Opinión
Danzig no fue la causa sino el pretexto para desatar la guerra en Europa
Francia y Gran Bretaña declararon la guerra a Alemania con la excusa de proteger a Polonia, pero ni siquiera lo intentaron. Cuando los aliados ganaron, tampoco la apoyaron

Cuando el 2 de septiembre de 1939 tanto Londres como París presentaron un ultimátum a Alemania para que cesara su agresión a Polonia y se retirase de los territorios ocupados en ese país, un Hitler desconcertado preguntó a su ministro de Asuntos Exteriores, Joachim von Ribbentrop «¿Y ahora qué?». Tras la aceptación de hecho por parte de las restantes potencias europeas de las intervenciones germanas en el Ruhr, España, Austria y Checoslovaquia, el Führer había descartado que ahora, cuando además del apoyo de Mussolini , como en los casos anteriores, contaba con el respaldo de Stalin , el Reino Unido y Francia estuviesen dispuestas a ir a una guerra por Polonia. Y tenía razón.
Polonia, más que causa de que se desatase la Segunda Guerra Mundial en Europa, fue un pretexto. La intención no era tanto salvar a Varsovia , como frenar a un Hitler cada vez más prepotente, que se había saltado todas las cláusulas que en Versalles fueron establecidas para contener a Alemania e impedir su resurgimiento como potencia. La decisión era poner coto a un Reich insaciable que había destrozado todos los consensos y amenazaba gravemente el equilibrio europeo, si es que no lo había roto ya de manera irreparable.
Por eso, al tiempo que París y Londres reiteraban su apoyo a las autoridades de Varsovia y les conminaban a resistir la invasión de la Wehrmacht, sus ejércitos no tomaron la más mínima medida para ayudar a los polacos a lo largo de todo el mes de septiembre en el que se desarrollaron las operaciones militares. Las tropas francesas y las unidades británicas trasladadas de urgencia al continente se limitaron a atrincherarse tras la Línea Maginot, mientras se consumaba el drama de Polonia. Y en Polonia esperaban inútilmente una ofensiva franco-británica, que obligara a los alemanes a luchar en dos frentes, aliviando así su agobiante situación ante los ejércitos del Reich muy superiores en número y medios. Tal ofensiva nunca tuvo lugar, ni jamás llegó a prepararse.
Y la invasión soviética de Polonia , dos semanas después de que lo hicieran las fuerzas germanas, no supuso, como sería lógico, una declaración de guerra a la URSS por parte de quienes por idéntico motivo se estaban enfrentando a Alemania. Si de defender a Polonia se trataba, no era posible una mayor incongruencia, sobre la que siempre se ha tratado de pasar de puntillas.
Transcurrirían seis largos años, la guerra se extendió por todos los continentes, nuevos países se unieron a la contienda, las víctimas se sumaron por decenas de millones, el mundo conoció el horror de los bombardeos atómicos… Los polacos huidos de la doble invasión de septiembre de 1939 combatirían con denuedo en Narvik, en los cielos de Inglaterra, en Oriente, en el norte de África o en Cassino. Pero aquellos que les animaron a resistir frente a Alemania, que les ofrecieron su apoyo, que teóricamente habían declarado la guerra al Reich para salvar la integridad territorial de su país, una vez vencedores, permitieron la amputación de una parte de Polonia (aunque fuese compensada con la anexión de territorios alemanes) y la subordinación a una dictadura extranjera por casi medio siglo. Luego, la historia se contó como se quiso.
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