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Hemingway, el escritor enamorado de España que sobrevivió a tres guerras y a un doble accidente aéreo

Cuando años antes había corrido la falsa noticia de que había muerto estando en uno de sus numerosos viajes por España, Hemingway lo había desmentido con vehemencia: «Yo no moriré en España. España es un país para vivir, no para morir»

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Ernest Hemingway y su amigo Antonio Ordoñez
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Hace casi sesenta años, el 2 de julio de 1961, el escritor Ernest Hemingway se despidió del mundo en Sun Valley tras pegarse un tiro en la cabeza. En las páginas de Blanco y Negro, Pedro de Lorenzo dedicó al genio de las letras esa misma semana un amplio reportaje donde repasaba su vida y reparaba en la asombrosa coincidencia de que justo fuera a ser enterrado el viernes 7 de julio, Día de San Fermín, una festividad que le asombraba tanto como la propia España.

Cuando años antes había corrido la falsa noticia de que había muerto estando en uno de sus numerosos viajes por España, Hemingway lo había desmentido con vehemencia: «Yo no moriré en España.

España es un país para vivir, no para morir». Sobre lo que pasaría cuando él ya no estuviera, el escritor se acordó de sus seres queridos: «El gran susto se lo han dado a mi mujer, porque morirse es mucho más importante para los que se quedan aquí».

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Ernest Hemingway , se dirije al coso zaragozano para presenciar una tarde de toreo

Un gigante

«Corpulento, con su cabeza de profeta de los años veinte. Perla el mucho pelo, a raya, peinado—¿quién lo vio así?— a lo estatua. Tiernos los ojos, azules. No se habría puesto su visera de tirador. Buen tirador: apagaba un cigarrillo en la boca de cualquier amigo con un fusil de barraca. Sabía jugar las armas. Toda su vida las jugó. Es fácil decir: jugaba con fuego. Y es verdad. ¿Se anudó el pañuelo a la garganta? Se habría echado la camisa, a cuadros, pequeños cuadros, blanco y seipla, cayéndole sobre el pantalón; tapándole el bolsillo para que no se viera la petaca de 'whisky'; en los últimos viajes a España se pasó al vino rosado. Se peinó con los dedos la barba, blanca, barojiana; entornaría los ojos. Y acertó. A la cabeza».

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Junto al lecho de Pío Baroja, ya muy enfermo, Ernest Hemingway dedica un libro al español.

Así describió Pedro de Lorenzo la fascinación de este novelista corpulento, casado cuatro veces, por las armas y por las guerras. Apenas terminados los estudios superiores, saltó el charco en 1917 para participar en la Gran Guerra como conductor de ambulancia y luego como soldado de élite de las fuerzas italianas, donde ganó casi tantos reconocimientos como cicatrices. Una granada le ocasionó 247 heridas de metralla, mientras la campaña al completo le hizo merecedor de la medalla al Valor Militar y la Cruz de Guerra.

Inspirado por la Guerra Civil, escribió sobre España varias novelas, ‘Quinta columna’ y ‘Por quién doblan las campanas’ con temática militar; luego fue corresponsal en China, agregado de la RAF en Inglaterra, testigo presencial del desembarco en Normandía y miembro de la resistencia francesa en 1944, año en el que entró a liberar París.

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Al borde de la muerte

Relataba Blanco y Negro que, terminada su etapa más belicosa, Hemingway se dedicó en los siguientes años a buscar el riesgo por otros rincones del mundo. Cazando, pescando, toreando, viajando, estrellándose… En el año 1954, sufrió un accidente de avión en la jungla africana. Malherido, el novelista fue rescatado por un avión que también se accidentó poco después.

En ese mismo viaje sufrió un envenenamiento de la sangre durante un safari. «Soy escritor y he tenido una existencia por de más literaria. Ahora sólo me resta confiar en una muerte también literaria», confesó a ABC en 1954.

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En la carretera de Burgos a Aranda del Duero volvió a poner sobre el tablero de juego su vida cuando reventó una rueda de su coche y casi fallece... Era justo el aniversario de la muerte de Manolete y en su cartera llevaba casualmente al protector católico de los conductores. «¿Sabría que San Cristóbal es el patrón de los automovilistas? Llevaba la imagen de San Cristóbal en una pinza billetero; alrededor de la imagen esta leyenda: 'Mírame y serás salvado’», apuntaba el reportaje sobre un objeto que se conoció en 1959 con motivo del robo de la cartera del novelista cuando firmaba autógrafos.

El escritor estadounidense amaba España y, sobre todas las cosas, el toreo. A unos periodistas franceses les describió su paraíso como «una gran plaza de toros donde tuviera como abono dos buenas barreras». También admiraba la literatura española, entre otras las obras de Blasco Ibáñez, Galdós y su querido Pío Baroja. Al maestro vasco tuvo el norteamericano la deferencia de visitarlo en sus últimos días para llenarlo de elogios:

« Antes que yo, usted debía tener el Premio Nobel... Yo he aprendido de usted. Yo no merezco nada. Yo no soy más que un aventurero y usted es un escritor».

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