Borja Cobeaga: «Siempre he visto el humor como una venganza contra la realidad y como un arma de relativización total»
Ha convertido su apellido en una marca que es sinónimo de la mejor comedia. Ahora regresa al cine con 'Los aitas', un homenaje a los padres que criaron a sus hijos en los años 80 donde muestra su faceta más sentimental

Si esto fuera una película, el guionista escribiría una escena tal que así: (INT. HABITACIÓN - CASA FAMILIAR - SAN SEBASTIÁN - NOCHE - 1987) Un joven llamado Borja (10 años) se sienta en el borde de la cama. Lleva un pijama algo desgastado. Sus manos sostienen un ... walkman con una devoción casi religiosa. Se coloca los cascos de almohadilla naranja sobre las orejas. Mira el aparato con expectación. Con cuidado, introduce una cinta de casete en su interior. Pulsa 'play'. Cierra los ojos. Se deja llevar. SONIDO EN AURICULARES (V.O.) Lo que escucha no es lo nuevo de Orquesta Mondragón ni Samantha Fox, números 1 de Los 40 aquel año; ese niño escucha una grabación que su madre le había hecho directamente de la tele: el audio de 'Bienvenido, Mister Marshall'.
Lo mejor es que esto no sería una comedia ni una historia de viajes al futuro sobre el inventor de los pódcast, sino el 'biopic' de Borja Cobeaga, el cineasta que con más acidez ha retratado la anormalidad de la normalidad española en los últimos años.
La siguiente escena -y hasta aquí el juego del guion- es en la librería Ocho y medio de Madrid. Borja Cobeaga (47 años) se sienta en una mesa para charlar con ABC Cultural de su vida y obra, de 'Los aitas', que estrena ahora en cine; de 'Su Majestad', serie que ha lanzado en Prime Video; de los derechos de autor de los guionistas, ya que fue presidente de DAMA; de los vericuetos de la creación artística, del humor y el poshumor… Pero justo al sentarse, vasco como es él, espeta un «¡hostia!» inesperado. La providencia ha puesto justo a la altura de sus ojos un guion original de 'Fe de etarras' mecanografiado del que ya se había olvidado. Entre aquel niño y el cineasta actual cabe buena parte de la historia de la comedia en el cine español de los últimos años.
«Escuchar aquellas películas como si fueran un pódcast influyó en cierto modo en querer ser director de cine, porque me imaginaba lo que escuchaba, lo visualizaba», reconoce en mitad de una carcajada ahogada por el hallazgo.
En realidad, tiene que haber algo más. Redirigir en la imaginación lo que escribieron Juan Antonio Bardem, Miguel Mihura y Luis García Berlanga para saludar «con alegría» a los americanos debió modificar la pituitaria de aquel joven. Porque sí, hay algo de Berlanga en la presencia de Cobeaga y también, obvio, en su punzante forma de mirar a la sociedad, aunque menos en la forma de concebir una escena. Y ni falta que hace.
-Entonces, ¿a las cosas serias de la vida hay que acercarse con humor?
-El humor es una especie de terapia de salvación. Mel Brooks decía: «¿Por qué hago tantos chistes de Hitler? Porque yo no soy ni soldado ni soy político, yo soy cómico». Así que mi herramienta también es esa, y por eso siempre he visto el humor como una venganza contra la realidad y como un arma de relativización total.
Eso lo dice el Borja Cobeaga reflexivo, un cineasta que habla con poso pero sin peso, con cada frase masticada por la reflexión previa de quien ha dedicado una vida a esto de sentarse frente a una página en blanco y escribir. Escribir mucho. Escribir más. Así hasta tratar de desentrañar los mecanismos del humor, que son los mismos que mueven los hilos de las vidas de cualquier vecino.



Aunque antes de todo eso, Cobeaga era otro joven más con gafas de pasta y mucho cine visto en la retina. Un petardo, vaya. «La pedantería se cura con la edad», dice ahora. «Tengo la imagen de mí mismo con 20 años en la universidad, y ya te digo que era una persona... De hecho, como director he acabado intentando quitar todo rastro de solemnidad en lo que hago, porque la solemnidad me pone muy nervioso», remata.
Habría que viajar al pasado para ver los cortos que Cobeaga hacía de tardoadolescente con sus amigos, antes incluso de acabar en la Universidad del País Vasco. Ahí aparecería reinterpretando 'Beetlejuice' o '1941', la comedia que hizo Spielberg sobre el ataque de Pearl Harbor antes de que lo hubieran podido cancelar por mal gusto y ofender a los que siempre se ofenden, estén en un orilla u otra de la ideología. «Yo me lo tomaba muy en serio y mis amigos, no», exclama mientras viaja con la memoria a aquellos recuerdos. «Le metía efectos especiales y todo, y de ahí a los cortometrajes que hice luego algo más mayor, que ya eran cosas más elaboradas. Curiosamente, los primeros intentos que hacía eran como muy 'thrillers' de psicópatas y cosas así. No me pegaban nada. Eran muy malos. De hecho, en el grupo de amigos que hacíamos cortos yo era el majo, porque mis cortos eran una castaña, muy intensos, muy solemnes, como pesadillas kafkianas. Todo pedante y terrible».
