una mirada académicA
A vueltas con inmune e impune
Los diccionarios de dudas —el pionero de Manuel Seco, el de la Academia —alertan del peligro de confusión entre los dos adjetivos del título
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«Por qué Begoña se cree impune», reza el título de un artículo de este periódico. Leído (y aun sin hacerlo), al lector le queda claro qué es lo que en él se censura: que, supuestamente, doña Begoña Gómez, esposa del Presidente del Gobierno, ... se crea a salvo, por serlo, de que puedan emprenderse acciones legales contra ella.
Los lectores de esta columna saben bien que no aloja opiniones políticas sino «miradas» a la lengua. Esta no será una excepción. Solo pretendo aquí alertar sobre el peligro —recurrente— de confusión entre los dos adjetivos del título. Lo que la articulista quería decir y debería, por tanto, haber dicho, pero no dijo, es esto otro: «Por qué Begoña se cree inmune».
El artículo 71 de la Constitución española establece que los diputados y senadores gozan de la llamada «inmunidad parlamentaria», en virtud de la cual no pueden ser inculpados ni procesados sin la previa autorización de la Cámara respectiva. Tal 'inmunidad' —de la que, ni que decir tiene, no gozan sus cónyuges— hace a los parlamentarios relativamente 'inmunes'. Solo relativamente: si, de acuerdo con lo establecido por las leyes, llegaran a ser juzgados, encontrados culpables y condenados, ni sus actos punibles ni ellos mismos quedarían 'impunes', es decir, 'sin castigo'.
Los diccionarios de dudas —el pionero de Manuel Seco, el de la Academia— alertan del peligro de confusión (que se da siempre en la misma dirección: uso de 'impune' en lugar de 'inmune', y no al revés).
Nadie está libre de padecer un despiste, tampoco el extraordinario escritor que fue Javier Marías. Reproduzco aquí un pasaje de 'Todas las almas':
«Esos ojos de Dayanand se tornaban en cambio ígneos cuando los volvía hacia Clare Bayes y en su campo visual entraba lord Rymer, quien sin embargo no tenía grandes problemas para sostener su mirada, ya que probablemente —se sentía impune— ni siquiera la percibía».
Es claro que a lord Rymer no le afectaban las miradas de Dayanand. Lo que el novelista quería decir con «se sentía impune» es que se sentía a salvo de ellas. La frase que va entre rayas debería ser, por ende, «se sentía inmune». La noción de 'castigo', que es la que entrañan 'impune' e 'impunidad', no hace ahí al caso, en absoluto. Buena prueba es que la traductora de la novela al inglés, Margaret Jull Costa, vertiera el adjetivo de marras por la voz 'unassailable' («believing himself unassailable»), que equivale a nuestro 'inexpugnable'.
Los lectores de esta columna saben bien que no aloja opiniones políticas sino «miradas» a la lengua. Esta no será una excepción
El peligro de confusión entre 'inmune' e 'impune' deriva no solo de la semejanza de los significantes, sino también de cierta conexión entre los significados, por la que, sin embargo, no hay que dejarse arrastrar. Quien, por las razones que sean, tiene el beneficio de no sufrir castigo o punición por faltas y aun delitos que ha cometido, de manera que unas y otros quedan 'impunes', llega a sentirse y creerse intocable, inatacable, invulnerable… 'inmune'.
Por supuesto, muchos conocen y distinguen perfectamente los dos vocablos y pueden hasta permitirse jugar con su parecido. «El general [guatemalteco] Efraín Ríos Montt –escribía en 2008 Sergio Ramírez– pasa ya de los ochenta años sin haber perdido un ápice de sus ambiciones de poder, y aunque pesan sobre su cabeza diversos juicios, uno de ellos promovido desde España por genocidio, sigue inmune, e impune».
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