LIBROS
‘Aniquilación’, de Michel Houellebecq: una obra maestra incompleta
El polémico autor francés nos ha regalado un nuevo presagio en ‘Aniquilación’. La acción se proyecta a 2027. El escenario que esta vez imagina no es menos aterrador para los franceses: convertirse en los Estados Unidos

Las novelas de Michel Houellebecq son como galletitas de la fortuna que la sociedad francesa desbroza para conocer su destino. El 7 de enero de 2015 publicó ‘Sumisión’ , su séptima novela. El futuro allí proyectado fue la claudicación de Francia ante el islam ... por vía electoral. Ese día, la portada de ‘Charlie Hebdo’ celebraba el lanzamiento del libro con una caricatura: «Las predicciones del mago Houellebecq: en 2015, pierdo mis dientes. En 2022, hago el Ramadán». Aquella misma mañana, el atentado islamista a la sede del semanario , en el que murieron doce personas, nos recordaría que la ficción no es sinónimo de mentira sino de posibilidad.
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Siete años después, Houellebecq aún no ha hecho el Ramadán y ningún candidato de un partido musulmán ha ganado la presidencia. Sin embargo, nos ha regalado un nuevo presagio: ‘Aniquilación’. Aquí la acción se proyecta al 2027, número primo y «año de todas las mutaciones». El escenario que esta vez imagina no es menos aterrador para los franceses: convertirse en los Estados Unidos. Ante el desplome del imperio norteamericano, Francia se ha reincorporado a la carrera industrial de la mano de un presidente cuyo eslogan de campaña recuerda al MAGA de Donald Trump: «¡para Francia hoy empiezan los nuevos Treinta Gloriosos!».

«Revolución invisible»
El artífice de esta segunda «revolución invisible», para usar la expresión de Jean Fourastié, es Bruno Juge, el ministro de economía, un exitoso ingeniero que había triunfado en empresas automotrices y aeroespaciales; una especie de Elon Musk metido en política : «Francia se había convertido en la quinta potencia económica del mundo (…) todo esto sin controversias, sin huelgas, en un clima de aquiescencia asombrosa».
Esta ‘Brave New France’ se verá amenazada por unos vídeos que parasitan las páginas web, mostrando paisajes y atentados terroristas . Uno de ellos representa la decapitación del ministro Juge, de quien se rumorea que va a suceder al presidente al final de su segundo mandato. Aunque creados artificialmente, los especialistas no logran demostrarlo. Las briznas de hierba o el corte de la guillotina en el cuello del ministro tienen las irregularidades que solo son identificables en lo real. Una tecnología de otro mundo, como en ‘Tlön, Uqbar, Orbis Tertius’ de Borges . Varios indicios subrayarán la hipótesis que sostiene y amenaza la trama: la realidad pareciera estar en un proceso de subversión por leyes y seres de otra dimensión.
Uno se pregunta qué está leyendo o cómo se sostiene esta mezcla de genialidad y negligencia
En este contexto, se desarrolla la historia de Paul Raison, inspector de finanzas convertido en mano derecha de Bruno Juge. Como protagonista, Raison concentra los tics habituales de los personajes masculinos de Houellebecq : un tecnócrata/intelectual depresivo, proveniente de una familia disfuncional y con una sexualidad displicente. Esta inercia argumental en las novelas de Houellebecq merece el mismo tratamiento que René Girard estableció para la literatura sobre la peste: en ellas valen más las repeticiones que las variantes.
Así, encontraremos l os desarreglos ya habituales entre lo urbano y lo rural , padres e hijos, hombres y mujeres, naturaleza y pensamiento. El espacio de estas tensiones estará circunscrito a París, Lyon, pequeñas comunas interurbanas y alguna ciudad africana. Mientras que el principal conflicto afectivo sucederá al interior del apartamento que Paul comparte con su esposa, a pesar de que llevan años separados. Paul y Prudence han acomodado sus rutinas para vivir bajo el mismo techo sin coincidir. Una hipoteca por pagar es la justificación tácita de este arreglo, no menos inverosímil que el letargo emocional de la pareja . Los únicos testimonios de vida interior en Paul serán unos sueños episódicos que recuerdan a esas visiones oníricas de muerte que estudió Marie-Louise von Franz. Los sueños y un insidioso dolor de muelas.
Solución al enigma
A medida que los atentados pasan de la virtualidad a la realidad y la campaña presidencial sube de temperatura, a medida que el padre de Paul, un antiguo miembro de los servicios secretos, va insinuando como puede una posible solución al enigma del terrorismo, a medida que Paul y Prudence vuelven a encontrarse en el desierto de su apartamento , a medida, en fin, que las secuencias más rocambolescas de esta apasionante y por momentos absurda historia se van desarrollando, uno no puede sino preguntarse qué está leyendo. O, también, ¿cómo se sostiene esta mezcla de genialidad y negligencia? Me refiero a errores flagrantes en la trama y no a la supuesta pobreza o ausencia de estilo en Houellebecq. En este punto, el autor se acoge a lo dicho por Schopenauer: la condición de un «buen estilo» es tener algo que decir.
Y es obvio que Houellebecq tiene algo que decir. Los pacientes en estado vegetal, los ancianos desahuciados, las iglesias vacías, la arquitectura vertiginosa de los edificios , los jardines urbanos, los mensajes escritos por los locos en el metro, las prostitutas, todo en esta historia está queriendo decir algo. Incluidos los terroristas. Pero, ¿qué? Houellebecq ha llegado a ese punto de su obra en que la sabiduría poética se hace una con la vida en su rasgo más perturbador: lo inacabado. Una carencia raigal que ha dado pie a las religiones, al arte, la ciencia y el amor.
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