Clara Sánchez, la novelista multipremiada que se rebela contra el éxito: «Hace muchísimo daño a los escritores»
Flamante académica de la RAE, ganadora del Planeta, el Nadal y el Alfaguara, carga contra el mundo editorial en su nueva novela, 'Los pecados de Marisa Salas'
Clara Sánchez, nueva académica de la RAE

Clara Sánchez (Guadalajara, 1955) fue una niña atrincherada en los libros y una mujer refugiada en su infancia. ¿No es la literatura una reivindicación de lo mismo? Como escritora, ha conquistado el Planeta, el Nadal y el Alfaguara, aunque ahora, a los sesenta y ... ocho, no deja de repetir que «el éxito no existe». Pero acaba de publicar 'Los pecados de Marisa Salas' (Planeta) y hace un par de meses se estrenó como académica de la Real Academia Española (RAE). Por eso ríe.
—Ha escrito una novela sobre una mujer desencantada con la industria editorial. Una mujer con una carrera frustrada en la literatura, y que además sufre un plagio. ¿De dónde nace esta historia?
—Nace de todo el tiempo que llevo en el mundo de los libros. Y de la sensación de que el éxito no existe. Quería escribir una novela desenmascarase el éxito, que defenestrase el éxito, porque creo que a los escritores nos hace muchísimo daño. Vuelvo la vista atrás y me arrepiento del empeño que he tenido a veces por conseguirlo, por estar a cierta altura de ventas. Ahora veo que ni las comparaciones con los demás sirven, ni los empeños de llegar a cotas altísimas sirven. Lo único que vale en literatura es decir lo que uno quiere decir de la mejor manera posible. Y ya está. El mercado, las ventas, la exposición… todo eso nos quita fuerzas para hacer lo que tenemos que hacer, que es escribir.
—¿Todo lo que rodea al mundo de la literatura va contra la literatura?
—Todo lo que rodea al mundo de la escritura molesta, sí. Son distracciones.
—¿A usted cómo le ha marcado el éxito?
—Yo no considero que haya tenido éxito.
—Pero ha ganado el Planeta, el Alfaguara y el Nadal. No está mal, ¿no?
—Sí, me han pasado cosas buenas, cosas muy buenas. He tenido premios, en algún momento he sido incluso 'best seller'. Aunque también he tenido bastantes disgustos, bastante sensación de frustración: todo eso está revuelto en lo que es mi vida de escritora. Pero repito: nunca me he pensado como una escritora de éxito.
—Si eso no es el éxito, ¿qué es el éxito, entonces?
—El éxito es lo que los demás envidian de ti. Es decir: el éxito sin envidia no es éxito. Tienes que ser un espejo de algo que los demás deseen. Y eso, aunque se consiga, genera mucha frustración. Puedes sacrificarte y puedes venderte simplemente por mantener una idea de ti mismo que te hace daño y que no está en ti, sino en los demás.
—¿Ha sufrido escribiendo?
—El sufrimiento de escribir es como un regustillo que tienes que tener. Es como cuando sufres porque te has enamorado: sufres, pero con placer. Cuando se escribe hay que pasar por un proceso de oscuridad, por un túnel oscuro. Me refiero a no haber tenido un gran éxito desde el principio, a tener que currártelo mucho, a tener que buscar tu voz. Es ahí donde te forjas como escritor.
—La protagonista de la novela, Marisa Salas, es una persona que abandona la escritura por falta de suerte: su primer libro, por lo que sea, no despega, aunque luego descubre que sí era valioso… ¿Hasta qué punto importa la suerte en este negocio?
—Es que esto de ser escritor es duro. No por escribir, sino por lo que viene después. Cuando quieres que tu libro salga al mundo, que se lea, que se conozca. Ahí es cuando empiezan los problemas, porque si no sale bien llega la desesperación, llega la angustia. No solo por ti sino por los demás, porque han apostado por ti y no ha salido bien. O no tan bien. En esto, evidentemente, el componente de la suerte es fundamental. Pero nunca se sabe por dónde va a venir la suerte, ¿eh? Un libro es una cosa muy misteriosa. No se sabe lo que puede pasar con una novela. A mí me ha ocurrido que una novela que me había hecho sufrir porque no había cumplido con las expectativas de ventas que yo pensaba, y que incluso la editorial pensaba, luego, muchos años después, se ha traducido en otro país y le ha ido genial. Y entonces pienso que qué estupidez haber sufrido tanto antes. Pero es que cuando acabas de sacar una novela es difícil pensar bien.
—Cuando empezó a escribir no había redes sociales. ¿Se vivía mejor sin esa presión?
—Cuando publiqué mi primera novela, con verla publicada, yo ya es que ni me lo creía. Que esa novela se vendiese ni se me pasaba por la cabeza. La presión vino mucho después. Yo pertenezco a una generación en que se podía ser escritor e ir de escritor por la vida sin ser 'best seller', sin ser nada de eso. Pero ahora te la juegas, porque el mercado manda. Ahora hay mucha más presión del mercado. Por suerte estoy fuera de las redes sociales. Me aburren. Me matan.