-Me gustaría que se me viera como un cineasta que intenta hacer comedia popular que no insulte la inteligencia del espectador... y que dure 90 minutos
Borja Cobeaga
La epifanía vino después. Se puso a sí mismo en el abismo. Si el siguiente corto no le quedaba bien, dejaba el cine para irse «a la tele o a cualquier otra cosa». Se le quitó la tontería gracias a un chiste, que es algo muy serio: «Algo hizo clic en mí, encontré mi camino. Cuando vi que la gente se reía, eso fue muy adictivo. Es que si lo piensas, que lo que has escrito en tu casa esté haciendo reír a un desconocido años después es fuerte». Era 2001, el corto se titulaba 'La primera vez' y le llevó a los Goya de la mano de la añorada Mariví Bilbao contratando a un chaval pringado para que fuera su gigoló. «Era la primera vez que escribía basándome en personas que conocía, sin intención de hacer comedia, pero luego era gracioso». Y ya no paró, pese a los éxitos, los fracasos y los guiones que se convirtieron en películas millonarias por las que cobró una miseria. «Las mejores ofertas de trabajo las he tenido después de un fracaso. Y eso tiene el lado bueno también de que todo se relativiza. Fue, creo, la primera lección que me dio el cine, aunque tergiversaba de una manera muy bestia en todo lo que me habían educado», explica de corrido, sin impostura.
-Cuando habla de ese pasado glorioso no parece muy nostálgico...
-Cero nostálgico. Cuando oigo eso de que «mis padres tenían pagada la hipoteca entera, tenían casa en el pueblo, tenían trabajo fijo...». Sí, pero ponte a hablar con tus padres a ver si te dicen que era tan bonito como te crees.
Lo dice Borja Cobeaga justo antes de empezar a hablar de 'Los aitas', la película con la que regresa a la gran pantalla ocho años después de su último título, aquel 'Fe de etarras' que fue polémico desde el cartel y hasta que se estrenó y la gente la vio. Ahora se ha ido a aquella infancia suya pero sin walkman ni niños cineastas. De hecho, en quien fija la cámara es en los padres (al suyo lo homenajea explícitamente con una foto de antaño y poniéndole el rostro de Juan Diego Botto). Aquellos padres de los años 80, una generación de progenitores más perdida que la generación X. Sin la (mala) autoridad de los predecesores ni las herramientas de los sucesores, aquellos 'aitas' estaban en una tierra de nadie que en la película se evidencia cuando les toca llevar a sus hijas a una competición de gimnasia rítmica en un Berlín donde todo se desmorona. «El material pedía que tenía que ser una comedia muy melancólica. Tiene que ver, creo, con que estoy atendiendo más a lo sentimental quizá por la paternidad, que es algo que se ha acelerado en 'Los aitas' pero que ya estaba en 'No me gusta conducir'».
Bordeando los cincuenta, tanto él como si viejo socio y eterno amigo, Diego San José, están moviendo los límites de su humor. «Diego está atendiendo más al no chiste, como ha hecho en 'Celeste'. Cuando no estás trabajando para una franquicia como 'Ocho apellidos...' te permites jugar con un humor diferente en cuanto a que no tiene que haber dos chistes por minuto».
-A ver si van a acabar haciendo humor sin humor...
-Yo es que quiero hacer un thriller, que es mi género favorito... Pero vaya, que igual que durante años no quisimos hacer comedia romántica porque ya habíamos hecho un montón, ahora tengo ganas de hacer una muy ligera y con muchísimos chistes.
Al final, a sus 47 años, Cobeaga ha acogido el espíritu de aquel chaval a la hora de hacer lo que le da la gana. O, al menos, intentarlo. «Estoy en la segunda parte de mi carrera y como el número de proyectos es finito, qué menos que elegir con el que pueda disfrutar del proceso durante los 3 o 4 años que dura». Por eso dice -sin presumir y con esa humildad y casi culpa que le enseñaron los jesuitas de San Sebastián- que se siente un privilegiado por poder elegir: «Básicamente, cuando pasa el tiempo, lo que quieres es control. Ni siquiera llamarlo poder, es otra cosa, es control», remata alguien que se considera mejor guionista que director, pero sin saber «por qué»: «Si le preguntas a cualquier cinéfilo por 50 directores españoles, a lo mejor no estoy, pero si le preguntas por 50 guionistas, estoy seguro».
-Si aquel niño le mirara, ¿cómo le gustaría ser visto?
-Como un cineasta que intenta hacer comedia popular que no insulte la inteligencia del espectador, o sea, el cine normal que gusta a la gente: un cine bien escrito, bien pensado y bien hecho que dure 90 minutos.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete