Así se construyó el retrato antisemita en la España de la Edad Media
El Museo del Prado traza en una exposición la imagen deformada y beligerante que los cristianos construyeron de judíos y conversos entre 1285 y 1492
El Prado salda una deuda histórica: saca de clausura el arte virreinal

Hostias sangrantes profanadas, crucifijos atacados, iconos marianos arrojados a una letrina, un niño torturado con los martirios de la Pasión de Cristo, sambenitos estigmatizadores impuestos por la Inquisición... Un mundo oscuro y tenebroso plagado de supersticiones. El judío y el converso como ... el reverso negativo en el espejo cristiano. Es el retrato que hacen en la Edad Media los cristianos de los judíos y los conversos como enemigos de la fe, para, de este modo, ratificar su propia fe. Así se cuenta en 'El espejo perdido. Judíos y conversos en la España medieval', la nueva exposición del Prado. El poder de las imágenes como propaganda no es un invento moderno. Ya en la Edad Media se usaban en las campañas de evangelización, como certificados de identidad para que los cristianos nuevos demostraran su fe y como escenografía para la Inquisición.
Pero, ¿por qué esta exposición en el Prado? «Primero, porque es uno de los temas capitales de la historia de España: la relación entre las comunidades judías y cristianas en la Baja Edad Media. En segundo lugar, porque en pocos de los momentos decisivos de la historia de España, las imágenes han tenido más importancia. Es uno de esos momentos donde una imagen vale más que mil palabras. Para un museo como este es muy relevante abordar temas importantes y, sobre todo, hacerlo con el rigor con el que se abordan. Lo que no vamos a hacer es rehuir temas. En su momento hicimos 'Tornaviaje'. Si se hace desde el rigor, y este es el caso, es necesario abordarlo. Es el compromiso de un museo público», advierte Miguel Falomir, director del Prado.
El proyecto, que ha despertado una gran expectación en destacados medios de comunicación extranjeros y se ha incluido entre las muestras imprescindibles del otoño en Europa, solo lo podían llevar a cabo el Museo del Prado y el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), adonde la muestra irá luego, pues ambos disponen de una colección excepcional. Casi un tercio de las piezas expuestas procede de los fondos de ambos museos. Unas 70 obras (pintura, escultura, miniatura, orfebrería, grabado, dibujo...) se exhiben, desde el próximo día 10 hasta el 14 de enero de 2024, en la sala C del edificio Jerónimos. Hay préstamos de una treintena de iglesias, museos, bibliotecas, archivos y colecciones particulares.

Recorremos las salas con el comisario, Joan Molina, jefe del Departamento de Pintura Gótica Española del Prado. Aclara que «no es una exposición sobre Sefarad, no habla de la vida y la cultura judías en la Península, sino de cómo los cristianos construyeron una imagen de los judíos y de los conversos en la Edad Media en España. Por un lado, certificaron y construyeron su identidad a partir de la reafirmación de sus creencias, y al mismo tiempo construyeron la alteridad, una imagen del otro, los judíos y los conversos, a partir de sus ansiedades, de sus miedos. Esta exposición habla de todo eso, pero lo hace a partir de una visión rigurosa e histórica, analizando el papel que tuvieron las imágenes entre 1285 y 1492». ¿Es una exposición de historia del arte o de historia de España? «Es una exposición de historia de las imágenes, no es una exposición histórica».
En la Edad Media había juderías repartidas por toda España: Barcelona, Toledo, Córdoba, Sevilla... Cristianos y judíos convivían en las ciudades, donde se daban transferencias e intercambios de ritos y modelos artísticos: manuscritos de maestros cristianos para judíos, e imágenes de judíos que integran retablos cristianos. Así, en una obra del Maestro de la Sisla, del Prado, se aborda la circuncisión, uno de los actos rituales de la religión judía. «Los cristianos se apropian de ese episodio y lo representan ya no en una sinagoga, sino en una catedral gótica», advierte el comisario. «Pero, a nivel social y religioso, la idea de la superioridad cristiana sobre la judía se impuso y fue cada vez más incisiva y dominante», añade Molina.

«El siglo XIII marca un punto de inflexión. Hasta entonces, la convivencia era bastante tranquila. A partir de ese momento, la Iglesia romana vive un momento de consolidación, de unidad, de lucha contra las herejías. La Iglesia es muy beligerante hacia todo aquello que puede intuir que es un peligro», explica el comisario. Si le damos la vuelta a ese espejo, tiene un reverso sombrío y tenebroso. Poco a poco se fue instalando en España un creciente antijudaísmo, que acaba con la expulsión de los judíos en 1492. Con los pogromos de 1391 se producen las grandes persecuciones en toda la Península y las masivas conversiones de judíos al cristianismo.
San Pablo y San Agustín son símbolos de la conversión. En una 'Crucifixión' de Nicolás Francés, que cuelga en la muestra, Longinos, el soldado romano que arrojó la lanza mortal al costado de Cristo, aparece en el cuadro echándose sangre en los ojos para recobrar la vista. Se decía que era judío. «Los nuevos cristianos no eran vistos con buenos ojos por los cristianos viejos. Eran sospechosos de herejía. Creen que son, en realidad, falsos cristianos, criptojudíos, también llamados 'marranos'. Eran estigmatizados porque practicaban el judaísmo secretamente.

Son muchas las joyas que encierra la muestra. Entre los manuscritos destaca las 'Cantigas de Santa María' (Códice Rico), encargadas por Alfonso X el Sabio, préstamo excepcional de la Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Publicada hacia 1280, es la obra más antigua incluida en la exposición y el testimonio más importante a nivel europeo sobre las imágenes cristianas que representaban a los judíos. Se exhibirá abierto por la cantiga número 34, 'La imagen profanada de la Virgen', donde se ilustra la leyenda de un judío que roba un icono mariano y, tras arrojarlo a una letrina, muere a manos del diablo. La tabla, milagrosamente intacta, exhala una dulce fragancia que provoca la conversión de la comunidad judía local.
Asimismo, hay manuscritos muy relevantes como la 'Hagadá dorada', un pergamino iluminado del British Museum que no había salido nunca de Inglaterra –la hagadá es un texto ritual que establece toda la liturgia de la Pascua judía–; la 'Biblia de Arragel', de la Fundación Casa de Alba –Luis de Guzmán, maestre de la Orden de Calatrava, le encarga a Moshé Arragel, rabino de Guadalajara, que traduzca la Biblia hebrea; introdujo comentarios y guió a los iluminadores que ilustraron el códice–; o 'Fortalitium fidei' (La fortaleza de la fe), de la Biblioteca Nacional de Francia, escrito por el franciscano Alonso de Espina, confesor del Rey Enrique IV. Es uno de los textos más violentos e intolerantes de la literatura contra judíos conversos y tuvo un gran éxito en Europa. La fe es un castillo gobernado por Cristo, que está siendo atacado por los enemigos de la fe.

Una de las estrellas de la muestra es una pieza curiosísima. Encerrado en una vitrina, el 'Cristo de la cepa', obra bizarra cedida por el Museo Catedralicio de Valladolid. En torno a 1400, relata el comisario, un agricultor judío halló esta obra, que semeja un Cristo. Lo considera una imagen milagrosa, se convierte y la lleva al obispo de Toledo, el cual después la donó a San Benito de Valladolid. En el siglo XVII, estaba en la capilla de los vinateros y la sacaban en procesión para rogar que lloviera en momentos de sequía. Muy curiosa también, una estampa de la Piedad cosida en un proceso judicial que se llevó a cabo en Tortosa contra un judío, al que se acusaba de haber pisado en la calle esa estampa. Se incluyó como prueba material. La imagen como certificado de identidad o prueba acusatoria.
Los artistas se sirvieron de las caricaturas, que reproducen los estereotipos judíos: nariz y ojos grandes, barba descuidada... Es el caso de un judío pintado en la cubierta de un libro notarial cristiano. En una 'Ultima Cena', de Jaume Serra, llegada de Palermo, se identifica a Judas con un judío, que aparece caricaturizado: nariz grande, pelo rojizo, viste de color amarillo y, por si fueran pocas pistas, aparece el demonio. En pintura, hay una galería de obras de maestros del Gótico: Pedro Berruguete, Bartolomé Bermejo (judío converso, al que el Prado dedicó una gran monográfica y que pinta la desnudez de Cristo para hablar de su humanidad), Fernando Gallego, Jaume Huguet o Bernat Martorell.

