El Gran Derbi
Llenas de gracia: el derbi en el convento
Las religiosas de la Doctrina Cristiana de San José de la Rinconada, Begoña Navia-Osorio (1940), Isabel María Rus-Velázquez (1944) y Amparo Fernández-Bolaños (1954), viven un derbi digno de 'El nombre de la rosa'
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Las tres crecieron en Heliópolis, pero Amparo siempre fue sevillista. De hecho, como el solar de los Fernández-Bolaños sigue en el barrio, la proximidad del Villamarín les arruina las reuniones familiares cuando juega el Betis («No se puede aparcar, nos hacen sufrir ... y no nos dejan comer»). La hermana Begoña, en cambio, lo tuvo clarísimo desde niña, aunque su madre tenía prohibido que en casa se hablara de fútbol y religión («Así le salí yo: bética y monja»). En cambio, la familia Rus-Velázquez era bética por los cuatro costados y la hermana Isabel María gozó a placer de sus devociones: Dios, el Betis y los toros («Me habría encantado ser ganadera, pero como Madre General me han tocado toros más bravos»).
La congregación de la Doctrina Cristiana sobresale por su carisma misionero y nuestras hinchas han llevado muy alto ese escudo. La madre Begoña pasó 18 años entre Uruguay y Argentina, durante los episodios más duros de la guerra sucia de las dictaduras militares del Río de la Plata. Allí las misioneras cumplieron con creces su cometido de atender a los necesitados, protegiendo a los catequistas perseguidos en la ciudad argentina de Ingeniero Juárez y ayudando a huir hacia Brasil a varios opositores uruguayos desde la población fronteriza de Río Branco. Es decir, que la bética madre Begoña no fue ajena ni indiferente, sino que incluso tomó partido («En Uruguay me hice de Peñarol y en Argentina era del Rácing»). Por otro lado, la hermana Isabel María vivió 11 años en las misiones de Togo y Burkina Faso, donde sufrió en carne propia el dolor y la falta de recursos, pues un accidente la postró en una silla de ruedas («Yo me habría quedado en África, pero acepté la orden de regreso y aquí estoy: con mi Betis y mis toros»). Cuando quise saber por qué la sevillista nunca había salido del área metropolitana, Amparo saltó como un resorte: «No me ha hecho falta ir de misión a Vietnam o Nicaragua porque me he pasado la vida entre béticos. Apunta que he sido misionera en Heliópolis y 14 años en el Polígono Sur, que son territorios comanches del Betis. ¡Hasta los párrocos eran béticos, Señor! Don Emilio Calderón y el padre Pepe «Mairena». Todos béticos, por Dios».
Interesado por saber cómo vivirán el derbi del domingo, la madre Begoña reconoce que en Sevilla nunca llega la sangre al río, a diferencia de los conventos de Argentina y Uruguay («Allá no se dan ni la paz cuando hay partidos; pero aquí, hace un año, falleció la hermana Isabel Rico. Ella sí que era muy sevillista, porque cantaba el himno y se ponía la bufanda antes de los partidos»). «¡Me ha dejado en minoría!» —prorrumpe Amparo— «La hermana Isabel las tenía a raya todas estas, porque las ataba en corto como Pablo Alfaro y Caparrós». Aprovecho que hablamos de entrenadores para preguntarle a las béticas si les gusta Pellegrini y la hermana Isabel María responde rotunda: «A mí quien me gustaba era «Chicuelo»; pero el hijo, Rafael Jiménez Castro. Y los toros de Carlos Núñez también me gustan». Con la autoridad de sus 85 años la madre Begoña sentencia evangélica: «Ese muchacho Pellegrini está multiplicando los talentos de sus niños. Me gustaría que visitara el colegio y se trajera a Isco». Como directora de la Doctrina Cristiana, Amparo barre orgullosa para casa —«A nuestro colegio sí ha venido Caparrós»—, pero la madre Begoña centra una bomba hacia el área: «A mí me da pena que uno pierda. Prefiero que empaten». La hermana Isabel María despeja —«Yo quiero que siempre gane el Betis, pero me da pena cuando el Sevilla pierde»— y la exmisionera sevillista en Heliópolis la empalma de volea: «En mi cabeza no quiero que el Betis gane y en mi corazón quiero que pierda».
¿Qué esperan de este derbi que tiene a las directivas de ambos clubes enfrentadas?, les pregunto. La hermana Isabel María me dice que le haría ilusión que los clubes colaboraran con sus misiones, sobre todo ahora, que hay tantos jugadores africanos en España. Le enumero a los futbolistas de origen africano que pueden jugar el derbi —Abde, Bakambu, Sabally, Akor, Ejuke, Agoumé, Iheanacho y Lokonga— y la hermana Isabel María me comenta que allá, en Togo y Burkina Faso, a los niños los haría felices recibir equipaciones de ambos equipos para replicar el derbi sevillano entre las misiones («Una aldea podría ser bética y otra sevillista»). La madre Begoña interviene para añadir que en África necesitan abrir pozos, que con menos de diez mil euros podrían abastecer de agua a numerosas aldeas y que los presidentes del Betis y del Sevilla deberían ir al convento para amistarse, merendar con ellas y hablarles de sus misiones. Pero Amparo se impone y advierte que «¡nada de invitar presidentes!», que lo primero es poner «orden en cada casa» y que «luego, ya veremos». Noto a Amparo preocupada por las tensiones dentro del Sevilla y susurra acharada: «Esto, con don Roberto Alés, no pasaba».
En la puerta del convento me alcanza la hermana Begoña:
—Escúchame, voy a rezar para que los dos jueguen en Europa, ¿sabes lo que te digo?
—Pero el Betis a la Champions, madre
—¡Eso está hecho!
Y con su bendición me fui.
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