—¿Volvería a ser escritora sabiendo todo lo que sabe ahora de la industria?
—Creo que ahora no sabría hacerlo. Cuando empecé el camino estaba muy marcado. Había unas editoriales, mandabas tu manuscrito, te lo devolvían… Pero sabías que empeñándote y trabajando a lo mejor eso un día sucedía. Ahora tienes que estar promocionándote en Intagram, acumulando seguidores, posteando a diario… No sé si sería capaz.
—Hay un momento de la novela en que la protagonista descubre que para ser escritora no basta con serlo. También necesita parecerlo.
—Es que es así. Yo he visto autores y autoras que se han rapado, que se han... Se hacen mil cosas para atraer la atención de los lectores [ríe]. Y las tonterías que se llegan a decir, los exabruptos son tremendos. Ser racional no sale tan bien, no es buen negocio. Pero eso es muy cansado, ¿eh? El problema de ser escritor es que es una labor solitaria, de interior, pero luego te tienes que montar un personaje. Tienes que cristalizar una imagen. Y yo no estoy dispuesta.
—¿Tanta competitividad hay entre los escritores?
—Yo creo que sí. Lo que pasa es que ahora somos muy civilizados y muy dóciles en ese sentido. Pero siempre ha existido. En el Siglo de Oro se llegaba a las manos, o tenemos esas puñaladas traperas literarias. Es que, ¿cómo no vas a sentir celos? Nuestro mundo está montado sobre los deseos. Es humo. Escribes una novela donde expresas deseos. Y todo lo que quieres alcanzar son deseos: deseo este premio, deseo que mi novela se venda. Todos deseamos las mismas cosas. ¿Cómo no vas a tener envidia? La cuestión es que dure poco. Yo he sentido todas esas envidias. Lo único que tengo a mi favor es que me dura poco. Un día, una semana si es grave [y suelta una carcajada].
—Una pregunta pequeña: ¿cómo empezó todo?
—Empezó de niña, yo creo que fue una cuestión de carácter. Se habla del don como si fuera una cosa mágica que viene del cielo y te recubre y ya eres escritora [sonríe]. Pero yo creo que es algo más sencillo: es el carácter. A mí me costaba mucho adaptarme a los cambios y lo único que me estabilizaba era leer y escribir. Por la profesión de mi padre nosotros vivimos en bastantes ciudades: fueron muchas casas, muchas mudanzas, muchos colegios. A mí eso me traumatizaba mucho, me costaba, era horrible, era un dolor, así que me evadía en los libros. La literatura siempre ha sido mi refugio. Si pudiera me estaría evadiendo de la realidad constantemente. Pero no puedo. Lo que me da rabia es que ahora escribir es un trabajo. Y ser escritor es un examen constante.
—¿Se sigue sintiendo así de juzgada? ¿No le ayudan los años?
—Yo es que no he madurado nada. A mí todo me afecta muchísimo. Es que si no, ¿de qué escribo? Aunque creo que podría escribir sin estar expuesta. Para mí Elena Ferrante, sea quien sea, es quien mejor se lo ha montado.
—En su discurso de ingreso en la RAE decía que la juventud era algo que se perdía, pero que sin embargo la infancia siempre era un refugio.
—Es verdad: la juventud siempre está en los otros, en los demás; siempre hay alguien más joven, más guapo. Sin embargo la infancia es tuya. Te pertenece íntimamente y no hay quien te lo arrebate. La juventud se va; la niñez, no.
—También hablaba del campo de amapolas que tenía enfrente de casa, y de cómo el tiempo lo devora todo.
—Siempre se habla de las rosas, pero en amapola se ve mejor el tiempo: se va, se deshace en cuanto la arrancas. El tiempo es un invento terrorífico del ser humano… La gente se pensaba que iba a hablar del tiempo narrativo, pero a mí lo que me interesa es el Tiempo con mayúscula. Aunque citaba a Cervantes, porque en el episodio de la cueva de Montesinos él avanza la relatividad del tiempo. Al salir de ahí, Don Quijote asegura que ha pasado en la cueva tres días y tres noches. Y Sancho le dice que no, que ha pasado un solo día. Es increíble. Para mí esto es mucho más sugestivo que la teoría de la literatura.
—Javier Marías decía que Shakespeare y Cervantes no tenían ni idea de teoría literaria pero escribieron 'El Quijote' o 'Hamlet'. ¿Y usted qué dice?
—Yo he estudiado filología, tuve que estudiar mucha teoría literaria, y no está mal: te quita ingenuidad. Pero en realidad para escribir echas mano de tus sensaciones y de las de los demás. Y no hay más.
—¿Siempre escribe de sí misma?
—Para escribir tiene que tirar de mí una preocupación. Todas mis novelas tienen que ver con lo que estaba viviendo en ese momento. Incluso 'Lo que esconde tu nombre', que va de nazis en la costa, es porque yo cuando conocí a uno que vivía allí. Todas las buenas novelas nacen de una sensación. Y eso es el alma del novelista. Cuando no hay eso, aunque haya muchos detectives, no me interesa.
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