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Los «inconcebibles errores» que llevaron a la masacre de los Juegos Olímpicos de Múnich

El colaborador de «Blanco y Negro» Livio Caputo estuvo presente en la villa olímpica durante el secuestro del comando palestino «Septiembre negro»

Munich (Alemania), septiembre de 1972. Atentado contra la sede del equipo olímpico de Israel durante la celebración de las Olimpiadas de Munich de 1972. En la imagen, momento en el que el ministro del Interior alemán habla con uno de los terroristas en el piso donde se encuentran los rehenes+ info
Munich (Alemania), septiembre de 1972. Atentado contra la sede del equipo olímpico de Israel durante la celebración de las Olimpiadas de Munich de 1972. En la imagen, momento en el que el ministro del Interior alemán habla con uno de los terroristas en el piso donde se encuentran los rehenes - Göksin Sipahioglu
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«No me gusta decir esto, porque hasta ayer mismo yo no me sentía aquí nada mal», le dijo un joven atleta israelí al periodista Livio Caputo en las inmediaciones de la base aérea de Fürstenfeldbrück aquel trágico 5 de septiembre de 1972. «Los alemanes -continuó-, que hace treinta años fueron monstruosamente eficientes para exterminar a seis millones de nosotros, han demostrado hoy ser terriblemente ineficaces en el intento de liberar a mis nueve compañeros de las manos de los terroristas árabes».

Los Juegos Olímpicos de Múnich acababan de teñirse de sangre. Un comando palestino del grupo « Septiembre negro» había asaltado las dependencias israelíes en la villa olímpica y había tomado como rehenes a nueve atletas tras matar a otros dos.

Las casi 18 horas de angustia que duró aquel secuestro se saldaron de la peor forma posible. Los nueve deportistas olímpicos y un policía alemán murieron, así como cinco de los terroristas.

Policías con metralletas y vestidos de atletas, patrullan por la Villa Olímpica, donde la organización terrorista «Septiembre Negro» tiene como rehenes a los miembros del equipo israelí+ info
Policías con metralletas y vestidos de atletas, patrullan por la Villa Olímpica, donde la organización terrorista «Septiembre Negro» tiene como rehenes a los miembros del equipo israelí

Después de haber interrogado largamente a las autoridades responsables y de haber recogido la opinión de numerosos testigos oculares, el colaborador de «Blanco y Negro» había llegado a la misma conclusión que el joven hebreo: aquellas muertes podían haber sido evitadas «si la Policía bávara hubiese sido menos incapaz». En las últimas horas fatales, dos planes para la liberación de los atletas hebreos, que podrían haber tenido más éxito que el que se adoptó, fueron inmediatamente descartados porque el responsable del orden «no estaba dispuesto a arriesgar la vida de sus hombres», y porque algunos agentes se negaron a llevar a cabo una misión que juzgaron como «suicida». Aunque esos no fueron los únicos fallos. «La tragedia de Múnich ha sido el resultado de una serie de errores de varios organismos que, vistos como un sueño de Poe, aparecen como inconcebibles», escribió Caputo antes de detallarlos.

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El primero, a su juicio, «fue emplear en la construcción, y después en los servicios de la Ciudad Olímpica, personal árabe». Al menos tres de los ocho terroristas conocían con mucha anticipación y gran precisión el lugar. Habían observado los hábitos de la delegación israelí y conocían la situación exacta de los ochenta guardianes que vigilaban la zona de noche. Vestidos como deportistas y con fusiles AK-47 y granadas ocultas en bolsas de deporte, saltaron la alambrada y se dirigieron a la sede israelí.

El edificio no estaba custodiado por hombres armados. Ese fue, precisamente, el segundo error: «no prever la posibilidad de un atentado, a pesar de que existían indicios de que podía producirse». Cuando los terroristas se presentaron en la puerta número 31 de la Conollystrasse, solo se toparon con la resistencia del entrenador del equipo de halterofilia israelí, Moisés Weinberg, que se despertó al oírles entrar y dio la voz de alarma antes de caer abatido de un disparo a quemarropa. Su aviso salvó a algunos de sus compañeros, que pudieron escapar a tiempo. «Probablemente debemos la vida al pobre Weinberg», dijo, llorando, el jefe de la delegación, Samuel Lankin. «Con su resistencia obligó a los bandidos a hacer fuego. Si no nos hubieran despertado los primeros disparos habríamos caído en la trampa». El levantador de pesos Joseph Romano también les hizo frente e intentó arrebatarle el arma a uno de los terroristas antes de recibir una ráfaga en el vientre. Moriría desangrado ante la impotencia de los nueve atletas israelíes que quedaron como rehenes.

Escenario donde murieron los dos primeros israelíes del equipo de este país en la olimpiada. Se pueden apreciar las huellas de sangre y el impacto de los disparos en las paredes+ info
Escenario donde murieron los dos primeros israelíes del equipo de este país en la olimpiada. Se pueden apreciar las huellas de sangre y el impacto de los disparos en las paredes

«Muchos de los atletas que residían cerca de los israelíes, al escuchar los disparos se asomaron a la ventana y, dándose cuenta de lo que sucedía, decidieron no mezclarse, respondiendo a un típico fenómeno de este tiempo», censuraba Caputo. Fueron los fugitivos israelíes quienes avisaron a la Policía, pero cuando llegó el primer funcionario, a las 5,08, ya era demasiado tarde. Los terroristas palestinos controlaban la situación.

Ataron de pies y manos a los rehenes en una habitación y enviaron un ultimátum a la Policía. Los matarían a todos si a las nueve de la mañana no habían sido liberados 200 presos palestinos en cárceles israelíes y trasladados a un país árabe.

El Gobierno bávaro trató de negociar con los secuestradores. Les propuso un rescate en dinero e incluso el ministro del Interior se ofreció a intercambiarse por los atletas. Sin éxito. Bruno Merck solo consiguió una prórroga del ultimatum hasta las doce.

Un momento de la negociación+ info
Un momento de la negociación

El embajador de Israel, Ben Zorin, se desplazó a Múnich y se mostró tajante: por ninguna razón en el mundo su Gobierno se plegaría a las peticiones de los terroristas. Israel daba carta blanca a los alemanes para tratar de liberar a los rehenes con todos los medios a su alcance.

A la vista de la respuesta israelí, solo quedaba prepararse para una solución a la fuerza. Caputo describió los trucos con los que la Policía alemana trató de sorprender a los terroristas mientras proseguían las conversaciones. «Primero intenta hacer entrar en él pabellón a algunos de sus agentes disfrazados de recaderos, con el pretexto de llevar comida a los terroristas y sus rehernes. Pero uno de los bandidos detiene a los policías a diez metros de la casa y procede a retirar los víveres por sí mismo. Un experto en la guerra química estudia la posibilidad de adormecer a los palestinos haciendo entrar gas en el pabellón, pero las condiciones no son favorables. Un policía disfrazado de atleta y armado con una metralleta, que ha trepado por el techo y se ha acercado demasiado al balcón del apartamento de la tragedia, es obligado a retirarse precipitadamente antes de caer a tiro de un terrorista. Según pasa el tiempo, la idea de enfrentarse a los terroristas allí, en medio de la ciudad, con el riesgo de envolver en la batalla a quienes son ajenos a la situación, aparece más irreal».

Un blindado de la Policía alemana patrulla por la villa olímpica+ info
Un blindado de la Policía alemana patrulla por la villa olímpica

A punto de cumplirse el plazo, el ministro federal del Interior, Hans-Dietrich Genscher, consiguió un nuevo aplazamiento haciendo creer al comando que Israel se replanteaba su postura. Entre las tres y las cinco, se llegó a una especie de acuerdo. El Gobierno alemán pondría un avión a su disposición para llegar con sus rehenes a El Cairo, y desde allí los terroristas continuarían directamente su pulso con Israel. «El ministro accede, pero solamente a condición de que los rehenes estén de acuerdo, y consigue así entrar por vez primera en el pabellón y hacer una inspección. Encuentra a los israelíes exhaustos, pero en discretas condiciones de ánimo, bajo la vigilancia de dos árabes armados. En la habitación está también el cuerpo, ya frío, de Joseph Romano», continúa la crónica.

El canciller Willy Brandt trató de ponerse en contacto con el presidente egipcio con la esperanza de obtener un salvoconducto para los rehenes cuando llegaran a El Cairo, pero Anwar el-Sadat no se dejó encontrar y su primer ministro no prometió nada. Los demás jefes de Estado árabes también se lavaron las manos. «Queda claro que dejar partir a los rehenes con los terroristas significa enviarlos a un destino casi seguramente trágico», resumía Caputo. Israel, por su parte, se negaba a que sus compatriotas volaran a un país enemigo. Además, en Lufthansa no se consiguió reunir una tripulación para ese vuelo incierto.

Manifestación de jóvenes durante la noche del 5 al 6 de septiembre+ info
Manifestación de jóvenes durante la noche del 5 al 6 de septiembre

Según lo acordado con los terroristas, serían transportados a bordo de dos helicópteros a Fuerstendelbruck, un aeropuerto militar a casi 25 kilómetros al oeste de Múnich, donde les estaría esperando el avión. Genscher intentó prorrogar la operación hasta la mañana siguiente, con la esperanza de que los terroristas cometieran algún error durante la noche, pero no hubo nada que hacer. Esa vez no cedieron en su ultimátum. «Y no cuenten con el hecho de que vayamos a El Cairo -añadió el jefe de los guerrilleros-. Durante el vuelo, comunicaremos con nuestro cuartel general y recibiremos instrucciones definitivas sobre nuestro destino. De todas formas, si mañana a las ocho Israel no nos ha dado satisfacciones, fusilaremos a los rehenes en el lugar donde nos encontremos».

Ante la sospecha de ser tiroteados en el trayecto hasta los helicópteros, los terroristas pidieron un autobús y amenazaron con salvajes represalias si la Policía escondía algún hombre en su interior. Así lograron llegar incólumes a los helicópteros, parapetados tras los rehenes.

El jefe de la Policía, que había concentrado en la villa olímpica a sus mejores hombres, se encontró entonces con que sólo disponía en Fuerstenfeldbruck de cinco tiradores seleccionados y de una cuarentena de agentes adiestrados en un combate como el que preparaba. Y razones políticas impidieron pedir ayuda al Ejército federal. «Incluso sin la ayuda de las tropas, Schreiber hubiera podido quizá hacerse con la situación si hubiera actuado en la dirección apuntada por uno de sus colaboradores: disfrazar a algunos de sus hombres de pilotos de la compañía Lufthansa y dejarles a su arbitrio el papel de vérselas con los terroristas en el momento en que el avión hubiera despegado», reflexionaba el periodista. Pero los agentes seleccionados no estuvieron dispuestos a jugarse la piel con un grupo de fanáticos decididos a todo.

El colaborador de «Blanco y Negro» llegó a Fuerstenfeldbruck poco antes de que lo hicieran los helicópteros, tras una carrera en plena noche tras una columna de vehículos policiales. Desde un lugar medio oculto de la base divisaba bastante bien la pista de aterrizaje. Detrás de las alambradas se advertía un ir y venir de hombres armados. Otros se hallaban apostados tras el hangar y las barracas. El avión que esperaba a los terroristas se encontraba a un centenar de metros de la torre de control, con las luces encendidas.

Estado en que quedaron los dos helicópteros utilizados para transportar al aeropuerto militar a terroristas y rehenes desde la Ciudad Olímpica. Uno de ellos sufrió el efecto de la explosión de una bomba de mano, que causó la muerte a varios prisioneros+ info
Estado en que quedaron los dos helicópteros utilizados para transportar al aeropuerto militar a terroristas y rehenes desde la Ciudad Olímpica. Uno de ellos sufrió el efecto de la explosión de una bomba de mano, que causó la muerte a varios prisioneros

A las 22,26 horas vieron descender a los dos helicópteros que transportaban a los terroristas y los rehenes, hasta que desaparecieron de su vista dentro de una barraca. Caputo contó cómo los que estaban fuera ignoraban, naturalmente, que las autoridades alemanas habían decidido ya impedir a toda costa la partida de los guerrilleros. Únicamente lo podían intuir por la actitud de los soldados, el tono de las declaraciones que habían escuchado, y por la comprensible preocupación de Brandt de no sufrir, frente al mundo entero, una humillación tan ardiente. Aunque «confiados en la eficacia alemana, acariciábamos la ilusión de que las autoridades tenían un plan bien estructurado para superar a los guerrilleros». No fue así. Como más tarde supieron de un funcionario que había tomado parte en las operaciones (y que prefería mantener el anónimo), hasta el último momento había habido divergencia de ideas.

«Resultado: cuando las hélices de los dos helicópteros se detuvieron, las portezuelas se abrieron y dos terroristas con las armas empuñadas saltaron a la pista, la única orden existente es la que se dio a los tiradores escogidos de "abrir fuego en el instante en que consideraran que podían poner al mismo tiempo fuera de combate al mayor número de adversarios"».

Tiroteo en el aeropuerto

El jefe de los terroristas y un compañero que saltó del otro helicóptero atravesaron la pista para inspeccionar el avión mientras otros dos obligaron a los pilotos de los helicópteros a sentarse junto al tren de aterrizaje. Cuando los dos primeros regresaban de nuevo a los helicópteros, de improviso, resonó un disparo en la noche y uno de los secuestradores que estaba apostado bajo uno de los aparatos cayó al suelo fulminado. Era la señal. Los demás tiradores hicieron fuego y un segundo terrorista siguió la misma suerte. También el que acompañaba al jefe, quien sin embargo esquivó las balas y logró refugiarse en uno de los helicópteros. Los otros cuatro guerrilleros respondían con sus fusiles ametralladores.

En la imagen, el avión que presuntamente estaba preparado para la huida de los terroristas.+ info
En la imagen, el avión que presuntamente estaba preparado para la huida de los terroristas.

Los disparos dieron paso a unos gritos en tres idiomas con los que se pretendía intimidar a los secuestradores para que se rindiesen. Mientras caía sobre el campo un silencio de muerte, se decidió que acudieran al lugar más refuerzos para impedir que los asaltantes se fugaran. Pasó algo más de una hora. De los helicópteros donde se habían atrincherado los terroristas llegaba, de vez en cuando, el eco de una frase en árabe. Los alemanes quizá habrían podido intentar sorprenderlos en la oscuridad, pero el jefe de la Policía, Manfred Schreiber, lo había dicho con claridad: «Mis hombres no están preparados para un ataque de este género».

«A las 00,04, poco después de haberse registrado una nueva serie de disparos, se ven desde nuestro puesto de observación unas llamas que se alzan desde atrás de la barraca, donde se hallan los helicópteros. Habían transcurrido noventa minutos. Por un instante todo el cielo se ilumina, luego se cubre de una nube de humo espeso y negro. Ráfagas de ametralladora, trepidar de motores, sirenas de bomberos y ambulancias», describió Caputo.

Según la Policía, uno de los terroristas había lanzado una granada al interior de un helicóptero. Cuando los agentes llegaron ante los restos del aparato comprobaron que cuatro rehenes habían muerto. En el otro helicóptero hallaron a los otros cinco asesinados.

La tragedia de Múnich había ocasionado un total de 17 víctimas: once israelíes, cinco terroristas árabes y un agente alemán que falleció en el tiroteo. Quedaron con vida tres secuestradores de «Septiembre negro» que fueron encarcelados.

Los cadáveres de los miembros del equipo olímpico llegan al aeropuerto Ben Gurión de Tel Aviv+ info
Los cadáveres de los miembros del equipo olímpico llegan al aeropuerto Ben Gurión de Tel Aviv

Junto a la imagen que publicó «Blanco y Negro» diez días después de la tragedia se afirmaba que «la foto —unas pocas sombras— es testimonio de lo que, en principio, pudo parecer el final de una tragedia, Pero no fue así. Días después de la criminal acción de los guerrilleros palestinos las fuerzas aéreas israelíes ejercían venganza contra los territorios árabes de Siria y Líbano. Y, como siempre, nuevas víctimas sin culpa. La violencia engendra violencia».

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