'Andorra': confederación de hipocresías identitarias
El autor retoma el leit motiv de su corpus literario: la dificultad de reconocernos y el problemático equilibrio entre identidad real e identidad social
'Els Buonaparte': Napoléon y José, a calzón quitado

Crítica de teatro
Andorra
- Autor Max Frisch
- Dirección Ester Nadal
- Traducción Xavier Torruella
- Música Lluís Cartés
- Escenografía Llorenç Corbella
- Iluminación Lionel Spycher
- Vestuario Nídia Tusal
- Intérpretes Míriam Alamany, Roger Casamajor, Oriol Cervera, Oriol Guillem, Quim Llisorgas, Carles Martínez, Eduard Muntada, Marta Pelegrina, Sergi Vallès
- Lugar TNC, Barcelona
En Andorra, ironizaba Wenceslao Fernández-Flórez, las fronteras no se ven ni se tocan: «Podríamos atravesar la tierra en todas direcciones sin darnos cuenta de que habíamos pasado una sola frontera, lo cual sería muy desagradable parar saborear ese indefinible placer de haber estado en el extranjero». Advertía Max Frisch, al titular 'Andorra' esta pieza de 1961, que el topónimo no aludía al diminuto Principado, ni a otro Estado. Andorra designaba un modelo social. El autor se blindaba así de las críticas, seguramente negativas, que la obra suscitaría en una Suiza natal que blasonaba de neutralidad política, de inocencia, de las calles impolutas con «casas tan blancas». La Suiza paraíso financiero que se beneficiaba con los bienes materiales de la diáspora judía.
En ese espacio de egoísmo económico e impostura moral se desarrolla la 'Andorra' de Frisch. El protagonista es un joven judío que fue adoptado por el maestro y al que todos parecen tolerar su condición. La pantomima humanitaria se mantiene hasta que el joven, que en realidad es hijo de su padre y no adoptado, manifiesta su deseo de casarse con su hermanastra, que en realidad es su hermana. La sombra del incesto obliga a su progenitor a confesar una verdad que su hijo, crecido en los protocolos sociales de la mentira, se niega admitir.
El autor de 'No soy Stiller' retoma el leit motiv de su corpus literario: la dificultad de reconocernos y el problemático equilibrio entre identidad real e identidad social. 'Andorra' representa también a los nacionalismos liliputienses y autosatisfechos que hacen del victimismo una forma de ser: «Nuestra arma es nuestra inocencia», proclama el doctor tras afirmar que nadie se atreverá a invadir el pequeño país. La obsesión por blanquear las fachadas andorranas metaforiza el blanqueamiento de una Historia en la que el demonio son los otros y los tuyos están exentos de culpa.
Con una puesta en escena un tanto atropellada y una interpretación desigual en la que destaca la inquietante escenografía, conjugada con imágenes de los protagonistas cuando aportan su versión de los hechos, 'Andorra' es un montaje pertinente en la España que descuartiza el cantonalismo identitario y el narcisismo de las pequeñas diferencias.
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