'La Fuente de la Gracia', del taller de Van Eyck, uno de los tesoros del Prado, fue pintada para Enrique IV o Juan II. En ella se aborda la exaltación de la Eucaristía. En la parte inferior de la composición, el debate entre la Iglesia (triunfante, coronada, victoriosa) y la Sinagoga (derrotada, abatida): el sumo sacerdote aparece cegado. Es la metáfora de la ceguera de los judíos: viven en la ignorancia, no aceptan al Mesías. Iglesia y sinagoga se repiten en dos preciosas esculturas, de taller palentino. Un canónigo de Segovia, Juan López, sospechoso de ser judaizante, huyó de Segovia a Roma. Allí encargó un 'Busto de Cristo' a Antoniazzo Romano, uno de los pintores más conocidos. «Está inspirado en una de las imágenes más sagradas del cristianismo para ratificar que era un auténtico cristiano puro», dice Molina.

«A partir del siglo XIII, la Iglesia promueve la idea del poder sobrenatural de las imágenes –explica el comisario–. Lo ilustran con episodios y milagros en los que los judíos atacan las imágenes y éstas cobran vida». Así, los judíos de Beirut atacan un crucifijo y éste empieza a sangrar. O la idea de que la sagrada forma tenía el cuerpo real de Cristo. En otra obra incluida en la exposición vemos a judíos profanando, de todas las formas posibles, la hostia, que empieza a sangrar. Asimismo, añade Joan Molina, «se utilizó a los judíos en las escenas de la Pasión para acentuar el patetismo, el dramatismo, y lograr que los fieles se sintieran más conmovidos»: Cristo, juzgado por Pilatos, con un grupo de judíos conspirando. En una flagelación, los verdugos tienen el perfil judío.
La muestra se cierra con un espacio dedicado a la Inquisición española, creada en 1478. «En 1449 se firma en Toledo la primera normativa de limpieza de sangre: los conversos no pueden ocupar puestos públicos, ni eclesiásticos. Es el antecedente de la Inquisición. El problema no es la religión, es la sangre. Se marca claramente una discriminación racial», dice el comisario.

En el centro de la sala, 'Cristo atado a la columna', de Pedro Millán, y la 'Estatua yacente de San Pedro de Arbués', esculpida por Gil Morlanes el Viejo. «Arbués, inquisidor general de Aragón, fue asesinado en la catedral de Zaragoza, supuestamente por conversos y judíos que se sentían amenazados», cuenta Joan Molina. En las paredes cuelgan varias pinturas de Pedro Berruguete. Artista hispanoflamenco, fue el pintor de la Inquisición. «Trabajó para Torquemada en Segovia y en Ávila. En la iglesia de Santo Tomás de Ávila hace todos los grandes retablos. Cuando muere, lega la mitad de sus bienes a esa iglesia. Su compromiso con ese convento dominico, una de las grandes sedes de la Inquisición, es muy grande». En una pintura, Santo Domingo aparece lanceando a una raposa, que simboliza a los herejes: conversos que se sospecha son judaizantes. «La Inquisición está concebida no contra los judíos, sino contra los herejes».
Hubo numerosos procesos inquisitoriales a partir de 1480. Berruguete pintó uno de ellos, que cierra la exposición: 'Auto de fe presidido por Santo Domingo de Guzmán'. En él aparecen los sambenitos. «Son las camisas de saco que llevaban los procesados. Cuando eran ejecutados se las quitaban y las colgaban en las iglesias», cuenta Joan Molina. Sobre un retablo, se exhiben sambenitos con sentencias de la Inquisición. «Maestre Juan, cirujano, vecino de la villa de Coruña, obispado de Osma, cristiano nuevo, quemado por hereje apóstata judaizante en 1490», reza una de ellas. Cuando el saco se estropeaba, se reproducía en tela. Las iglesias estaban llenas de sambenitos. Son símbolos estigmatizadores no solo para el personaje procesado, también para sus descendientes.
En 1490 se acusó a un grupo de judíos y conversos de raptar a un niño en Toledo y someterle a las mismas torturas de Cristo en su Pasión. Conocido como el caso del santo niño de La Guardia, el libelo antijudío se recrea en sendas pinturas. Dos años después, los judíos fueron expulsados de la Península. Pero ésa es ya otra historia.
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