día. Por si fuera poco, su mujer Meredith (a quien conoce desde que ambos estudiaban en el instituto) es la que se encarga también de inspirarle con unas charlas cada vez más intensas en ese sentido. De tan profundo calado que reconoce que en algún momento le han emocionado tanto que le han dado ganas de llorar.

Dados sus éxitos y exposición mediática, parece que Scheffler lleve toda la vida en esto. Sin embargo, apareció en el circuito en 2020 después de pasar por la segunda división del Korn Ferry Tour. Y fueron su calidad y perseverancia las que le llevaron a ser proclamado mejor debutante del año de la máxima categoría después de firmar una sólida campaña con un 59 incluido en el Northern Trust. Hasta ese momento sólo se había bajado en una ocasión de la mítica barrera de los 60 golpes en un torneo de golf. Pero lo más impresionante llegaría a partir de entonces. El año siguiente formó parte del equipo estadounidense de la Ryder Cup y en 2022 vivió una primavera tan triunfal como la actual: ganó tres veces antes de llegar a Augusta y enfundarse la chaqueta verde. El número uno mundial llego por añadidura y, desde entonces, una presión mediática que soporta resignado.

«Para mí lo principal es mi familia y la gente que quiero, nada me va a distraer de ese camino», señala convencido. Por eso tenía claro que la semana pasada, en la que su mujer estaba fuera de cuentas, podría abandonar el National en cualquier momento si recibía la llamada de que se ponía de parto. Finalmente no sucedió, pero su cabeza estuvo más en Dallas que en Augusta. Seguro que le sirvió para no obsesionarse con la presión a la que le sometieron sus rivales en la última ronda del torneo, pues él siguió en su nube, bajando golpes con comodidad y ganando como si tal cosa. Con fe y convencimiento de sus posibilidades.

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