Treinta años después del genocidio de los Jemeres Rojos de Camboya, ayer se sentó en el banquillo «Duch», el jefe de la cárcel S-21 _ Contra él declarará uno de sus ocho supervivientes, Vann Nath, quien explica a ABC el horror de las torturas y ejecuciones
Vann Nath junto a uno sus cuadros que le salvó de ser ejecutado en la prisión Tuol Sleng (S-21) de Phnom Penh
TEXTO Y FOTO: PABLO M. DÍEZ
ENVIADO ESPECIAL
PHNOM PENH. Mientras miles de camboyanos eran exterminados por hablar idiomas, saber leer o ser intelectuales o artistas, a Vann Nath le salvó la vida, irónicamente, un cuadro. Claro que no era un retrato cualquiera, sino del mismísimo Pol Pot, el cabecilla del desquiciado régimen de los Jemeres Rojos que, entre 1975 y 1979, emprendió una sanguinaria revolución ultramaoísta que costó la vida a dos de los siete millones de camboyanos.
De ellos, más de 16.000 fueron ejecutados en los tristemente famosos «campos de la muerte» tras ser torturados e interrogados en la prisión Tuol Sleng (S-21) de Phnom Penh. Treinta años después del genocidio, su director, Kaing Guev Eav alias «Duch», se sentó ayer en el banquillo para ser juzgado por un tribunal internacional por crímenes contra la Humanidad.
Contra él declarará como testigo de cargo Vann Nath. Nacido en 1946 en la provincia de Battambang, este pintor es uno de los ocho supervivientes de la Oficina de Seguridad 21, una antigua escuela macabramente transformada en centro de detención.
Aquí fue trasladado Vann Nath en enero de 1978. «Estuve un mes en una celda encadenado a unos grilletes junto a otros 50 prisioneros. Apenas comíamos y nos daban palizas cada vez que nos interrogaban y nos preguntaban si éramos espías de la CIA», explica a ABC Vann Nath, cuya destreza con los pinceles llegó a oídos de «Duch», el jefe de la prisión.
Retratos de propaganda
Amenazado de muerte, Vann Nath pintó siete bosquejos del retrato del «Hermano Número 1» hasta que logró la aprobación de «Duch», quien lo tomó a su cargo como uno de los autores de la propaganda del régimen en un pequeño taller de la cárcel.
Junto a dos pintores y dos escultores, desde allí presenció todo el horror de la prisión. «Los guardias, adolescentes campesinos y analfabetos, torturaban a los presos en los interrogatorios para que confesaran. Una vez a la semana, montaban a 50 detenidos en camiones y los trasladaban a Choeung Ek», detalla refiriéndose al «campo de la muerte», a 15 kilómetros de Phnom Penh, que hoy es el Museo del Genocidio. Allí se han abierto 86 de sus 129 fosas comunes, en las que han aparecido 8.895 cadáveres.
Tan trágicas estampas quedaron plasmadas en los cuadros de Vann Nath, que muestran a los presos encadenados y con los ojos vendados camino de la muerte. Otras pinturas reflejan las torturas que sufrían los famélicos prisioneros, a quienes les arrancaban las uñas y les aplicaban electroshocks mientras eran salvajemente golpeados.
«Aunque era muy educado, tenía miedo de «Duch» porque podía ordenar nuestra muerte», rememora Vann Nath, quien se libró de una ejecución segura cuando el Ejército vietnamita desalojó del poder a los Jemeres Rojos en enero de 1979.
Después de «Duch» se sentarán en el banquillo Nuon Chea, el «Hermano Número 2» y antiguo presidente de la Asamblea Nacional; Khieu Samphan, presidente de la República Democrática de Kampuchea; Ieng Sary, ex ministro de Asuntos Exteriores y cuñado de Pol Pot; y su esposa y entonces responsable de Asuntos Sociales, Ieng Thirith. «Sólo cinco acusados no son suficientes», concluye Vann Nath expresando el sentir del sufrido pueblo camboyano.