Luis Mateo Díez, premio Cervantes 2023: «Hoy soy mucho mejor escritor de lo que he sido nunca»
El escritor y académico, orfebre del lenguaje y creador del reino de Celama, gana el premio más importante de las letras en español
Señor de Celama, territorio cervantino
Cinco libros para conocer a Luis Mateo, premio Cervantes 2023

Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942), lo dice siempre, vendió pronto su alma al «diablo de la ficción». «De adolescente ya intuí que la vida se me quedaba corta, que jamás iba a conocer a nadie como Alonso Quijano, como los hermanos Karamazov, como ... Madame Bovary», nos contaba al poco de cumplir los ochenta. Con esa sospecha, este hombre infatigable (miren su producción, nunca ha parado, a estas alturas van casi cuarenta libros) comenzó a levantar un territorio literario que luego bautizó como Celama, un lugar entre la ruina y el recuerdo y los ecos de una tradición oral que por lejana se vuelve misteriosa, quizá por la niebla, y que a pesar de todo resiste, seguramente, como sugiere su autor, porque un hidalgo como don Quijote todavía lo transita. Con el premio Cervantes, concedido este martes, Celama se consagra como parte fundamental de la geografía española y Luis Mateo Díez como cronista real de su reino imaginario. ¿Se puede aspirar a algo más?
«Muchas gracias, caballeros», soltó nada más llegar a la sede de la Real Academia Española (RAE) y subirse al atril, aún conmocionado y emocionado por la noticia. «Me ha llamado este señor ministro que no sé ni quién es [por Miquel Iceta] para decirme que un jurado solvente había decidido concederme el Cervantes. Le he dicho: pues qué bien, me ha dado usted el día. Hoy voy a dormir más tranquilo que nunca», rio el literato, feliz y orgulloso y divertido y bienhumorado. «Soy una de esas personas que se alegran de las cosas buenas… Perdónenme que diga tonterías, pero aprecio mucho el sentido del humor».
¿Se siente un poco como aquel Quijote cruzando Celama? «Todos nos hemos dado cuenta de que la historia de Alonso Quijano era la historia universal del destino del ser humano: el pleito de lo real y lo imaginado, la vida que se sustancia en las precaridades de la existencia, y cómo desde la quimera se puede llegar a la locura, y cómo se puede regresar a la lucidez que da sentido a todo aquello que hemos vivido», dijo de carrerilla, como escribiendo en directo. «Ser cervantino es el recurso más a mano que tenemos [y sonríe]. Cuando los críticos me definen como un escritor cervantino… Yo no puedo encontrar un halago mayor». Y luego volvió a la carga con los gigantes: «Para mí es más importante lo imaginario que lo real: escribir es vivir, es descubrir».
Además de Cervantes, el premiado solo citó dos autores más: Elias Canetti y Leon Tolstói. «La novela que más me ha marcado en mi vida es 'La muerte de Ivan Ilich', de Tolstói. Leyéndola, me di cuenta de que a través de lo pequeño, de lo inmediato, se podía contar lo sustancial de la vida del hombre. De la vida y de la muerte», subrayó.
El académico aseguró que este reconocimiento también era, en parte, un homenaje a toda esa cultura popular que de niño escuchaba en su tierra. «Soy hijo de esas reuniones, del filandón, de esas historias contadas por los mayores, de esa memoria colectiva heredada a través de los tiempos. Eso marcó mi destino». Pero, insistió, este fenómeno no es algo local, una peculiaridad, un folclore concreto, sino universal. «No hay nada más universal que la cultura popular», aseveró. Y recordó una historia que le fascinaba en su niñez, la de una niña perdida en el monte, secuestrada, que tenía un collar de perlas. «Era una historia que me atrapaba y que ya adulto descubrí en una película de Bergman, 'El manantial de la doncella'».
«Todo lo que escribo está en otro ámbito que no está aquí, hay que viajar. Yo doy los pasajes», sentenció, refiriéndose a Celama. «Allí a lo mejor encuentras lo que no quieres encontrar, y eso no lo vas a encontraren la vida. Lo estoy vendiendo bien, ¿verdad?». Y vuelta a reír. Pero fuera la gente gritaba contra la amnistía. La distancia entre Celama y este mundo era la que mediaba entre la RAE y el Congreso, entre el ruido de la calle y el placer de la literatura...
Tuvo tiempo, Luis Mateo, para dar las gracias a sus editores, que también han sido amigos, y celebró que nunca ha dejado de ser el niño querido que fue en su infancia, arropado por los suyos. Qué suerte. «He podido desarrollar mi obra en un ámbito de complacencia. No he tenido que luchar con circunstancias inhóspitas de falta de reconocimiento. He tenido grandes editores que no solo me descubrieron sino que me apreciaron. Esto da una gran seguridad tremenda para hacer lo que a uno le venga en gana. Sí, he tenido la inusitada oportunidad de hacer lo que me ha dado la gana».
Mateo Díez repitió tanto que era un octogenario que parecía que se estaba retirando de la literatura. Nada más lejos de la realidad. «Actualmente escribo mucho más que vivo. He escrito casi cuarenta libros y, siendo el octogenario que ven aquí, mantengo el tipo. Tengo suficientes reservas de la experiencia de lo vivido para fortalecer las convicciones estéticas que profeso. Hoy soy mucho mejor escritor de lo que he sido nunca. Lo que haré de aquí a que se me vaya la olla va a tener mejor nivel que lo que he hecho. Mis mejores novelas no se han publicado todavía».
Se quiso despedir con malas noticias, pero no le salió. «El cuerpo pesa: no hay desgracia mayor que hacerse viejo. Siento decirles que la vida es incómoda, pero merece la pena». Y después: «La felicidad no existe». Lo soltó riendo de tal forma que costaba creerle. Porque si eso no era felicidad era euforia. Otra cosa no podía ser.
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