A LA CONTRA
El humor en tiempos coléricos
¿Solo es moralmente aceptable hacer humor de izquierdas? ¿O es que, por el contrario, en la derecha no hay sentido del humor?
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Mientras en EE.UU. vemos no solo cómo la comedia se extiende incluso a la política, sino cómo el que más y el que menos, a un lado y otro del espectro ideológico, tiene su propio programa de sátira política; en España parece que no ... nos sacudimos de encima cierta querencia a que la comedia sea únicamente de izquierdas. Pocas, poquísimas, son las voces que lo hacen en el otro lado del espectro ideológico.
Hubo un tiempo, con el PP en el poder, en que podía parece valiente y arriesgado hacer humor siempre a costa de los mismos; incluso colaba aquello tan cursi de que el humor de verdad, el que vale la pena, se hace de abajo arriba. ¿Pero cómo se explica eso si en el poder está la izquierda y los mismos siguen haciendo humor contra la derecha? ¿Cuánto tiene de humor y cuánto de ideología? ¿Cuánto de valiente ahora?
Decía Terry Eagleton que el humor es para el adulto lo que para el niño es el juego: le libera del despotismo del principio de realidad y permite que el principio del placer disfrute de un rato de juego libre. Parece que a algunos de nuestros profesionales del humor ese principio de realidad, tozudo y obstinado, no les abandona. O no quieren que les abandone. Al menos en lo que tiene que ver con la vertiente política.
Decía Terry Eagleton que el humor es para el adulto lo que para el niño es el juego
Y tienen claro de qué pueden (podemos) reír y de qué no. Como si aquello que decía Fernando Savater de que en España ha calado la idea de que lo único moralmente aceptable es ser de izquierdas, se extendiese a la comedia y al humor. ¿Solo es moralmente aceptable hacer humor de izquierdas? ¿O es que, por el contrario, en la derecha no hay sentido del humor?
Porque, con la que está cayendo, no se antoja difícil hacer humor crítico con nuestra izquierda, fantasear con un programa como aquel incisivo ‘CQC’ que ponía a los políticos contra las cuerdas. Sin embargo, José Miguel Monzón, por seguir con el mismo ejemplo, se encuentra mucho más cómodo hoy instalado en el discurso oficial y atizándole, como haría el abusón de la clase con el cuatro ojos de la última fila cuando nadie le mira, a la oposición. Pero con actitud, eso sí, de estar arreándole, heroicamente, al poderoso.
¿Están haciendo humor de abajo hacia arriba, ese que es el único aceptable? ¿Ha asumido el humor español que ese ‘hacia arriba’ significa en realidad ‘hacia la derecha’? ¿Nos está intentando convencer al resto de que es así, de que es lo único legítimo?
Quieren mirarse en el espejo de los grandes monologuistas americanos pero, mientras aquellos parodian abiertamente el #Metoo, los movimientos identitarios o el activismo trans, aquí lo transgresor es reírse de un señor que vende pisos que nunca podrá pagar. Si, como decía George Orwell, el propósito de un chiste no es degradar al ser humano, sino recordarle que ya está degradado; parece que el humorista español estándar, militante constante en el convencimiento de que solo la derecha es degradación, lo que está haciendo es aplicar esa máxima.
Apuntaba Harold Nicolson, diplomático y escritor británico, que el sentido del humor no puede florecer ni en una sociedad totalitaria o carente de clases ni en una sociedad sumida en un proceso revolucionario. Quizá esta izquierda (tan revolucionaria en las formas, tan igualitaria en las ideas, tan totalitaria en el fondo) debería considerar si en realidad lo suyo es humor, siendo su tierra tan infértil, o mero activismo ideológico.
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