A la contra
Fotos y verdad
En Sundance acaba de estrenarse un documental, 'The Stringer', en el que se cuestiona la autoría de la foto de 'la niña del napalm', hasta ahora, de Nick Ut
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Hay fotografías que, juntas, componen una especie de álbum compartido de la humanidad, imágenes que han alcanzado el estatus de icónicas y que, independientemente de que sepamos o no quién las hizo, están ahí, en nuestra memoria colectiva: el hombre frente al tanque durante las ... protestas de Tiananmen, la muchacha que ofrece una flor a un soldado durante las protestas frente al Pentágono contra la guerra de Vietnam, el beso de dos jóvenes en París tras la Segunda Guerra Mundial, el miliciano abatido en Cerro Muriano… O la niña del napalm.
En el festival de Sundance acaba de estrenarse un documental, ‘The Stringer’, en el que se cuestiona la autoría de esta última. Tras cincuenta años atribuida al fotógrafo de Associated Press Nick Ut, podría esta ser una instantánea del fotógrafo vietnamita Nguyen Thanh Nghe, que trabajaba entonces de manera independiente. Nick Ut ganó por esta imagen el premio Pulitzer y el World Press Photo en 1972. Nguyen Thanh Nghe continuó siendo un fotógrafo desconocido.
No es la primera vez que ocurre algo parecido. La fotografía del miliciano de Capa ha sido fruto de controversias durante años
No es la primera vez que ocurre algo parecido. La fotografía del miliciano de Capa ha sido fruto de controversias durante años (que si estaba preparada, que si la realizó Gerda Taro, que si ni siquiera está tomada en Cerro Muriano…), y la fotografía del beso en París tampoco resultó ser fruto de la casualidad y el oportuno arrebato amoroso de dos paseantes anónimos, sino del posado de dos modelos a sueldo del fotógrafo.
¿Pierden su fuerza las fotografías? ¿Su valor testimonial? ¿Dejan de ser buenas instantáneas? En realidad, y en cuanto a lo referente a la estética, yo creo que no. Continúan siendo fotografías de calidad y siguen transmitiendo los mismos valores que antes y contando la misma historia. Ahora bien… ¿Qué ocurre con su valor documental? Si bien es cierto que la historia que cuenta es la misma, no es toda. Y eso sí es un problema.
La fotografía documental descansa su peso sobre un pacto tácito entre el fotógrafo y el observador: no vamos a engañarnos. Lo que el fotógrafo nos cuenta, asumimos que es verdad. Y eso, en puridad, es un acto de fe. ¿Qué pruebas reales tenemos de que eso ocurrió realmente, que ocurrió así y no de otro modo, que el fotógrafo estuvo allí y lo vio y da testimonio, de que no es una recreación? Solo tenemos su palabra y nuestra confianza en ella.
Y ese pacto no se debería traicionar, porque la verdad importa. Y no debe ser instrumentalizada para dotar de su apariencia a una falsedad, por pequeña que sea. No, al menos, si queremos seguir moviéndonos en el terreno de lo documental, cosa distinta sería la fotografía artística o publicitaria.
Quizá no sepamos, decía al principio, que las fotos fueron hechas por Jeff Widener, Marc Riboud, Robert Doisneau, Robert Capa… o Nguyen Thanh Nghe. Pero así fue. Detrás de la cámara se encontraba un hombre, sepamos o no su nombre, que, en cuestión de milésimas de segundo, tomó un montón de decisiones con una precisión inaudita para que esa foto llegase, así y no de otro modo, hasta nosotros: velocidad, apertura de diafragma, enfoque, encuadre, distancia.
En palabras de Julio Cortázar, la fotografía es una «actividad que debería enseñarse tempranamente a los niños, pues exige disciplina, educación estética, buen ojo y dedos seguros». «El fotógrafo —nos diría— opera siempre como una permutación de su manera personal de ver el mundo por otra que la cámara le impone insidiosa».
Y, de ser otro el fotógrafo (de ser otros los dedos seguros y el buen ojo, su educación estética, su manera personal de ver el mundo), muy probablemente, también la fotografía sería otra. Y nos contaría otras cosa
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